Antes, cuando triunfabas en la tele, se llevaba lo de poner un piso a tu madre y retirarla del currelo. Ya no, en estos tiempos en los que la tele se ha llenado de Terelus y Rociítos, los huérfanos de madre famosa cuando triunfan ponen a currar a la suya para sentirse integrado, uno más con plaza al que no miren raro por tener méritos propios. Lo vimos con Paco León, que hasta le hizo dos pelis a mamá, y ahora ha sido Roberto Leal el que ha puesto un programa a su madre para hacer juntos una especie de Cuarto Milenio de risa (valga la redundancia) con sus ouijas y fantasmas, pero como el nombre Milenio 3 (que pega más en la empresa de Antena 3) estaba pillado, lo han llamado Casafantasmas, que evoca a la variada saga fantasmagórica sin comprometerse demasiado en si lo que vamos a ver será tan bueno como la original peli ochentera, tan mala como su versión femenina o tan prescindible como su resurrección (otro ejemplo de herencia).
Aquí, Roberto Leal y mamá reciben el encargo de un señor (algo así como el jefe del inspector Gadget) sentados en pupitres de colegio, se suben a una autocaravana como la del padre de Frasier Crane y, armados con una linterna (en un tardío homenaje a Mulder y Scully), se ponen a investigar sucesos paranormales, a veces protagonizados por murciélagos y otro por el típico señor que se haría amigo de Iker Jiménez que, al menos, tiene el detalle de hablar con los fantasmas que se cruzan por su camino en castellano y no como aquella señora de Tele 5 que hablaba con todos los muertos, ya fueran de Soria, Sevilla o Valladolid, en inglés mientras Jordi González intentaba no sonrojarse.
Como en los trucos de magia de Got Talent, aquí también se tira de clásicos siendo la estrella la ouija empujada por deditos que nadie mueve pero que la ciencia ha demostrado que cuando se venda los ojos a los participantes, los espíritus que todo lo ven no atinan a escribir una palabra a derechas. Aquí, además, se valen de la tecnología para que el espíritu de turno dé una charleta sonora en directo por la app del móvil o una especie de walkie talkie, que vivimos en unos tiempos en los que la gente no lee ni los subtítulos de la tele, como para leer una ouija.
Y así, de viaje en viaje, madre e hijo (y algún espíritu, no se sabe si santo) van resolviendo (es un decir) fenómenos extraños, aunque se hayan dejado pasar el más importante: cómo es posible que Alberto Chicote también aparezca en este programa sin venir a cuento... como en tantos otros. Eso sí que es un misterio y no ponernos a escuchar la enésima psicofonía en la que no se entiende un carajo lo que dice el señor espíritu.