os problemas se acumulan. La lista es imparable: guerra, pandemia, inflación y falta de suministro ocultan otros temas como el cambio climático, el desempleo o los desequilibrios del sistema financiero mundial. En todo caso, se buscan soluciones. ¿Cómo parar la guerra o al menos mitigar sus efectos? ¿Se gestionó bien la pandemia? ¿Cómo evitar que la inflación sea persistente en el tiempo?

En economía, no existe la solución única. Es fundamental comprender esa idea, y es necesario hacerlo ya que el sistema educativo no nos prepara adecuadamente para poder responder a la realidad. Pensemos en los exámenes habituales: en su mayor parte nos ponen un problema, se aplican unas fórmulas a todos los datos y asunto terminado. Esta enfoque del sistema educativo es un desastre; en la vida real debemos discriminar entre las variables a tener en cuenta y en las que no. Es decir, hay que filtrar los datos. Además, muchos aspectos de los problemas no son mensurables: el ánimo, las expectativas de una comunidad o la degradación del medio ambiente son ejemplos claros. Para continuar, lo de la solución única es un cuento. En matemáticas bien. En ingeniería, física y química, de vez en cuando. En economía, sociología o medicina, no.

En resumidas cuentas, se trata de filtrar los datos, reflexionar acerca de los procedimientos de resolución (incluso en algunos casos se deben inventar) y buscar una solución que se pueda conllevar.

Por otro lado, dichas soluciones aportan siempre un enfoque racional, sin tener en cuenta dos barreras. Uno, el bucle técnico. ¿Qué es? Se ofrecen remedios mágicos envueltos en una superioridad moral, cultural y de conocimiento que no tienen en cuenta los cambios de comportamiento de las personas. Dos, la cultura relativista. Así, se consideran todas las conductas (salvo las extremas) como razonables.

Para argumentar el primer ejemplo, cuando Estados Unidos invadió Irak algunos iluminados pensaban que los habitantes de ese país iban a abrazar la democracia. Por supuesto, era un absurdo. En estos países la mayoría de las personas valoran más su identidad religiosa que su nacionalidad, cosa que no ocurre por estos lares. Es curioso: lo primero que enseñan a los estudiantes de historia es que no se puede valorar el pasado con nuestros criterios actuales. Totalmente cierto. Por desgracia, olvidan el nivel espacial. No podemos valorar la actitud de un afgano, un saudí, un nepalí o un ruso con los estándares occidentales. Es un error garrafal. Profundizando en ello, cuando el gobierno de España llamaba a los transportistas “alborotadores”, de “extrema derecha” o “hacen el juego a Putin”, en realidad estaba modulando el comportamiento de los mismos y elevando, claro está, el coste futuro de la negociación.

Respecto de la cultura relativista, dos ideas. Uno, no puede bastar tener una única visión de la realidad. Se debe aprender, cotejar, comparar. Dos, comprender los hechos no conlleva justificarlos. Además, esto lleva aparejado, muchas veces, relaciones espurias. Decir que Putin tiene razón en el tema de la ampliación de la OTAN no es justificar la guerra. Decir que el gasto en ministerios como el de Igualdad es enorme no es ser de Vox. Por supuesto, no hay ningún problema en ser de ese partido o de cualquier otro; sólo faltaba. Se trata de comprender argumentaciones tramposas que permiten llevarnos a conclusiones deseadas por terceros. Estar de acuerdo en una ley concreta con Bildu (como podría ser la reforma laboral) no es defender a los terroristas.

En resumidas cuentas, se deben aplicar medidas técnicas teniendo en cuenta los cambios de comportamiento asociados a las personas y/o los grupos/países. En caso contrario no se obtienen los resultados esperados o peor aún se generan enfrentamientos graves. Desde luego, no es que los negociantes sean estúpidos y no sepan estas ideas. La mayor parte de las veces, se aprovechan de ellas. La cuestión clave: ¿quién sale ganando? Sesgo a evitar: no siempre quien gana es el que ha generado un conflicto.

Dicho lo cual, afrontemos los retos con otras ideas. Tema de la guerra: no apretar a Rusia hasta ahogarla. Eso puede ser contraproducente; en casos límites las personas somos impredecibles. Siendo conscientes de la catástrofe y la responsabilidad de Putin, se debe buscar una salida digna y posibilista. Tema de la pandemia: ¿dónde están los expertos que la gestionaban? Tema de la inflación: bajar los impuestos y aplicar subvenciones ya. Precisamente los impuestos generan inflación. Aprender de la crisis para suprimir gasto estúpido. Tema de suministro: aplicar una regulación equilibrada que elimine privilegios de grupos de interés.

Lo principal: prevenir. En el ámbito de la medicina y la salud se han realizado avances impresionantes. En el campo de la política y la economía, no. Ya vale, ¿no? l

* Profesor de Economía de la Conducta, UNED ?de Tudela