Junto al sistema mayoritario para la elección de órganos ejecutivos nacionales y territoriales, que como se indicaba en el anterior artículo, habría que modificar, el modelo organizativo de EAJ-PNV presenta una serie de singularidades respecto a otras formaciones del actual panorama político.
La llamada bicefalia o separación de poderes entre el lehendakari (también diputados generales) y el presidente del Euzkadi Buru Batzar (ejecutiva nacional del Partido) es quizás la más conocida. Mucho se ha hablado sobre esta cuestión que forma parte del ADN del partido jeltzale y que algunas organizaciones políticas han tratado de copiar sin éxito, pero seguramente es poco sabido que sus antecedentes más lejanos se remontan al año 1932 cuando en la Asamblea Nacional de Tolosa de 1932 José Antonio Agirre Lekube manifestó que “la autoridad del Partido es el Gobierno Vasco”. Tampoco será del alcance de muchos el saber que el funcionamiento de este principio lleva implícito en gran medida el sometimiento de los cargos públicos a la disciplina del partido.
En 1980, la elección como lehendakari del abogado navarro Carlos Garaikoetxea (hasta entonces había sido presidente del Euzkadi Buru Batzar) supuso poner a prueba la bicefalia. Tres años después de su nombramiento como máxima autoridad de Araba, Bizkaia y Gipuzkoa y a solo pocos meses de la nueva cita electoral para renovar el Parlamento de Gasteiz, Garaikoetxea planteó la libertad de disciplina a la autoridad del Partido como condición para presentarse a su reelección. Aunque finalmente se llegó a una solución de compromiso que posibilitó a la postre que el pamplonés siguiera siendo máximo representante del Gobierno Vasco, lo cierto es que la bicefalia siempre ha sido un ejercicio de difícil equilibrio. Por ello, y teniendo en cuenta que desde el primer gabinete presidido por José Antonio Ardanza (1985), todos los gobiernos liderados por el PNV (salvo el gobierno Urkullu de 2012) han sido de coalición (y todo apunta a que lo seguirán siendo a corto y medio plazo), el proceso de reforma estatutaria que ha iniciado el nacionalismo institucional podría revisar esta cuestión.
La incompatibilidad para poder compaginar cargos públicos e internos es otra de las señas de identidad del Partido Nacionalista Vasco y puede resumirse en este principio no escrito –pero asumido por todo el cuerpo de la afiliación– que nació en el marco de la Asamblea Nacional de Iruña que bajo el lema de Batasuna ta Indarra se celebró en 1977: “Un hombre [o una mujer], un cargo”. Esta necesaria separación de planos institucionales e internos, fue una constante durante la década de los 80 del pasado siglo siendo habitual que en las ejecutivas del Partido no participaran cargos públicos. La cuestión no era baladí ya que, en 1984, el entonces presidente del EBB Román Sudupe reafirmó la autoridad del Partido sobre los afiliados que ocupan cargos públicos, “una autoridad que está siendo cuestionada por grupos que desean una estructura elitista”. Poco después, en 1985, Xabier Arzalluz, que por aquel entonces no pertenecía a ninguna ejecutiva, manifestó en un artículo de prensa mostrando su preocupación por la situación interna: “El Partido se ve inexorablemente sometido a la tensión entre los cargos públicos y el Partido, entre el presupuesto y la indigencia de medios, entre quienes viven sometidos a las tentaciones del poder, del burocratismo y la tecnocracia y el honrado sentir de quien pisa el suelo sin prebendas ni oropeles”.
Es indudable que los tiempos han cambiado, que los modos de ejercer la política activa no pueden estar sostenidos únicamente por el siempre loable voluntarismo activista, pero tampoco ofrece duda alguna el que los partidos políticos deben arbitrar siempre medidas de fomento de la participación política efectiva de sus militantes, en una tarea permanente sin solución de continuidad. Como señalaba recientemente, y en un sentido negativo, el catedrático de Filosofía del Derecho y Política Ramón Soriano “el fenómeno de la acumulación de cargos convierte en atractiva la dedicación a la política para quienes desean vivir de ella y promueve la concentración de poder en reducidos grupos”. Por ello, habida cuenta de que es muy posible que el espíritu original del principio de incompatibilidades que caracteriza al partido jeltzale se haya difuminado, sería interesante que el PNV habilitara medidas para revertir la tendencia recurrente a la flexibilización de este apartado de su reglamento interno. El PNV debería debatir sobre la posibilidad de que el “levantamiento de incompatibilidades”, práctica muy extendida y que permite la concentración del poder en círculos cada vez más cerrados, deba ser considerado de manera obligatoria como una excepcionalidad y requerir, para su aplicación, de una muy bien argumentada justificación de naturaleza política de primerísimo orden.
Y otro aspecto de la especificidad jeltzale en cuanto a normativa interna, es el de la limitación de mandatos. Por regla general, el PNV evita que sus dirigentes estén más de tres mandatos en el mismo cargo, pero la realidad de las sucesivas reformas de sus estatutos ha propiciado el que estas restricciones temporales sean cada vez más laxas.
Desde el inicio de la última etapa como presidente del EBB de Xabier Arzalluz (1987, sustituyendo a Jesús Insausti, Uzturre), la necesidad de la continuidad al frente del Partido de este gran líder, generó una modificación del articulado de los Estatutos Nacionales, incorporando de facto la figura del “contador a cero”. Es decir, la limitación temporal que le impedía volver a presentarse a presidir el Euzkadi Buru Batzar quedaba superada porque los estatutos habían cambiado y ello se interpretaba como una especie de “borrón y cuenta nueva”. El conocido en el argot de este partido como “contador a cero”, mantenido posteriormente, ha proporcionado, en algunos casos, liderazgos largos que no favorecen la necesaria rotación en los altos niveles de responsabilidad del partido. Liderazgos de amplísimo recorrido temporal que pueden suponer un claro obstáculo para la consolidación de nuevos perfiles de ilusión y emocionalidad fundamentales para accionar mecanismos de reconexión social; hiperliderazgos que pueden generar dinámicas internas excluyentes que no propician los escenarios adecuados para la puesta en valor de una nueva cantera de dirigentes políticas y políticos.
El propio Arzalluz, en el convulso panorama interno de los años 80 en el que la expresión “culto a la personalidad” estaba muy presente, atribuyó la mayor parte de los problemas de su formación a aspectos organizativos. En el año 2024, las soluciones a las dificultades actuales pueden partir de la misma raíz. Cambio de sistema electoral interno, votaciones más directas bajo la fórmula de “primarias”, gestión de la bicefalia, limitación de mandatos, no acumulación de cargos, activación de la militancia, medidas para pasar de “lo analógico a lo digital”, como expresaba Andoni Ortuzar, conformarán , a buen seguro, las bases de los nuevos Estatutos Nacionales para el siglo XXI. Unas bases, que han de estar perfiladas antes de que la afiliación nacionalista deba decidir sobre la composición de los distintos órganos ejecutivos, nacional y territoriales. Todo un reto y toda una oportunidad para el PNV.
Doctor en Historia Contemporánea