Ala hora de escribir esta breve reseña, no puedo dejar de pensar en la hora a la que podré salir de esta redacción que se ha convertido en mi primera casa. Pero no se piensen. Solo quiero abandonar mi puesto de trabajo para acceder al lineal de mi supermercado de confianza para comprar una botella de vino de crianza con el sello de la DOC Rioja. Están a un precio que casi invita al consumo compulsivo, muy por debajo del producto y de la cultura milenaria que están detrás del caldo. A mí me da al hocico que, pese a ser una Denominación de Origen fundamental en el ámbito nacional y muy conocida en el internacional, ahora recoge los años y años en los que el Consejo Regulador no ha atinado con las políticas adecuadas para poner en valor lo que un día fue el oro de la zona. En vez de prestigiar y fomentar la calidad, se ha confiado únicamente en el marketing, en la cantidad y en plantar más y más viñedos, aún fuera de sus ubicaciones históricas. Todo ello, acompañado por la impertinente politización absurda, arrastra a parte del sector, a los más pequeños, hacia un lugar incierto del que se quieren escapar y no pueden por la inercia de una institución con muy poca cintura y menos visión de futuro y capacidad estratégica. En cualquier caso, yo brindo por ellos.