Hemos votado la Europa que queremos o queremos la Europa que hemos votado?
Esta dicotomía surge después de comprobar que las llamadas elecciones europeas son de todo menos europeas.
Cierto que de ellas se deriva la composición del próximo Parlamento Europeo pero en la lectura de los resultados priman las valoraciones y consecuencias políticas en cada uno de los Estados, más que la concepción ideológica de los diferentes grupos que se configurarán en el seno parlamentario.
Claro que tampoco se va a constituir un auténtico gobierno europeo sino una especie de Comisión Ejecutiva dependiente del Consejo en el que están todos los presidentes de Gobierno que, casi siempre por obligatoria unanimidad, deciden las políticas a aplicar. Y que en muchos casos luego deben ser ratificadas por el Parlamento, aunque éste tenga también iniciativa para dictar normas al margen de esa dependencia institucional.
Volviendo a las elecciones y sus resultados, me llama poderosamente la atención que, después de tanta lectura nacionalista en los Estados europeos, por aquí se siga penalizando a los nacionalismos vasco y catalán culpabilizándoles de querer romper el Estado mientras se resalta al nacionalismo español frente a Europa. Y en el contexto de un régimen monárquico heredado de la dictadura que asiste impertérrito al espectáculo de un emérito exiliado por supuestas chorizadas por la impunidad derivada de su inmunidad. O por no hablar de un poder judicial más ideologizado que jurídico o de un debate político barriobajero que avergüenza a la inteligencia. Pero eso sí, los malos, los nacionalistas.
La diferencia de los nacionalismos español, vasco y catalán es exclusivamente de ámbito territorial y de la negativa a reconocer a estos como tan legítimos como los demás y, por tanto, con derecho a comparecer directamente como Estados en el ámbito europeo. Y ambos nacionalismos son más europeístas que muchos de los protagonistas de estas elecciones, especialmente de la derecha y ultraderecha, que los combaten con tanto ahínco. Así que, para mí, están descalificados para negar a vascos y catalanes la legitimidad y el derecho a configurarse como naciones en pie de igualdad de los actuales Estados europeos.
Entre tanto, las consecuencias políticas de las elecciones se van desvelando más en clave de política estatal interna que europea: el presidente francés convoca elecciones estatales, aquí, las derechas las exigen, en Alemania discuten la legitimidad del actual gobierno de coalición, en Italia solo destacan la consolidación del partido gobernante, etcétera, etcétera.
Y de Europa ¿qué se dice? Poco o muy poco. ¿Hay alguna previsión de una profundización de la estructura institucional común y de las políticas socioeconómicas?
Parece que solamente determinadas políticas sectoriales, fondos económicos y ciertas normativas ambientales de orden general, más que discutidas por las derechas europeas, se constituyen como el núcleo de la política europea. En lo demás, cada uno a su aire en un marco de inmovilismo institucional.
Echo en falta más determinación en el reconocimiento de los derechos sociales y políticos, tanto de las personas como de los territorios para que haya más igualdad: mientras no se reconozcan la realidades nacionales de los pueblos sin Estado, mientras existan monarquías hereditarias frente a repúblicas en las que los ciudadanos eligen a los jefes de Estado por periodos temporales determinados, mientras no se establezca un salario mínimo europeo, mientras no se establezca el derecho a una sanidad pública universal europea, mientras no se regule una estabilidad y derechos laborales iguales para los europeos, mientras algunos países hablen unilateralmente de resucitar la mili obligatoria, mientras se mantenga la inhumana situación de la inmigración, tan necesaria para Europa como contestada por algunos y que no conoce tratamiento político para ordenarla desde origen y evitar tanta tragedia diaria, etcétera, etcétera, ¿de qué Europa hablamos?
Además asistimos a la lamentable falta de personalidad de Europa en el ámbito internacional para intervenir con eficacia frente a las catástrofes de genocidios, guerras, y demás calamidades que sufre el mundo y que denuncian los movimientos sociales con más decisión e intervención que las propias instituciones comunes.
Son temas que deberían hacernos pensar que Europa queremos y si el actual sistema electoral e institucional europeo nos sirve para seguir avanzando como conjunto o preferimos un brexit a la carta que nos defienda de los que definimos como nuestros socios.