n una reciente entrevista realizada para el diario Financial Times William Burns, director de la CIA, Agencia de Inteligencia de Estados Unidos de América, indicaba que la invasión rusa de Ucrania demuestra que “los poderes en decadencia pueden ser tan disruptivos como los poderes emergentes”, pero que para el país norteamericano no cabía ninguna duda de que en el largo plazo “el mayor desafío geopolítico como país viene constituido por China”.

La guerra en Ucrania ha despertado viejos fantasmas de un mundo bipolar que creíamos ya superados. En las últimas semanas la amenaza del uso de armas nucleares por parte del régimen de Moscú ha traído a la memoria crisis históricas que, como la de los misiles de Cuba, pusieron al mundo al borde del abismo. Sobre la amenaza nuclear Burns indicó que, como servicio de inteligencia, no han percibido que Rusia haya realizado movimientos específicos de cara a un posible despliegue de armas de ese tipo, pero que dicho riesgo no podía subestimarse. Por otro lado, Burns enfatizó que el fiasco ruso en la primera parte de la guerra ha incomodado al Gobierno de Pekín -aliado declarado de Moscú, que se niega a condenar abiertamente la invasión-, toda vez que el pobre rendimiento militar ruso, la feroz resistencia local y la firme respuesta de los países occidentales complicarían un posible escenario anexionista sobre Taiwán, cuya reunificación Pekín reclama abiertamente como parte del territorio único de China.

El papel de China en la política internacional ha ido incrementándose en los últimos años de forma directamente proporcional a su relevancia económica, a día de hoy indiscutida e indiscutible. El gigante asiático ha estrechado lazos de colaboración económica y financiera con múltiples países, lo que le permite haber tejido una importante red de contactos y complicidades en buena parte del planeta. Además, el gobierno de Pekín ha realizado un gran esfuerzo inversor en sus fuerzas armadas cuyo presupuesto, según algunas fuentes, se ha visto incrementado a razón de un 10% anual en los últimos 20 años. Su afán por cobrar relevancia militar se ha visto impulsado últimamente por los rumores de la posible apertura de una base naval china en las Islas Salomon -cercanas a la costa australiana-, lo que le permitiría incrementar su ya de por sí importante influencia en todo el Pacífico.

En otra extraordinaria entrevista realizada por el diario económico británico Henry Kissinger, presente como protagonista en varias de las crisis nucleares ruso-estadounidenses del siglo XX, subrayó la gran diferencia que él percibe en relación con el pasado, pues ante su derrota ni los soviéticos en Afganistán ni los americanos en Vietnam enarbolaron la amenaza nuclear como lo está haciendo Putin en el momento presente. “Estamos viviendo una nueva era”, indicó el diplomático norteamericano, para quien la amenaza del uso de armas nucleares no puede ser en ningún caso aceptada por los países occidentales, pues abriría el camino a un nuevo método de chantaje de consecuencias difíciles de prever.

El casi centenario ex secretario de Estado norteamericano -cumplirá 99 años a finales de este mes- también aludió a la actual entente chino-rusa. Para Kissinger se trata más de una unión circunstancial que de una fraternidad natural, lo que queda reflejado en las numerosas tensiones fronterizas que han existido entre ambos países hasta fechas bien recientes. En el sentido anterior, consideraría poco inteligente -unwise, en su exquisita expresión- que, en un escenario de final de la guerra en Ucrania, la postura de los aliados sea tal que empuje a estos dos países a un hermanamiento que los haga constituirse en un bloque unido opuesto a occidente.

La guerra en Ucrania ha servido de disparadero para una nueva recomposición del orden mundial que, ya de forma solapada, venía perfilándose en los últimos tiempos. El conflicto bélico está redimiendo a la inteligencia norteamericana de sus errores del pasado (aquellas armas de destrucción masiva que Saddam Hussein poseía) y demostrando su capacidad para avisar de la invasión y ubicar las unidades, generales y navíos rusos en tiempo real. Esos datos de inteligencia están constituyéndose como pieza esencial en una contienda que está mostrando que, efectivamente, vivimos en una nueva era, en la que para ganar un conflicto armado ya no sólo precisamos de infantería, tanques y fusiles, sino que debemos también estar bien provistos de información, drones y misiles.

A día de hoy es difícil visualizar el final de la contienda en Ucrania. Con todo, un día nos encontraremos en ese punto y contemplaremos cómo muchas piezas del tablero geopolítico se mueven -lo están haciendo ya- hasta alcanzar otra estabilidad, una diferente a la que hemos vivido hasta el momento presente. El pasado nos demuestra que en estos convulsos periodos Stalin puede estar de nuestro lado ante la amenaza nazi o Nixon debe viajar a Pekín para estrechar la mano del mismísimo Mao Zedong y aislar así al enemigo soviético. Así, en el camino que deberemos transitar es muy probable que nos toque presenciar alguna imagen absolutamente impensable en el momento presente, con diegos donde se dijo digo y complicidades y sonrisas donde hoy hay fobias y desconfianzas.

En los últimos 30 años nos hemos acostumbrado a una realidad en la que hemos vivido con naturalidad la interconexión prácticamente absoluta propia de la globalización. El mundo abierto ha facilitado la movilidad global de personas y mercancías prácticamente por todo el planeta: hasta febrero la cadena productiva de nuestras empresas encontraba parte de sus líneas y componentes en territorios como Rusia o Ucrania y, de la misma forma, aun con mayor intensidad, los productos e inversiones en China continúan suponiendo un elemento comercial de primera magnitud para nuestros actores económicos.

La antigua globalización toca a su fin y será sustituida por un nuevo tiempo, con distintas normas y equilibrios. En el camino los protagonistas principales se apresuran y pugnan por ocupar el lugar que consideran que les corresponde en el escenario mundial: alguno como potencia hegemónica -Estados Unidos-; otro, como país emergente que pretende pugnar por el trono del primero -China-; y un tercero -Rusia-, en decadencia, que con añoranza de un pasado más glorioso no se resigna a ostentar un papel secundario en el panorama internacional. Hasta que todo se aclare mínimamente, bienvenidos al nuevo desorden mundial. l

* Profesor de la UPV-EHU y Visiting Fellow en el Clare Hall College de la Universidad de Cambridge