Jorge Javier Vázquez comenzó la temporada al frente de un extraño invento llamado Cuentos chinos que iba a ser capaz de robar el liderazgo a las hormigas de Pablo Motos. La copia china no duró más de diez días, porque cuando cayó al 5,8% le dieron la patada. Ahora, en pleno verano, le han devuelto a las sobremesas donde reinó durante años, para hacer la enésima versión de El diario de Patricia, otro programa cogido del contenedor de basura al que arrojan los programa cancelados la que ellos llamaban Cadena triste, donde últimamente fisgan los de la pantalla amiga para encontrar sus nuevas apuestas.

Y ahí está Jorge Javier Vázquez, sobreesforzándose para hacernos saber/creer que le encanta el programa y que se divierte muchísimo, como si no hubiéramos visto a Jorge Javier Vázquez divertirse de verdad. 

Coincidencias de la vida televisiva, El diario de Jorge, que así se llama la cosa, se estrenó con el dato maldito del 9,4% con el que también arrancó Cuentos chinos pero, quince programas después, ha caído ya al 6,4%, por debajo incluso de la edición veraniega de TardeAR repleta de sustitutos.

Es adorable pensar que la nueva Tele 5 está dirigida por alguien que piensa que cualquier tiempo pasado televisivo fue mejor, que en la tele todo está inventado y que no necesitan hacer fichajes ni inventar formatos porque les basta con repartir entre sus presentadores de siempre los programas que funcionaron hace tropecientos años en otras cadenas. Y es adorable ver también a Jorge Javier Vázquez, acostumbrado a presentar programas de cuatro horas, presentar aquí dando acelerones y frenazos hasta que se queda sin tiempo y despacha a sus invitados de mala manera, porque tampoco se toma demasiado en serio sus historias: una abuelita que se “sorprende” al ver a sus nietos en plató (dos viceversos con ganas de tele) aunque el presentador acaba de leer que han acudido juntos mientras ella repite el mantra que le han dicho los guionistas para que sus nietos le paguen sus cameos en TikTok, un señor que habla con espíritus salvo cuando se pone las gafas en la calva y otros cuentos chinos que no se sabe si buscan hacer reír o llorar y que acaban casi siempre con un desfasado “¿puedo saludar?” o un todavía peor “¿puedo bailar?” reivindicando grandes éxitos de la historia de la música del estilo de El baile del pañuelo o Mami qué será lo que quiere el negro.

Es la forma que tiene la tele de reivindicar que no se ha vuelto intrascendente, pese a lo que digan, porque todavía hay abuelas con nietos, médiums y chavales de pueblo que quieren ligar con una moza, dispuestos a dejarse manejar como marionetas para conseguir su minuto de gloria televisiva, que nadie verá, pero si hay suerte se harán virales en redes, que es lo que en realidad importa y por lo que acuden a este circo desfasado a contar sus cuentos chinos.