Hoy hace 31 años, el 31 de diciembre de 1992, el Consejo europeo de Luxemburgo aprobó la Reforma del Tratado de Roma, dando paso a la aprobación del Acta Única Europea, con el triple propósito esencial de crear un espacio único europeo libre de barreras para el intercambio y la cooperación entre los entonces 12 Estados Miembro y sus 320 millones de ciudadanos en la aún Comunidad Europea, la agilización y reforma del proceso de decisión y las más de 300 medidas que el llamado coste de la no Europa (Paolo Cecchini) exigía.

El entonces presidente de la Comisión Europea, fallecido a los 98 años este pasado jueves, 28 de diciembre, Jacques Delors, explicaba su apuesta por una Revolución Tranquila cuando asumió, en 1985 la presidencia: “Me planteaba si abordar grandes reformas institucionales y políticas o forzar un cambio profundo en seguridad y defensa o acelerar la unificación monetaria. Mi experiencia como exministro francés de Economía y fiel a los principios de uno de los padres fundadores de Europa, Jean Monnet, opté por establecer un objetivo movilizador y fiar un calendario y medios para su logro. El espacio único europeo sería el desencadenante de todos los beneficios esperables y superadores de las dificultades preexistentes”. Sería en sus palabras, “una revolución tranquila”.

Bajo este paraguas, fue el vicepresidente de la Comisión, Lord Cockfield, quien conformó un equipo para liderar un proyecto “de investigación”, de largo alcance, dirigido por el profesor Paolo Cecchini. Así, la “Europa 1992: una apuesta de futuro o el coste de la no Europa”, se convertiría en la prueba inequívoca del desafío buscado en el iniciático Libro Blanco del Mercado Interior. En enero de 1993, los europeos, estrenaríamos un “Mercado Interior”, tremendamente exigente, que soñaba con generar grandes oportunidades de crecimiento, de creación de empleo, de mejoría de la productividad y beneficios económicos y sociales, nuevas oportunidades de movilidad profesional y empresarial, la elección de los consumidores y superar todo tipo de barreras y obstáculos físicos y de interrelación. Se suponían beneficios compartibles para todos y, se abordaban desde la convicción de Lord Cockfield: “Abogamos por nuestro derecho a prosperar, a lograr un puesto de trabajo digno y a asegurar el futuro de generaciones venideras”. Añadía: “La valentía política, la determinación, el rigor, seriedad, credibilidad y confianza ganada, llegarán y lo harán posible” y señalaba los roles diferenciados de la convergente actuación gobiernos-empresa: “El legislador y los gobiernos deben persuadir a las empresas de sus verdaderas intenciones, fortalecer sus instituciones y provocar caminos de trabajo conjunto”.

Todo un desafío basado en la confianza, en el presente y fe en el futuro.

Extraordinaria convicción, propósito y compromiso que nos ha ayudado a llegar hasta aquí y que, hoy, cobra especial relevancia.

Cuando observamos que despedimos un 2023 con una amplia contestación y más que relativo pesimismo colectivo, en ambientes cada vez más “polarizados” (nueva palabra incluida por la Real Academia española), con crecientes apuestas por salidas y soluciones individuales y escasa perspectiva de futuro o compromisos para su construcción, sumidos en una verbalizada desconfianza ante gobiernos y liderazgos o desprecio al papel del amplio mundo empresarial (del tipo de empresa o sociedades que sean), resulta esencial recordar y valorar las decisiones largo placistas y compromisos retadores que se formulaban en tiempo difíciles y distintos y que, rodeados de incertidumbre y en condiciones críticas, debidamente contextualizados, posibilitaron perseguir caminos de impacto, largo recorrido, transformación y progreso social.

Hace unos días, un grupo de jóvenes volvían de un breve viaje “vacacional” por Bosnia. Les pregunté cómo habían elegido ese destino y su respuesta fue clarificadora: “Hemos leído y oído mucho de la guerra de los Balcanes y siempre pensábamos en un conflicto lejano situado en los finales de la segunda guerra mundial. Tuvo lugar cuando algunos de nosotros aún no habíamos nacido. Fue ayer y aquí, a escasos kilómetros. Hemos conocido in situ el horror de la guerra, sus destrozos, herencia y, también, su esfuerzo, compromiso y capacidad de resiliencia”. Hemos comprobado la artificialidad en el trazado de nuevas fronteras, las razones de vocaciones e identidades diferenciadas y la complejidad de la redefinición de apuestas y estrategias de futuro, además del tiempo requerido para una solución normalizada”.

Sin duda, necesitamos gestionar de manera adecuada la dimensión tiempo como savia clave en la consideración de todo tipo de decisiones y las implicaciones e interrelación que existe entre muy diferentes acontecimientos y hechos relevantes. Hemos de esforzarnos en recordar, una y otra vez, el contexto y tiempos en que se tomaron decisiones que hoy nos parecen irrelevantes o inexistentes como si lo que observamos, padecemos o disfrutamos hubiera caído del cielo, por generación espontánea.

