Trump nos tiene a todos atrapados en las noticias de estos meses. Sus decisiones son tantas, tan rápidas, tan cambiantes y relevantes que tendemos a ocuparnos de su ultima ocurrencia y olvidar lo anterior. En estos últimos días andamos centrados en sus decisiones sobre política arancelaria que vienen a declarar una guerra comercial a medio mundo y poner el antiguo orden comercial patas arriba.
Pero, con todo, aunque afecte a una porción muy pequeña de la tierra, y a pocas personas en comparación con la población mundial, quiero centrar mi preocupación y reflexión en la franja de Gaza, en los palestinos sometidos a genocidio y exterminio en esta zona, que sin medias tintas está destinada a ser borrada del mapa como territorio palestino.
Desde el dos de marzo las fronteras están bloqueadas por el ejército de Israel para que no entre ayuda humanitaria, se destruyen los pocos hospitales de Gaza, las evacuaciones obligatorias afectan a cientos de miles de refugiados, Israel ha creado un organismo especial para expulsar a todos los gazatíes de la franja y quedarse con ese territorio, con el objeto de construir allí una zona turística. Podemos seguir describiendo más horrores, pero, con todo, lo que más debe preocuparnos es la escasa resistencia internacional ante este desafío genocida. Nos acercamos al abismo de una nueva solución final. Creímos que con la liberación de los campos de concentración de Auschwitz, Birkenau y otros, la humanidad había puesto un punto final y hecho suyo el grito del Nunca más al exterminio de un pueblo. Entonces eran los judíos los sujetos sufrientes de aquella solución final. Y hoy, digámoslo claro, son los judíos los que han olvidado aquel Nunca más universal, ahora lo han particularizado, reinterpretado, y lo formulan así: nunca más a los judíos, pero acabemos con los palestinos, son terroristas. Todos somos conscientes de que podrán ocupar toda la tierra de Gaza, pero el pueblo palestino pervivirá, y algunos pedirán venganza, así se escribe la historia.
Y lo grave es que se hace ante una comunidad internacional dividida, igual que en los años cuarenta de Hitler. No queremos ver, no le damos la importancia que tiene.
La humanidad tiene mucho frentes abiertos, muchos desafíos. Pero ninguno tan grave como este genocidio, declarado, a la vista de todos. La Alemania nazi lo ocultó y era difícil para la opinión pública tener conocimiento de lo que sucedía. Hoy lo conocemos en tiempo real, nadie nos engaña, somos nosotros los que no le concedemos la importancia que tiene. Es un ataque al corazón de nuestra humanidad, de nuestro estado de derecho, de nuestro anhelo por la paz.
Conservar la memoria, recordar, no es contar la historia, lo que pasó hace tiempo. Si recordamos lo que pasó es para que en el presente se haga justicia, para no repetir atrocidades. Tenemos capacidad suficiente, pero ni nos manifestamos como ciudadanos, ni a través de nuestros gobernantes, porque la complicidad con los entresijos del presente nos desdibuja el recuerdo. Sufrimos un Alzheimer colectivo en el que solo recordamos el presente, y ni siquiera todo lo que sucede, solo sabemos de nuestro presente particular. Adiós memoria, adiós justicia, adiós solidaridad. Ojalá me equivoque.