El Cazador de TVE, el concurso que tan bien presenta Rodrigo Vázquez, ha cambiado las reglas. Antes pagaba 1.000 euros por respuesta acertada. Ahora solo 200. El tiempo sigue siendo el mismo: un minuto, así que el premio es sustancialmente menor. El duelo con el cazador también se ha visto mermado en su recompensa. En la escalera de premios, antes se podía multiplicar por diez y por doce (a veces más, incluso) el dinero conseguido por el concursante en su minuto.
Así que lo habitual era poner en el anzuelo entre 80.000 y 100.000 euros por ronda. Ya no, ahora los concursantes obtienen, con suerte, en su ronda del minuto un premio mileurista, que en vez de multiplicar por diez o por doce, si responden una pregunta más, simplemente lo duplican. Para engordar la cifra, han creado otro peldaño en la escalera en la que, por hacer pleno, la cantidad que ganan no alcanza ni una cuarta parte de lo que se ofrecía antes acertando una pregunta menos y pudiendo equivocarse una vez. En resumen, El Cazador de TVE practica ahora la caza menor.
¿El motivo de tanto recorte en estos tiempos de inflación? Que antes el premio ganado por cada concursante servía para acumular el bote de la caza final, que el 98% de las veces luego perdían, así que se iban a casa sin nada logrando que El Cazador sea el concurso que menos pasta ha dado en la historia de la tele. Ahora, lo que obtiene cada concursante en su tanda de juego se lo lleva, mientras que el programa añade dinero fijo al bote, siguiendo el modelo de Pasapalabra, para que ese gran premio sea en su momento el anzuelo y no lo que se gane por programa. Lo que no es mala idea, pero peca de tacaña para aguantar motivados cada tarde hasta la fase final. Además, el concursante que más respuestas acierta en la caza final regresa al día siguiente en otro intento de fidelizar a los espectadores.
El problema del cambio es que, antes, la oferta de los cazadores a cada concursante era el momento álgido del programa, donde también aprovechaban para vacilarles con cifras juguetonas que aludían a lo que contaban, con la libertad de que a veces fueran tacañas por abajo (y ni siquiera tanto como ahora) y especialmente generosas por arriba. Ahora, se limitan a ofrecer siempre lo mismo: la mitad de lo ganado si bajan un peldaño; el doble, si suben otro; y el cuádruple, si van al pleno.
De forma que ese tiempo que antes era de tensión, ahora es un trámite lento y aburrido, porque ya sabemos cada cifra que van a decir. Además, la oferta del pleno tiene tanto riesgo por tan poco que dinero que suena tan interesante como aquel juego de las comunidades que se inventaron en ¡Allá tú! y que nadie quería. La gracia de El Cazador estaba en tentar para que pareciera fácil (solo una preguntita más) lo que es tan difícil. Ahora, ya no les compensa el riesgo, solo llegar al bote, y el juego resulta más aburrido en casa.