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Colaboración

Alberto Letona

Una motosierra y dos patanes

No sé en qué momento hemos dejado que el mundo lo maneje un grupo de niños ricos malcriados sin empatía, solidaridad o simple sentido común. Los orígenes de esta infausta gamberrada no están muy lejos: recordemos a Boris Johnson o a Silvio Berlusconi. Ahora muchos ciudadanos nos sentimos desconcertados ante el devenir de los nuevos tiempos y el avance de modelos y propuestas políticas que nunca antes hubiéramos imaginado ni en la peor de nuestras pesadillas. Sin embargo, nuestras desubicadas fuerzas apenas dan para otra cosa que no sea la perplejidad.

El guardián mundial amenaza no solo con comprar Groenlandia sino hacer de Gaza un resorte turístico sin gazatíes aprovechando el buen clima de la región. También quiere hacer trueque con Ucrania: defenderla a cambio de la concesión de “tierras raras”.

La cosa no queda ahí, en Argentina un desquiciado presidente aconseja invertir en una timba y miles de ahorradores y especuladores se quedan sin sus cuartos. En Alemania, la líder del partido de ultraderecha y segundo en votos, Alice Weidel, proclama muy seriamente que Hitler era comunista, y por eso sucedió lo que sucedió.

El pasado domingo, millones de votos avalaron las políticas del partido de Weidel. Va a tener razón Steve Bannon, ex asesor de Trump y uno de los ideólogos más populares de la extrema derecha que, en un momento de lucidez declaró que “el bigote de Hitler también era cómico al principio”. Luego, más tarde, en la Conferencia Política de Acción Conservadora, saludó al modo fascista, pidió pelea: “fight, fight, fight” a sus correligionarios y se despidió con un Amén. De haber tenido una pistola podría haber aprovechado para disparar unos tiros al aire en nombre de la libertad, qué carajo.

Qué tiempos aquellos en los que la actividad política sin ser ejemplar y menos aún honorable se esforzaba en tener unos registros de seriedad. Había sus excepciones y extravagancias, claro cómo no. Ya en el pasado, un ministro de Interior español confesó estar diariamente bajo la custodia de un ángel protector llamado Marcelo que le ayudaba a aparcar. Él lo manifestó muy seriamente en una entrevista a La Vanguardia. Salvo estas pequeñas excentricidades por parte de quien fue cabeza de la llamada “policía patriótica”, el papel de la actividad política se realizaba, en general, bajo un patrón de modesta sensatez. Para que me entiendan: ningún líder político se hubiera subido a un escenario a tocar la flauta con el aire de sus fosas nasales, por ejemplo.

Hoy, al contrario, el espectáculo gana adeptos y un grupo de charlatanes internacionales están a punto de conquistar cimas nunca antes alcanzadas. Todo ello con la aquiescencia de un sector de la ciudadanía que se apunta antes a un bombardeo que a una clase sobre la historia de un pasado reciente. Hay también quién se cisca en la familia del presidente en la televisión para añadir a continuación que no hay libertad de expresión en el país.

La pasada semana ví una imagen mundial. Escribo lo de mundial porque los medios de todo el globo la han incluído en sus respectivas portadas. En ella aparecen dos tipos que se lo están pasando de chupi, estallan en carcajadas y no paran de hacerse bromas y chanzas. Uno de ellos sujeta una motosierra plateada, grande y reluciente. Se la ha regalado el segundo, un tipo de cabello alborotado y tez pálida que se mantiene un poco detrás como si no quisiera robar el protagonismo al otro que celebra el regalo al tiempo que brama de alborozo elevando la motosierra por encima de su cabeza. Para ahora ya sabrán de quienes les hablo: Elon Musk y Javier Milei. Dos líderes de los que cabría decirse que se habían escapado del frenopático, pero cuyas responsabilidades afectan a millones de personas de forma muy directa. La performance sucedió en la Conferencia Política de Acción Conservadora que he mencionado antes. Santiago Abascal también se unió al guateque fascista pero se mantuvo bastante comedido, aunque no fue por falta de ganas; a ver a quién no le apetece estirar el brazo derecho y hacer un saludito de esos al estilo de Musk.

Es precisamente Elon Musk el encargado por orden de Trump de preguntar a los funcionarios de la administración estadounidense cuáles han sido las tareas que han desarrollado últimamente y cuáles han sido sus logros; si no responden a sus preguntas los trabajadores serán despedidos. No debe ser fácil verse obligado a justificar tu tarea profesional ante un supermillonario privilegiado y no elegido que no ha realizado ni una sola hora de servicio público en su vida.

Si la pregunta fuese en la otra dirección, Musk podría justificar su trabajo perfectamente. La semana pasada, sin ir más lejos, se entrevistó con el mismísimo presidente en su despacho de la Casa Blanca tocado con una visera y un niño colgado de sus hombros. Días más tarde cogió la motosierra y la paseó por el escenario aunque no la llegara a arrancar. A ver quién supera ese nivel de productividad.

En fin, “Cosas veredes, amigo Sancho”. Y me temo que la función no ha hecho más que empezar, aunque, sinceramente, no veo a Putin afinando la balalaika. Por ahora.

Periodista