La reciente novela de Fernando Mikelarena (Líneas de frontera, Lamiñar, 2024) recorre el territorio esencial de sus libros históricos, sobre todo el de Muertes oscuras (Pamiela, 2017). Se trata del “País del Bidasoa” de Pío Baroja, la parte de la montaña Navarra, sobre todo su nativa Bera, con exclusión del Baztán, aunque en las próximas entregas es posible que aparezca también esta comarca. No viene mal la alusión de Baroja, que el autor repite como especie de juego textual en el que su literatura, la literatura e incluso la vida de Baroja se entremezclan. La novela de Zalacaín el aventurero es la referencia elegida por Mikelarena, así como el héroe de la suya, Clemente García Errandonea, es un típico héroe barojiano.

El País del Bidasoa según Fernando Mikelarena

El juego metaliterario tiene como objetivo reflejar una realidad histórica que, según el protagonista, el escritor donostiarra había idealizado. Digamos que, con ese fin, Mikelarena “instrumentaliza” la figura de Erradonea, siguiendo el recurso de algunas de las obras de Baroja, que constituyen novelas de “aprendizaje”. El aprendizaje del protagonista es parte de su peripecia, pues, hijo de un carabinero muerto en circunstancias anómalas, comienza su carrera de carabinero para luego ser telegrafista para luego, cumpliendo el servicio militar obligatorio, recalar en Dar Akkoba, el Marruecos entonces español. Ahí trabaja como telegrafista en una posición peligrosa del ejército, muy desmoralizado tras los desastres de Annual y Monte Arruit. Mikelarena utiliza el aprendizaje de Errandonea (que es como le llaman) para colocarlo de forma estratégica al lado de Emilio Mola y convertirlo en su colaborador íntimo. Mola, todavía coronel, se nos muestra ya ducho en las artes del secretismo y la manipulación.

Hay dos temas que envuelven la narración. El primero de ellos trata acerca los entresijos del poder policiaco-militar que constituye parte del entramado del Estado español. Mikelarena da cuenta de la existencia de ese poder que con dinámica propia atravesó los sistemas políticos (la democracia parlamentaria de la época de la Restauración, la Dictadura de Primo de Rivera, la República). Los Servicios de Inteligencia tenían así una agenda que trascendía los cambios. En esta novela –recogiendo una realidad– Mola representaba el alma oculta de ese proyecto que era regeracionista pues intentaba sacar a España de su síndrome de decadencia y de incompetencia político-militar.

Pero dado el carácter secreto de tal poder que podríamos llamar “fáctico” sin deformarlo, sus maniobras se realizaban en la sombra. Desde su puesto marroquí, esperando que en cualquier momento las kabilas de Abd el Krim le corten el cuello, Errandonea, a las órdenes de Mola, desarrolla una labor de criptógrafo que marcará su ascenso en el escalafón militar. Esto le llevará a su nativa Vera por una nueva misión.

Aquí se localiza el segundo tema: el de la existencia de redes de contrabando vascas que, como los poderes fácticos españoles, trascienden los cambios políticos, permaneciendo intactas. Mikelarena da vida literaria a personajes que pueblan sus libros históricos, como son los jefes de contrabando Agustín Arrieta y Modesto Liquiniano. Dice uno de los personajes, “el tema ahora tiene poco de romántico, es una industria en la que se persigue el mayor beneficio posible y en la que conviven empresarios, contables y trabajadores”. Pero como la corrupción administrativa es condición de posibilidad de esa economía, también cuentan sicarios y crímenes ocasionales.

En este punto, la novela combina el blanqueo de dinero, el tráfico de drogas, la vigilancia de las bacanales de Alfonso XIII, tramas policiales corruptas, conspiraciones revolucionarias amañadas y la intervención del Servicio de Inteligencia francés. Ubicado en una agencia de aduanas de Hendaya, que resulta una doble tapadera, Errandonea vive una gran historia de amor y conoce la geografía de la frontera política, bajo la cual fluyen imperturbables las relaciones de los vascos de uno u otro lado. Pues no hay que olvidar que Biarritz y Hendaya eran entonces centros de diversión cosmopolita que atraían no sólo a los famosos sino también (en una mezcla que a veces los hacía indistinguibles) a bandas criminales, policías y espías.

La novela finaliza con una poderosa concatenación de ironías en las que se van deshojando las capas argumentales. Entre ellas no es la menor la que nos muestra a Unamuno, en su papel de intelectual cívico, desterrado por la Dictadura de Primo de Rivera y, a la vez, marioneta de las maniobras que se gestan en la clandestinidad de los aparatos de los estados.

Esta es la primera parte de una trilogía pero es una obra completa en sí misma. Apunta a los grandes temas de los libros históricos de Mikelarena: los poderes secretos, legales e ilegales, y sus relaciones inconfesables, la sombra que arrojan de crímenes no aclarados, la montaña Navarra, su silenciosa independencia, y su viva relación con Iparralde y Gipuzkoa. Todo ello narrado en un estilo transparente y sin afectación. En esta magnífica novela, el autor, que escribió una obra canónica acerca del Alzamiento y la represión, coloca bien a sus personajes para que afronten el gran momento de la guerra civil, territorio de oportunidades de contrabandistas, espías y todo tipo de malhechores. Errandonea, junto con su jefe Mola, sin duda, volverán a aparecer en una ocasión todavía más propicia.

Historiador