Se cumplieron los trazos más gruesos de los pronósticos en las elecciones de Reino Unido y el Partido Laborista gozará de una aplastante mayoría absoluta para que su líder, Keir Starmer, gobierne sin presión. No obstante, el histórico resultado cosechado por Starmer, equiparable a las victorias de Tony Blair, contiene lecturas secundarias que deben ser constatadas. En primer lugar, la evidencia de que la victoria laborista es fruto del derrumbe del Partido Conservador pero no necesariamente de un giro en el sustrato ideológico de la sociedad británica. Tanto es así, que la mayor virtud que acredita hoy Starmer ha sido la concentración de voto útil en torno a sus candidatos en un contexto de menor participación y deslizamiento del voto ‘tory’ de un modo preocupante hacia la extrema derecha. Favorecido por el sistema mayoritario de elección, el laborismo británico sobredimensiona su representatividad en la Cámara de los Comunes pero no acredita haber recuperado para la causa el voto de los sectores más humildes que arrancó en su momento la ultraderecha para sí con la bandera del brexit y que hoy sigue capitalizando el populismo de Nigel Farage y su plataforma Reform UK, que entra por vez primera en el Parlamento. Para llegar a esta victoria, el que será nuevo primer ministro ha dado un giro a la posición de su partido desde el enfoque más dogmático que representó Jeremy Corbyn y la debilidad de su postura poco clara ante la salida de la UE por su propia actitud euroescéptica. Starmer ha enfocado a su partido hacia un mensaje más práctico pero tampoco ha concretado los ejes de lo que debe ser su programa de gobierno. La evidente descomposición en el Partido Conservador, con sucesión de liderazgos inestables, escándalos y mal desempeño en la gestión de la economía y la calidad de vida de los británicos, ha favorecido la polarización hacia el laborismo pero no ha generado entusiasmo, según acredita el voto captado por sus candidatos, inferior a las dos citas electorales anteriores. Esa polarización se ha llevado por delante al Partido Nacional Escocés (SNP), desactivado también por su inestabilidad interna propia y por la prioridad del votante del cinturón industrial de Glasgow y Edimburgo de desalojar a los tories más que por un nuevo referéndum de independencia.
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