Volviendo a la referencia a Jacques Delors, recordemos que el Estado español tan solo se incorpora a la Comunidad Europea en 1986 tras la entrada de Portugal. El final de sus respectivas dictaduras, “minutos antes”, posibilitó un proceso de adhesión a la vez que alumbraba motivos de esperanza y seguridad democrática para una sociedad que aspiraba a forjar su propio futuro.

Para Euskadi, y en especial para quienes de la mano del Partido Nacionalista Vasco (fundador de los equipos demócrata-cristianos del 1947, conformando la base del proyecto europeo) hemos desempeñado cargos institucionales, Europa (en especial en su concepción de una Europa de los pueblos y no de los Estados) siempre ha sido un norte a seguir. (Queremos más y mejor Europa, aunque no nos guste ni todo lo que hace, ni sus procesos de decisión excesivamente concentrados en los ejecutivos de los Estados miembro y su enorme burocracia, ni el escaso peso de sus naciones no Estado y el poco más que simbolismo representativo de sus diferenciadas regiones y organizaciones institucionales diversos). En esta línea de principios y aspiraciones, nuestra coherencia estratégica nos llevó en aquellos años 80 a profundizar en los desafíos europeos y trasladarlos, con cambios y adecuaciones específicas, a nuestras políticas y proyectos. Así, siguiendo a Cecchini, adaptamos el compromiso del coste de la no Europa y la creación del espacio único europeo o mercado interior, conscientes de lo que sería para Euskadi, mucho más que una revolución tranquila.

No solamente asumimos el desafío de supresión de obstáculos y barreras físicas para participar de un “mercado interior”, lo que suponía afrontar una competencia multindustria que afectaba a todo nuestro tejido económico-industrial, o una modernización de las administraciones para el rediseño de estrategias y políticas públicas, o una reorientación financiera-presupuestaria y una transformación del mundo empresarial, sino un esfuerzo inversor para potenciar la dotación de infraestructuras (más que físicas, inteligentes) y formación a todos los niveles, cara a lograr una verdadera integración en ese espacio por construir. Nunca lo hemos visto como un mercado, sin duda relevante, sino como un verdadero espacio socioeconómico y político de bienestar y progreso social, de paz y democracia, al servicio de los pueblos y las personas. Entonces, eran tiempos de otro enorme desafío: superar nuestra marginalidad. Euskadi no formaba parte del eje central de desarrollo europeo (la entonces conocida como “banana azul” en el corredor Londres-Milán y sus áreas de influencia) y estábamos cada vez más anclados en la periferia. Sin duda alguna, las oportunidades de crecimiento, de desarrollo y empleo y los beneficios económicos del “mercado por configurar”, se alejaban de nuestras posibilidades. Adicionalmente, nuestro punto de partida no era demasiado halagüeño: reconversiones inevitables y dolorosas (ahora cumplimos 40 años del más que simbólico cierre del astillero Euskalduna en el corazón de la Ría de Bilbao y sus consiguientes incidentes y conflictos sociales), desempleo desbordado, conflictividad social y un insufrible terrorismo paralizante. Nuestro viaje hacia Europa requería, también, una verdadera “revolución o reconstrucción” de redes de bienestar y desarrollo social, además de un profundo fortalecimiento institucional. Confianza, credibilidad, compromiso, creatividad y valentía colectiva resultaron imprescindibles para nuestro tránsito deseado. De estos ingredientes surgieron muchas políticas y programas bajo un manto interinstitucional: “Euskadi-Europa 93”. Una propuesta que movilizó todo tipo de recursos, que reasignó presupuestos públicos, desarrolló una intensa agenda europea al servicio de Fondos ad hoc, desplegó multitud de proyectos cohesionados, configuró una base de servicios sociales clave e innovadores, y una estrategia de política industrial como eje vector de las diferentes políticas económicas de nuestras instituciones. Más allá del mercado, apostó por dotar al país (y a sus ciudadanos) de una extensa e imprescindible red de bienestar, verdadera joya que hiciera posible todos los desarrollos previamente indicados. El informe Cecchini se convirtió en un libro de cabecera en nuestros centros de decisiones. Imprescindible a la vez que insuficiente para un pueblo periférico, sin capacidad de decisión directa en el “Club de los 12”, pero consciente de sus oportunidades por encima de sus amenazas. Preparados, entonces, para acometer una estrategia propia de prosperidad y desarrollo en un espacio más allá de un Mercado único o interior, exigente, retador e inevitable, que temíamos a la vez que pretendíamos con esperanzada ilusión.

Hoy, en una renovada Unión Europea de 27, con procesos abiertos de negociación y agendas para nuevas ampliaciones y con un rediseño de “otra Europa del futuro”, si bien con una reflexión inacabada por el parón pandémico, a las puertas de nuevos desafíos, de un nuevo Parlamento y Comisión a partir del próximo año que afrontamos, continuamos queriendo creer en su verdadera transformación y protagonismo.

Tiempos de movilizar ideas, personas y recursos, desde la confianza responsable y la capacidad y compromisos demostrables. Construir nuevos espacios, atendiendo la línea del tiempo. Recuerdos y reconocimiento para quienes tuvieron la fortaleza y visión necesarios para apostar por un mundo complejo e incierto, desde las oportunidades y no paralizados por obstáculos, problemas y barreras.

Sin duda, mañana iniciaremos un gran y próspero año 2024.