Las reiteradas matanzas del ejército sionista en la franja de Gaza y últimamente también en Cisjordania están conmoviendo al mundo. Incluso para aquellas personas alejadas del conflicto lo que está ocurriendo son crímenes de guerra que la sociedad en su mayoría condena y adjudica la mayor responsabilidad en el Gobierno de Israel por su violencia homicida, una violencia brutal, cobarde y cruel.
En primer lugar, debe saberse que las guerras en las que ha participado le han dado a Israel la oportunidad de apropiarse de más territorios en el marco de su proyecto de un Estado étnico, es decir exclusivo de los judíos. En segundo lugar, la destrucción física de Gaza y otras ciudades tiene como objetivo hacer inviable todo intento de reconstrucción. Con el territorio reducido a escombros, aniquilado, ningún Estado será posible. Un tercer objetivo es el infanticidio masivo que mata a niños y niñas, cada día, sumando ya más del 40% de los 36.000 asesinados durante el conflicto. Matar niñas y niños forma parte de intento de impedir la resistencia del futuro. Los sionistas ven en cada menor destrozado por las bombas de sus aviones a un futuro “terrorista” abatido. Sin duda hay aquí un choque entre sociedades. En Europa no podemos a aceptar el ojo por ojo del sionismo, ni su violencia bíblica, teocrática.
En realidad, derramando sangre inocente sin piedad, el Gobierno de Netanyahu, está escribiendo la crónica de una locura. Cuando se levante el asedio sobre el pueblo palestino y sus municipios reocupados, nos echaremos las manos a la cabeza por la obra de unos sicópatas. ¿Qué objetivo antiterrorista se cumple destruyendo clínicas, escuelas, barriadas enteras, abatiendo mujeres y centros escolares, reventando con bombas instituciones palestinas, alcaldías, centros de derechos civiles, estaciones de radio y mobiliario público? ¿Qué objetivo se cumple incursionando en clínicas y disparando a los pacientes en sus propias camas?
Destruir todo aquello que pueda ser la base de un futuro Estado palestino, esa es la consigna. Destruir sus infraestructuras, carreteras, torres eléctricas, su autoridades y símbolos. Los sionistas roban las placas de calles y plazas como para borrar a la parte palestina del mapa y de la historia
La ocupación es la clave de todo. La ocupación es el telón de fondo de todo el conflicto en sus detalles. Israel hoy por hoy representa un peligro para la paz mundial. Más aún cuando sus dirigentes y parte de su población, en palabras del intelectual judío e hijo de rabino Michael Warschawski, “ha asumido el concepto de choque de civilizaciones y ve la necesidad de una guerra de anticipación permanente”. El árabe, lo musulmán, enemigo histórico en la lucha por la sobrevivencia del Estado de Israel, se convierte ahora en un enemigo aún mayor que lucha por derrotar al mundo civilizado. Esta tesis hecha paranoia justifica absolutamente toda la violencia que se pueda desplegar contra la resistencia palestina. Sin embargo, ni Israel ni EEUU ni Europa, deberían olvidar que un joven llamado Osama Bin Laden contempló la invasión israelí del Líbano en los años ochenta y que hoy muchos otros jóvenes están contemplando idéntico escenario. No, realmente, por mucho que se diga ésta no es una batalla contra el terrorismo: es un genocidio que pretende cambiar el mapa político de la región, de estados debilitados y gobiernos títeres, con Israel como gran gendarme. Esta locura no puede quedar impune, por más que Israel, aspirando al estatuto de víctima del holocausto, culpe a sus adversarios de sus propios estragos. La invocación a los males sufridos por el pueblo judío constituye la base de un discurso que pretende un pasaporte de inmunidad perpetua con el fin de ejercer una violencia despiadada. Esto ya no va de política, va sobre todo de valores que la Unión Europea está destrozando. Israel ha desembarcado en Europa y en particular en Suecia para enfangar el festival de Eurovisión. En medio del caos, con el festival intervenido por los sionistas y agentes del Mosad controlando el escenario del evento, Netanyahu ha cruzado todas las líneas rojas con la complicidad de gobiernos europeos comportándose como cagones al servicio del sionismo. La Unión Europea ha enterrado la libertad de expresión en un día de luto que será recordado en la historia como día de la vergüenza europea.
No, realmente, por mucho que repitan la palabra antisemitismo lo cierto es que se trata de antisionismo, o lo que s lo mismo de denuncia de una ocupación y colonización.
Una vez más hablemos claro: semitas. De Sem, hijo de Noé. Se aplica a una serie de pueblos descendientes de Sem: los árabes, hebreos, caldeos, fenicios y sirios son los pueblos más representativos. Por tanto, está fuera de lugar acusarnos de antisemitas a quienes somos contrarios al sionismo. Sión es el nombre dado al monte del Templo, antes llamado Moriah, sobre el que se edificó Jerusalén. Sionistas son los ocupantes.
La Unión Europea, sus políticos burócratas, están exponiendo a sus cuerpos policiales al descrédito y ejercicio de un abuso de poder en calles y universidades. Mientras miles y miles de jóvenes deciden decir basta al genocidio del pueblo palestino, levantando la bandera de los derechos humanos, las policías represivas llevan a la práctica el dudoso honor de defender la voluntad de una elite de políticos indecentes a porrazo limpio. La Unión Europea se cae. Apenas es una banda de mercaderes.
En Alemania, Francia, Reino Unido y otros países occidentales se detiene a quien utiliza un símbolo palestino, sea una bandera, o un pañuelo. Se interroga y amenaza a los detenidos. Sanciones y mutas proliferan por toda Europa violando la libertad de expresión. Los sionistas han cruzado todas las líneas rojas. Dentro de un tiempo repetirán la frase “¿por qué nos odian?”. Lo harán como si se tratara de algo inexplicable.
Politólogo especialista en Relaciones Internacionales y Cooperación al Desarrollo