En lo que va de siglo el coste laboral (es decir, salarios y cotizaciones) ha subido desde los 12,5 euros de media a la hora en el año 2000 a unos 25,5 euros a finales de 2024. Sin contar la inflación, el salario nominal por hora se ha duplicado. En 2000 en cada hora de trabajo se generaban 22 euros de valor añadido, y en 2024 se producen 44 euros por hora, de nuevo el doble (inflación aparte), por lo cual el peso de los costes salariales no ha aumentado en un cuarto de siglo.
Pero en ese mismo periodo el valor añadido en la economía se ha multiplicado 2,5 veces en términos nominales de 648 mil millones de euros a 1,5 billones de euros. Si el coste laboral por hora hubiera aumentado a la par con la producción, tendría que ser de 31,3 euros en lugar de los 25,5 actuales.
Todo aumento de la productividad que no se refleja en un aumento similar de los salarios supone un incremento de los beneficios empresariales, lo cual también se ha producido en España y en Euskadi. Y prácticamente todos los analistas coinciden en que la explosión de los beneficios de las últimas décadas no se ha traducido precisamente en una expansión de las inversiones y del empleo, sino más bien en una creciente concentración de la riqueza y un aumento espectacular del gasto suntuario de los más ricos, con viajes por el espacio incluidos.
Aunque todavía está por descubrir quién será el primer empresario vasco que se vaya de turista al espacio, ser uno de los países europeos con mayor crecimiento en la adquisición de autos de alta gama es buen síntoma del creciente uso suntuario e improductivo de los beneficios (en 2022, cuando la venta general de autos en España se redujo un 10%, la venta de autos de lujo aumentó un 14%, en 2023, la matriculación total de turismo aumentó un 17%, y la de autos de lujo un 42%).
Mientras la inversión productiva se ha reducido de un 22% del PIB en la década final del siglo pasado al 19,8% en el último trienio, hay una relación directa, todavía poco investigada, entre el menor uso productivo de los beneficios y el aumento de las inversiones especulativas y rentistas, por ejemplo en vivienda para su transformación en usos turísticos.
En lo que llevamos de siglo los trabajadores han reducido sus horas anuales de trabajo en 102, hasta las 1.651 del año pasado. Pero al mismo tiempo, ha aumentado mucho la gente que trabaja menos de una jornada completa, porque en equivalente a tiempo completo, la jornada se ha reducido en 52 horas, hasta las 1.780 actuales de media.
Es decir, la jornada laboral se ha reducido en un cuarto de siglo apenas un 3%, poco más de una hora a la semana, cuando la productividad del trabajo (ahora sí, descontando la inflación), ha aumentado en 7.850 euros por ocupado equivalente a tiempo completo, un 14%.
La reciente decisión del gobierno español de reducir la jornada diaria legal de 8 a 7,5 horas significa reducirla un 7%: la mitad del aumento de la productividad lograda en el primer cuarto del siglo XXI. Si se redujera la jornada laboral legal en el mismo porcentaje en que aumenta la productividad en el primer cuarto de siglo, la jornada diaria normal tendría que ser como máximo de 7 horas. En cómputo anual la reducción tendría que haber sido cinco veces mayor de la que se produjo entre el 2000 y el 2024, hasta las 260 horas, quedando la jornada anual en 1.580 horas. Vacaciones aparte, 35 horas a la semana.
En España 8,8 millones que señalan en la última EPA haber trabajado entre 40 y 49 horas en la última semana, casi el doble que los que declaran haber trabajado entre 30 y 39 horas, son 4,5 millones de trabajadores. Y todavía hay 1,3 millones de trabajadores que declaran haber trabajado más de 50 horas.
Aunque las cifras del sobretrabajo se van reduciendo, pues los que declaran más de 50 horas en la semana de trabajo han pasado del 11% del total a mediados de la década pasada a un 6% en 2024, sigue siendo muy alta. La reducción de la jornada no solo es económicamente asumible por la capacidad de generación de riqueza de la economía, sino que es además un medio fundamental para reducir la penosidad del trabajo, y para liberar tiempo para millones de trabajadores sometidos a jornadas incompatibles con una vida social y política plena.
Desarrollo de la democracia y reducción de la jornada van siempre de la mano, y el auge del populismo no es independiente del deterioro de la participación de los trabajadores en la distribución general de la riqueza, que en lo que va de siglo no ha superado la mitad del PIB ningún año.
Y los intentos por desvirtuar la medida de reducción de jornada, aumentando por ejemplo los contratos a tiempo parcial con obligación de realizar horas extras impagadas, cosa que seguramente se podrá constatar en los próximos meses –si un improbable incremento en el número de inspectores de trabajo no lo remedia–, van claramente en contra de la calidad democrática del país.
A tenor de las tensiones políticas y sociales que han rodeado la decisión de reducir la jornada a 7 horas y media semanales, resuenan las palabras de un inspector fabril inglés en abril de 1833: “Los minutos son los elementos de la ganancia”. “Misión del capitalista es arrancar la mayor suma posible de trabajo con el capital desembolsado”. O las de Jean Gustave Courcelle–Seneuil, economista liberal francés que tuvo un papel muy relevante en la introducción de la ciencia económica en Chile de mediados del siglo XIX, quien en su Traité théorique et practique des entreprises industrielles de 1857 señalaba “Misión del capitalista es arrancar la mayor suma posible de trabajo con el capital desembolsado”.
Parece que sigue siendo cierto el certero análisis de Marx hace siglo y medio: “Cuando, poco después de transcurrir el primer decenio de este siglo [XIX], Roberto Owen sustentó la necesidad de limitar la jornada de trabajo, y no sólo la sustentó teóricamente, sino que, además, implantó prácticamente la jornada de 12 horas en su fábrica de New-Lanark, esta idea fue tomada a chacota como una utopía comunista, al igual que su “combinación de trabajo productivo y educación infantil “ y al igual que las tiendas cooperativas obreras creadas por él. Hoy, la primera utopía se ha convertido en la ley fabril, la segunda figura como frase oficial en todos los Factory Acts y la tercera sirve incluso de bandera para encubrir una serie de manejos reaccionarios”.
Profesor titular de Economía Política en EHU/UPV