l conflicto es inherente a todos los niveles de convivencia humana. Desde algo tan simple como la vida de pareja (¿vamos de vacaciones a la playa o a la piscina?) hasta la guerra en Ucrania, pasando por el relevo en la cúpula del poder en el Partido Popular lo vemos. Muchos de los asuntos que ocupan nuestra mente, vida social o medios de comunicación son conflictos. Entonces, ¿cómo afrontarlos?

El primer conflicto es el que tenemos con nosotros mismos. Si no somos coherentes entre lo que pensamos, decimos y hacemos nos sentimos incómodos. No es una situación extraña: queremos estar a dieta, hacer más deporte, controlar nuestros nervios... y muchas veces no podemos hacerlo. Somos esclavos de nuestros hábitos, y para cambiarlos necesitamos motivación, energía, entusiasmo y determinación. No estar en paz con nosotros mismos nos hace más irascibles.

Las personas conflictivas suelen tener “premio”. En caso de duda, ¿a quién se atiende antes? ¿A las personas educadas o a los que montan un lío? A las segundas. Tiene lógica: deseamos evitar el conflicto a toda costa, y eso hace que en demasiadas ocasiones los bordes o tramposos salgan victoriosos. Por lo tanto, cuidado.

Las separaciones matrimoniales están a la orden del día. Sin embargo, muchas estrategias emocionales aplicadas terminan creando problemas graves. Siempre buscamos confirmar nuestra opinión personal, y para sentirnos reconfortados conversamos con aquellos que están de nuestro lado. Eso hace que la situación se agrave más todavía. En lugar de tender puentes los volamos y las primeras víctimas somos... nosotros mismos. Por eso es crucial contrastar otros puntos de vista siempre.

Temas como las relaciones laborales, las estructuras de los partidos políticos o empresariales son también focos de conflicto habituales. En ellos muchas veces ganan las personas ingelitentes (aquellas que saben adoptar el camino adecuado para lograr la posición que ambicionan, estén o no preparados para ella). No cuenta saber hacer; lo fundamental es hacer saber. En consecuencia, existen dirigentes que en demasiadas ocasiones tienen una preparación ridícula y se han aprovechado de que la manera de lograr su posición era adular, engañar o pelotear. En teoría este tipo de problemas se deberían solucionar con reglas claras y sencillas, pero el interés personal siempre se usa para reorientar dichas reglas a un bien común que termina siendo un bien particular. Una vez más, se trata de abrir los ojos.

La teoría de juegos es una rama de la economía que explica cómo funcionan las interacciones entre diferentes agentes, sean personas, instituciones, empresas o países. Fue creada por el mayor cerebro del siglo XX: John Von Neumann, aunque no podemos obviar las aportaciones de Oskar Morgenstern a la misma.

Una aplicación sencilla tiene que ver con la carrera de armamentos. Lo mejor que pueden hacer los países es usar sus recursos para mejorar la vida de la población: sanidad, educación o infraestructuras. Sin embargo, corremos el riesgo de que el vecino se arme y nos conquiste. En consecuencia, la decisión final es fácil. Defensa.

Otra aplicación es el juego del gallina. Dos conductores tienen sus coches frente a frente, van al encuentro. Quien se desvía, pierde. Si nadie se desvía, mueren los dos. La aplicación de este modelo nos lleva a conclusiones inquietantes.

Por último, tendemos a relacionar una causa (“Putin quiere recuperar el imperio soviético”) con una consecuencia (“invasión de Ucrania”). Sin embargo, la realidad es compleja. Veamos. Los rusos han sido educados en la idea de que Ucrania no es un país. Por lo tanto, ven la conquista como una recuperación de una provincia perdida. Desde el otro punto de vista, el sentimiento de pertenencia, en especial en la población joven, ha tenido tiempo de hacerse más fuerte. Es más fácil conquistar un territorio que conquistar un corazón. Además existen resentimientos pasados; en este caso, imposible olvidar el holodomor: la muerte de hambre de millones de ucranianos en los años 30 del siglo XX.

Hay más causas posibles, como una posible debilidad del gobierno ruso o una simple reafirmación de poder. Hay más efectos seguros: caída del rublo, el estigma negativo que inevitablemente se va a asociar a lo ruso, el deporte, la inseguridad global o la caída mundial de ánimo, ahora que se atisbaba un poco de luz debido al control logrado con la pandemia.

En un mundo gobernado por números, sólo valoramos lo mensurable. Es un error que no tuvieron en cuenta los norteamericanos en la invasión de Vietnam.

Los humanos acostumbramos a repetir los errores. * Profesor de Economía de la Conducta, UNED de Tudela