Estados Unidos, ese país tan avanzado para algunas cosas y tan retrógrado para otras, vivió en la madrugada de ayer la ejecución de un preso en Alabama con hidrógeno. Sí, en el año 2024 asfixiaron con gas a Kenneth Eugene Smith, condenado por un asesinato realizado en el año 1988. El hombre, según cuentan los allí presentes, estuvo agonizando durante casi 20 minutos, con entre dos y cuatro minutos de “convulsiones involuntarias de su cuerpo”. No seré yo quien defienda a este criminal, pero hay fórmulas más humanas de condenar a alguien, más aún en un país desarrollado con tanta influencia en todo el planeta. Someter a una persona a este sufrimiento puede servir para saciar la sed de venganza, pero no va a hacer que regrese la mujer asesinada. Es más, deshumaniza a los ejecutores y los sitúa al mismo nivel que el ejecutado. Lo peor es que posiblemente no sea la última vez que se de este tipo de ejecución, ya que se trata de un experimento como posible alternativa para la inyección letal. Habrá quien me llame blando, pero en la época en la que nos encontramos no me entra en la cabeza que alguien pueda acudir a una sala a presenciar con total normalidad cómo una persona muere asfixiada entre convulsiones. Me encaja más en siglos pasados.