El camino hacia la igualdad se puede ganar, pero la lucha que se requiere es incierta y los procesos sociales y políticos siempre están y estarán cuestionados. Pero dicho esto que es toda una declaración de intenciones hay que reconocer que los avances históricos en materias como la educación y la salud señalan que el progreso humano existe. Los datos son incompletos, pero las tendencias son claras. Un dato irrefutable: la esperanza de vida ha pasado de una media mundial en torno a los 26 años, a 72 años en 2020. Es este un dato espectacular. Otros muchos indicadores confirman la tendencia hacia una mayor igualdad. Pero es verdad que la marcha es lenta, demasiado lenta.
De hecho, la humanidad tiene hoy más acceso a la salud que nunca, lo que es una verdad difícil de negar. También es real el mayor acceso a la universidad. Thomas Piketty (investigador y economista francés) no se anda con rodeos y defiende esta tesis a favor del progreso, pero como es un intelectual informado e inteligente, denuncia que las diferencias de acceso a salud y educación son considerables y que al tiempo que derechos y bienes fundamentales se extienden entre la población, gradualmente, surgen nuevas desigualdades a niveles superiores que requieren nuevas propuestas. De manera que el camino hacia una mayor igualdad en todas sus formas es un proceso continuo, complejo y siempre inacabado.
Cuidar la vida, todas las vidas, con calidad, ese debe ser el fin de la economía, de la política, de la sociedad. Y es por consiguiente el motor que puede enfrentar el discurso neoliberal en sus diferentes versiones.
A diferencia de la igualdad el neoliberalismo lleva consigo la carga de la violencia. Sus políticas castigan a países, regiones y continentes, al hambre, a la enfermedad, a la muerte. Sus políticas impulsan la desigualdad en las sociedades más ricas, hasta el punto de que un gran Sur habita en el Norte, mendigando sobrevivir. Sus políticas convierten en mercancía y negocio todo cuanto toca, incluida la vida de los mayores que viven en residencias sin garantías sanitarias. Sus políticas favorecen la concentración de la propiedad de la tierra dejando en la intemperie económica a millones de campesinos y agricultores. Sus políticas imponen alimentos transgénicos que matan el hambre a la par que te matan a ti. Sus políticas desertizan la tierra, agreden bosques y selvas, roban materias primas, contaminan el agua. Sus políticas mantienen la esclavitud en muchos países africanos en la explotación de minas a cielo abierto o en el subsuelo, Sus políticas procuran guerras, algunas infinitas. Las políticas neoliberales no tienen más límite que el negocio.
Por todo esto no es exagerado afirmar que el capitalismo ha fracasado y no es parte de la solución sino del problema. No quiero decir que está en las últimas, que inevitablemente se derrumba. Lo que digo es que no tiene capacidad de encontrar soluciones a los grandes retos de la sociedad mundial. En consecuencia, el liberalismo radical (neoliberalismo) no tiene respuestas en la línea de la igualdad y sí en el sentido contrario. Ya en el siglo XVIII, Jean-Jacques Rousseau argumentaba que la invención de la propiedad privada y su acumulación exagerada es la causa de la desigualdad, es la causa de la discordia entre los seres humanos.
Durante mucho tiempo se extendió la idea de que la desigualdad era producto de un orden natural e incluso divino, pero no. Es ante todo una construcción social, económica y política. De tal modo que existen diversas maneras de organizar un régimen de propiedad. Son elecciones de naturaleza política, dice Thomas Piketty. “Todo depende de la correlación de fuerzas entre grupos sociales y entre las distintas visiones del mundo”.
Personalmente, llevo años distanciado del optimismo que concibe el mundo como una rueda de luces ascendiendo en el firmamento y sigo bajo la influencia del desánimo cuando se trata de evaluar la marcha perpleja y sin rumbo de la humanidad. Pero desde la desventaja en la que nos encontramos en términos de correlación de fuerzas pienso y creo que hay que luchar por la igualdad, la mayor que podamos alcanzar. Dejemos el pesimismo para tiempos mejores.
Para una persona que mantiene en su conciencia el anhelo de un horizonte de igualdad, no cabe rendirse. Las luchas desempeñan un lugar central en la historia de la igualdad, historia que no terminará nunca pues en realidad vivimos un constante volver a empezar. La realidad es así por cuanto con frecuencia la igualdad se ha limitado a lo formal. Para lograr una verdadera igualdad hay que poner en marcha indicadores que verifiquen avances en el combate contra el machismo, el racismo, las discriminaciones sociales.
Las tendencias hacia la igualdad tienen que vérselas con un neoliberalismo de guerra que abre conflictos bélicos y fomenta las diferencias sociales. Los datos de la desigualdad mundial siguen siendo inaceptables. Las desigualdades repercuten en la esperanza de vida y el acceso a servicios básicos, como la atención sanitaria, la educación, el agua y el saneamiento, y pueden coartar los derechos humanos, por ejemplo, debido a la discriminación, el abuso y la falta de acceso a la justicia.
Agenda por la igualdad. En 2015, los dirigentes mundiales aprobaron la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, que consta de 17 objetivos dirigidos a construir sociedades más pacíficas, justas y sostenibles. Reconociendo que las desigualdades atentan contra el desarrollo socioeconómico a largo plazo y pueden generar violencia, enfermedades y degradación ambiental, uno de los objetivos –el objetivo 10, tiene por objeto reducir las desigualdades y la disparidad de oportunidades, ingresos y poder–.
Vuelvo sobre mis pasos al comienzo de este artículo. Si digo que hay una tendencia general hacia la igualdad, ello no supone ignorar los datos que afirman el crecimiento de ls desigualdades. En esta ocasión estoy fijando la atención en la igualdad jurídica, en el sufragio universal, dos avances que abren ventanas el empoderamiento social. Además, la educación gratuita y el seguro de enfermedad, reconociendo que la privatización es una amenaza. También la fiscalidad progresiva ha dado pasos positivos.
Es verdad es que todavía la marcha hacia la igualdad cuenta con emboscadas que la cortocircuitan, pero si la sociedad mundial acepta que las grandes cuestiones económicas son demasiado importantes como para dejarlas en manos de unas elites, entonces habremos dado un gran paso en la buena dirección. Quienes lean la obra de Thomas Piketty Breve historia de la igualdad se llevará alguna sorpresa y se preguntará si sus creencias, sean optimistas o pesimistas, están bien fundamentadas.
Politólogo especialista en Relaciones Internacionales y Cooperación al Desarrollo