Nuestra atención a los temas internacionales tiende a centrarse en algunos puntos. Además de Estados Unidos, que es un fijo y a cuyas próximas elecciones estaremos muy atentos, en los últimos tiempos Ucrania, Gaza y Venezuela copan las páginas de internacional. Los conflictos, agresiones o crímenes que allí se comenten merecen toda nuestra atención, repulsa y reacción solidaria y activa. Sin duda. Pero de la misma forma que antes se decía aquello de que el saber no ocupa lugar, deberíamos añadir que nuestra atención puede encontrar espacio para más asuntos. La falta de libertades y garantías en Venezuela no debería opacar la situación insufrible de la satrapía dictatorial nicaragüense, por ejemplo.
Sudán es otro de los olvidados. La Misión Internacional Independiente de Investigación de la ONU organizó este viernes una rueda de prensa en la que se informó de que en el último año el conflicto en Sudán se ha extendido a todo el país y “ha matado o herido a decenas de miles de personas, ha dejado ocho millones de sudaneses desplazados internos y más de dos millones obligados a huir a los países vecinos”.
Las razones por las que este conflicto de dimensiones horrorosas no recibe la centésima atención que otros como los arriba mencionados son variadas y complejas. Quizá tenga algo que ver el hecho de que se trate de un conflicto cuyas lógicas profundas nos resulta difícil simplificar hasta amoldarlas a los esquemas que somos cada uno capaces de digerir en el marco de nuestras particulares categorías.
Si tuviéramos que improvisar un comentario de urgencia, podríamos quizá culpar a la comunidad internacional de hipocresía, desinterés, racismo y doble rasero por no intervenir directamente con el uso de la fuerza para parar este conflicto… pero seguramente pasaríamos acto seguido, si interviniera, a culparla de hipocresía, intereses, racismo y doble rasero por intervenir, además de culparla de inoperancia o de falta de voluntad por no ser capaz de consolidar allí la paz, la democracia, el desarrollo y los derechos humanos. Si una eventual operación de la ONU saliera del laberinto, contra todo pronóstico, sin desastres mayores y con logros discretitos, como a veces ha sucedido, simplemente la ignoraríamos, faltos de algo nítido contra lo que golpear nuestra frustración. No sería la primera vez que nos pasa y no seré yo quien pueda tirar, sin memoria, la primera piedra.
Esta misma semana hemos visto en casa la dura y al tiempo delicada película Hammarskjöld. Lucha por la paz (Suecia, 2023), que habla de algunos de estos dilemas en otro momento histórico y en otra región de África, la actual República Democrática del Congo. Se la recomiendo.
Volviendo al presente, los rivales en el conflicto sudanés son responsables –dice el informe de la ONU– de ataques directos, indiscriminados y a gran escala, con ataques aéreos y bombardeos contra civiles, escuelas, hospitales y suministros vitales de agua y electricidad. Unos han perpetrado actos de violencia sexual a gran escala. Las víctimas relataron haber sido atacadas en sus casas, golpeadas, azotadas y amenazadas de muerte o de causar daños a sus familiares o hijos antes de ser violadas por más de un perpetrador. Igualmente, el equipo de la ONU ha encontrado pruebas de mujeres sometidas a esclavitud sexual tras ser secuestradas. Otros, por su lado, han reclutado niños y los emplean en combate.
El equipo de la ONU ha instado a la comunidad internacional a ampliar a todo el país el embargo de armas que ahora está limitado a Darfur. “Privar a las partes de armas y municiones, incluidos los nuevos suministros de municiones y armas, contribuirá a frenar el apetito de hostilidades”, aseguran. Seguramente es lo más concreto que debe hacerse a corto plazo.
Por si alguien se lo pregunta, según Amnistía Internacional (nota de prensa de 25 de julio) en el conflicto “se han identificado armas de China, Emiratos Árabes Unidos, Rusia, Serbia, Turquía y Yemen”.