El domingo 9 de junio se celebran en la Unión Europea unas elecciones absolutamente transcendentales. En la previa de las mismas, la situación nacional e internacional se asemeja a un gran temporal en alta mal. Se mire a donde se mire se observa una situación convulsa repleta de rayos, truenos y olas de gran calibre que ponen en peligro este frágil barco nacional.
Frágil, dado el apoyo precario que acompaña al gobierno de Pedro Sánchez desde las elecciones del pasado año. Desde entonces se han ido sorteando a duras penas peligrosos escollos, primero las elecciones en Euskadi, que afortunadamente dieron lugar a un posible estable gobierno de coalición entre PNV y PSE.
Después, las catalanas, que se salvaron con una victoria incuestionable del PSC de Salvador Illa, que sumado a la debacle del sector independentista, augura un futuro menos complicado de lo previsto.
Por el camino, un PP echado al monte, que aún no ha interiorizado que a pesar de ganar las elecciones no ha sido capaz de conformar gobierno, porque solo se puede entender con Vox, se dedica a poner constantes palos en las ruedas alejándose de lo que debiera ser una posición de estado. Constantes llamamientos a salir a la calle contra el Gobierno sin entender que cada vez menos gente sigue sus mandatos. La manifestación del pasado domingo batió todos los récords de poca asistencia, lo que debiera hacer recapacitar a sus dirigentes sobre lo erróneo de dicha táctica.
Feijóo, que entró en la dirección del PP con la fama de moderación adquirida en sus gobiernos en Galicia, se está viniendo abajo debido a la presión asfixiante que le ejerce la lideresa madrileña Isabel Díaz Ayuso, asesorada por el siniestro Miguel Ángel Rodríguez, partidario de las tesis trumpistas de Steve Bannon.
En esas condiciones podemos ver al Gobierno falto del apoyo del mayor partido de la oposición, en cuantas medidas importantes plantea para nuestro país y lo que resulta aún más grave en todos aquellos conflictos habidos en política exterior. Especialmente en las últimas semanas en el choque de trenes habido con el excéntrico Javier Milei, máximo dirigente de Argentina, que con su posición lenguaraz y provocativa ha creado un grave conflicto diplomático.
No se puede venir a una convención de fuerzas de extrema derecha en Madrid convocada por el Vox del ultra Abascal, a insultar y provocar al presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, A él y lo que resulta aun más grave, a su esposa.
Lejos de rectificar y pedir excusas, ha seguido ya desde Argentina con la misma posición agresiva e insultante, quizás para evitar que se hable de la terrible situación en la que está sumiendo a su país.
El PP, lejos de adoptar una posición de apoyo a nuestro Gobierno, como por ejemplo hizo Zapatero cuando en una ocasión Hugo Chávez insultó a José María Aznar, se ha puesto del lado del agresor con tal de intentar debilitar a nuestro presidente. Se ve que ha perdido totalmente el rumbo.
Pero no solo ha quedada clara su posición en este incidente, también ante el conflicto abierto con el Gobierno israelí de Netanyahu a cuenta del reconocimiento del estado palestino, el PP se ha situado en la otra orilla.
No es lógica esta posición, especialmente cuando casi toda la comunidad internacional se sitúa en la sensata posición del gobierno. Recordar que unos días antes se votó dar voz a los palestinos en la Asamblea General de la ONU con 143 votos a favor y 9 en contra.
El reconocimiento de los dos estados, Israel y Palestina, abre la única posibilidad de paz en la zona. Junto a ello, también la condena de la actitud genocida de Netanyahu y su Gobierno en Gaza.
Las últimas masacres perpetradas dejan al PP y Vox con sus vergüenzas al aire. Especialmente cuando las últimas encuestas indican que la inmensa mayoría de la ciudadanía de nuestro país se alinea claramente con las decisiones del gobierno. ¿Tendrá esta posición errática del PP consecuencias el 9-J? Veremos.
En esas elecciones, aunque la gente se manifieste alejada de ellas, nos jugamos mucho, más de lo habitual. El avance de los partidos de extrema derecha parece evidente y ese peligro puede ser aun mayor ante la posición tibia y ambigua de la derecha clásica del PP europeo.
Las últimas declaraciones de Ursula Von der Leyen insistiendo en que no sería extraño apoyarse para su reelección en partidos como el de Giorgia Meloni, primera ministra de Italia, han encendido todas las alarmas.
La nueva tesis que esgrime la derecha clásica europea es que existen dos extremas derechas, una radical que representa Alternativa por Alemania y otra moderada de Meloni en Italia, Le Pen en Francia e incluso Orban en Hungria.
Las declaraciones de Maximilian Krah de AfD planteando que no todos los miembros de las SS fueron criminales, han permitido el lavado de cara del resto de extremas derechas.
Inmediatamente, Feijóo y su PP han abrazado con entusiasmo esa tesis, curiosamente mientras contradictoriamente criticaba a su socio del alma Vox con el compite a sangre y fuego ese 9-J.
Se equivocan Von der Leyen, Feijóo y las derechas moderadas europeas. No se puede, no se debe dejar el rebaño al cuidado de los lobos, aunque estos se disfracen con piel de cordero. Dejar Europa en manos de Meloni, Abascal, Le Pen, Orbán o Krah es llevarla a su destrucción. Dejar sus valores clásicos en sus manos la conducen a posiciones xenófobas, racistas, extremistas.
Este próximo 9 de junio, los demócratas europeos nos jugamos mucho, quizás todo. Por eso sería imperdonable que ese peligro se plasmara por nuestra ausencia de las urnas. Nuestra obligación es depositar ese día nuestro voto a cualquier partido que defienda una Europa que plasme los valores clásicos de tolerancia, diálogo, respeto al diferente, una Europa democrática. Cuidado, kontuz ese 9-J.