Hoy los he contado y tengo en casa treinta y siete vasos reutilizables, de esos que tienes que pedir en fiestas en bares, conciertos, txosnas (si es que dejan que haya txosnas o no las mandan al quinto pino). Con los vasos reutilizables me pasa ahora los mismo que con los mecheros antes, hace siglos, cuando era joven y fumaba (menos mal que dejé de hacerlo, porque cada cigarrillo te quitaba diez minutos de vida, decían, que no sé yo si era verdad, porque a ese ritmo al cabo de unos cuantos de aquellos fines de semana destroyers, en los que además del humo de los Fortuna −que encima llevaban plomo−, los cuales encendías cada uno con la pava del anterior, te tragabas también la mitad del de todos los demás fumadores del bar −y la otra mitad te la llevabas de propina a casa pegada en la ropa−, total, que, a ese ritmo, con veinticinco años tenías que parecer ya el abuelo de Makinavaja). 

La cuestión es que, al igual que ahora con los vasos, entonces salía de casa con un mechero, por ejemplo, de Talleres Ceferino, y regresaba a casa con tres, ninguno de los cuales era el mío, por ejemplo, uno de Mili KK, otro con un dibujo del Zruspa, el malo de Naranjito, y el tercero con la bandera española y el logo de Alianza Popular raspados con la uña. El mundo-mechero, por cierto, daría para otro ‘Rubio de bote’, con todas sus derivadas, por ejemplo, las cerillas, que usabas si tenías vocación de Humphrey Bogart y que dejabas de usar si tenías mal pulso, sobre todo los días de viento; o los chisqueros −el mejor remedio contra el viento, precisamente− aquellas cuerdas naranjas que prendías haciendo girar una ruedita; después amorrabas el cigarro a la yesca y vete a saber qué inhalabas, además del plomo del Fortuna. 

Pero centrémonos en los vasos. Con ellos uno nunca sabe cómo acertar. Si decides llevártelo de casa para ahorrarte el euro de la fianza (que luego nunca recuperas, por no quedar como un rata), resulta que ese día de repente en todos los sitios se han puesto exquisitos y sirven cristal o ha habido un cambio exprés en la normativa y los vasos desechables están otra vez permitidos… Al final te pegas toda la noche paseando de la mano tu vaso (porque además tienes treinta y siete en casa, pero ninguno con un agujerico para colgártelo del cuello con un cordel). 

Y, al contrario, la noche que sales de casa a lo loco, sin vaso, resulta que este es obligatorio en todos los garitos, y, una vez que lo compras, te lo olvidas en una barra, coges en otra uno que no es el tuyo, se te raja bailando la ‘Bomba’ de King África… En fin, los veranos del bebedor social en las sociedades turbocapitalistas son de lo más ajetreados y están llenos de incertidumbre. Un horror.