apesar del intento de los negacionistas de hacer creer lo contrario, se acumulan las evidencias que confirman la inexorabilidad del cambio climático. Valga como una pequeña muestra de la catarata de informaciones y conclusiones que emiten constantemente toda clase de instituciones científicas tanto locales como internacionales, la alerta de la Organización Meteorológica Mundial, que ha advertido de que las probabilidades de que la temperatura media mundial durante el quinquenio 2024-2028 supere en 1,5 grados la de la era preindustrial han aumentado de forma sensible respecto del quinquenio anterior. O el reciente estudio del Instituto de Salud Global de Barcelona, que ha estimado en más de 47.000 las muertes causadas por las altas temperaturas en Europa durante 2023, el año más cálido a nivel mundial y el segundo en el continente. O el periodo de trece meses seguidos de calor récord hasta junio, una racha que se ha roto en julio, que no ha superado la comparación con el del año pasado, el mes más caluroso de todos los que se han medido en el registro de temperaturas mundiales. El Acuerdo de París de 2015, que es jurídicamente vinculante para los 196 países que lo suscribieron, estableció el listón que el mundo no puede rebasar si no quiere que el cambio climático afecte peligrosamente a la vida en el planeta, tal y como la hemos conocido en los últimos siglos. Su objetivo es limitar el calentamiento mundial muy por debajo de 2 grados, preferiblemente a 1,5 grados, en comparación con los niveles preindustriales. Todos los niveles de las administraciones se han puesto manos a la obra en el objetivo de la descarbonización de la economía, pero hay un tira y afloja sobre la intensidad y velocidad de las medidas a adoptar. La transición hacia una economía verde choca con resistencias de distinto grado, desde el negacionismo puro y duro que enarbola la ultraderecha, cada vez más fuerte, a las dudas de importantes sectores productivos que temen el impacto de esta transformación en sus economías. El desafío exige un esfuerzo intenso y sostenido, porque es importante transmitir a la sociedad que esta guerra no solo no está perdida sino que, como bien dijo Antonio Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, “tenemos el control de la ruleta”. En nuestras manos está si jugamos a la ruleta en la que gana la banca, es decir, el planeta, o la ruleta rusa, en la que siempre llega el turno de la bala.