Pedro Sánchez manosea a sus socios. En ocasiones, hasta los humilla desde el desprecio. Lo acaba de hacer porque le urgía desenredar la madeja judicial. Ha buscado otra pareja de baile. Para él, aquellos son simples compañeros de viaje de quita y pon. Aunque los denigre echándose en brazos del PP sabe que nunca le traicionarán. El presidente juega con el pavor que provoca Abascal. Por eso consulta consigo mismo cuando se siente acorralado y, después de surfeada la ola, si acaso, da explicaciones. Los compañeros de viaje empiezan a acostumbrarse a semejante altanería porque carecen de alternativa. Como mucho, enseñarle los dientes con algún decreto y esperar a los Presupuestos. Golpes de peso mosca. Por eso, ante el significativo acuerdo del PSOE con la derecha para oxigenar las estructuras judiciales, que condensa importantes lecturas y entre ellas la consolidación de Núñez Feijóo, solo les queda mirar hacia otro lado y sacudirse cuanto antes otra ración de profundo malestar.

Nadie debería echar las campanas al vuelo asociando esta conveniencia puntual del bipartidismo con una ansiada regeneración de los modos democráticos. Queda mucha leña por repartir y hierba que segar bajo muchos pies. Ocurre que ninguno de los dos partidos mayoritarios tenía otra escapatoria, condenados a entenderse de una vez, sobre todo a los ojos de Europa. En la UE estaban hartos de tanto muro del desacuerdo. Ahora bien, al desbrozar el gobierno de los jueces queda abierta la espita de otras negociaciones de alto rango. Ahí esperan muchos organismos por repartirse el botín.

De momento, en el PP sonríen más que en el PSOE. Se vio al día siguiente del acuerdo entre González Pons y Bolaños. Posiblemente porque se jugaban mucho más dentro y fuera. Estaban satisfechos en Génova. Ayuso no había sacado los pies del tiesto y esa derecha mediática que tanto condiciona a Feijóo hablaba de un mal menor, que ya es mucho tratándose de medios inflexibles con la mínima veleidad hacia el sanchismo. Prueba superada siempre que el Gobierno no tenga la tentación de incumplir el pacto. Ahora, a por el fiscal general del Estado, la auténtica pieza a batir desde la oposición.

Para esquizofrenia en materia de socios, Catalunya y Sumar. Los espectáculos se multiplican. El manoseo institucional del Parlament no tiene parangón democrático. Las normas, aquí, están para saltárselas. La descarada utilización de su presidente Rull en favor de los intereses de Puigdemont desborda patetismo. Los denodados esfuerzos de Salvador Illa por rasear la pelota buscando la gobernabilidad chisporrotean por las alcantarillas del desistimiento. Por eso ha elevado el diapasón, se ha enfundado la camiseta soberanista y apoya el voto telemático de diputados prófugos desoyendo al TC. Un guiño para ERC.

Los republicanos siguen afilando el manual de su flagelación con especial fruición. La guerra de capillitas a las que se ha entregado esta formación, que paradójicamente aún sigue gobernando (?) la Generalitat, solo hace presagiar un suicidio colectivo ante una cada vez más recurrente repetición electoral. La izquierda siempre ha sido maestra en el arte del cainismo.

En Sumar, los cuchillos siguen volando sin pausa. Este movimiento ideado a mayor gloria de Yolanda Díaz se deshilvana día a día. El portazo de Compromís, mucho más impactante que el de Chunta, ensombrece un futuro inmediato de reagrupamiento que Más Madrid y la díscola Ada Colau siguen sin ver claro. Una sangría que empieza a afectar a la acción del Gobierno de coalición por las disfunciones que se agolpan a modo de evidente descrédito. Sirva de excepción la contundente exigencia de la vicepresidenta gallega para rebajar la jornada laboral que le proporciona el rédito político del enfrentamiento con la patronal, un duelo siempre agradecido desde la izquierda.

Pero la fuga de aquellos socios comprometidos en el acto fundacional del Magariños continúa frenética por la desilusión que entraña el proyecto una vez que se le pasa el algodón de las urnas. Llegados a este desvarío, en Sumar ya no pueden encontrar nuevos compañeros de quita y pon como le ocurre a Sánchez. Su panorama aparece mucho más sombrío. Al presidente siempre le quedará el cebo de las canonjías para atraer al PP cuando le interese sin que nadie le vaya a rechistar a su alrededor.