ociopolíticamente hablando, sin ir más allá de los últimos doscientos años, siempre que el progreso impregna con aromas de igualdad las tendencias humanas, cuando los techos de cristal que discriminan y afectan a las diferentes tendencias de género parece que se agrietan, cuando la demanda sanitaria reclama un trato justo y universal para todos los habitantes del planeta, cuando se avanza hacia una educación preventiva para que el cambio climático no afecte de manera irremediable a las futuras generaciones, o, por no continuar una interminable lista, cuando la justicia social se va abriendo paso hacia un reparto más justo de todo, es cuando los poderes financieros retiran sus caretas de buen comportamiento -si alguna vez han sido sinceros- y deciden posicionarse, junto con los poderes terrenales, favoreciendo a los privilegiados, desmereciendo cualquier otra posición que les incomode. Es también cuando actúan en esencia las democracias de plata, denominadas así por Jean-Pierre Barou, inclinando la balanza hacia el conservadurismo atroz, priorizando el interés individualista de sus posiciones. Sin escrúpulos. Sin remordimientos ante los crímenes que puedan ocurrir.

Ante esto, no perdamos de vista lo que está ocurriendo en Ucrania. La inquietud geopolítica desatada entre Rusia y EE. UU. no sólo les afecta a ellos. Las posiciones de ambos contendientes son imperialistas, con lo cual sus intenciones arrastran a los demás países, con las archiconocidas consecuencias trágicas que afectan siempre a los mismos: las capas más desfavorecidas. Todo esto no es nuevo. Como digo, siempre que las cosas parece que pueden ir un poco mejor para la mayoría -respetando siempre la legitimidad fundamentada de quien no acata las normas- los comportamientos ególatras, egoístas y avariciosos de esas democracias avanzan arrasando todo a su paso, anunciando un nuevo Armagedón.

Si lo que poseemos no lo cuidamos, nos abandona desapareciendo. Esto nos lo advirtió T. Mann, refiriéndose a la democracia. El escritor alemán entendía la democracia como una parcela justa de la conciencia humana que se concreta en cada uno de nosotros, obligándonos de esta forma a que la política sea asunto de todo el mundo. Por lo tanto, nos encontramos ante un concepto político frágil. Nada más, porque todo el mundo tiene su opinión al respecto. O debería tenerla. De esta forma, más adelante lo veremos, ha sido atacada tanto desde dentro como desde fuera, siendo el fascismo, otra fuerza de raíz humana, el más hostil y continuo de sus contrincantes. Para ello, esta significación se sirve de la versatilidad de un discurso que pretende ser novedoso en su ranciedad, aprovechándose de esa parte de la humanidad que en su eterna inconformidad aspira a la variedad, al cambio, a lo nuevo sin más criterio que ese: lo nuevo. Insisto, bajo un engañoso discurso que promete mejoras inalcanzables, sin que, además, esconda su condición populista. Su avance, a veces, es implacable. Una vez que explora las debilidades humanas, responde a la dolorosa aspiración de la novedad. Su credo la violencia física y mental, nos dice T. Mann, de nuevo. Y es aquí donde las democracias de plata ceden, priorizando sus intereses, como hemos visto.

La situación de Ucrania en la actualidad recuerda a las facilidades que estas democracias de plata ofrecieron cuando cedieron ante las políticas imperialistas de Alemania, en España durante la guerra civil del 36 para cruzar el estrecho de Gibraltar con el ejército africano o para ganar la batalla del Ebro en el verano de 1938. O cuando se cedieron los Sudetes y la Bohemia a la Alemania de Hitler. Ahora los protagonistas, aunque sean los mismos han cambiado su papel -o no-, como lo demuestran las actuales aspiraciones imperialistas rusas en Ucrania, y el hipócrita juego diplomático de las democracias de plata hoy regentes.

A este respecto, no se debe obviar lo que se dijo en el Proceso de Nuremberg de 1946 sobre los temas citados. El mariscal Göring, muy cercano a Hitler, condenado a muerte por crímenes contra la humanidad en ese Proceso, reveló sobre lo ocurrido los primeros días del alzamiento en el Estrecho de Gibraltar: Franco estaba en África con sus tropas y no podía hacerlas cruzar, ya que la flota estaba en manos de los comunistas. Ante todo, el factor decisivo estaba en hacer pasar esas tropas a España. Las democracias de plata, entonces Inglaterra, que movida por su miedo a que los Frentes Populares triunfaran en Europa, optó por un pacifismo vendido; y Francia, que bajo la política de un Frente Popular entonces, también cedió a ese canto de sirenas del fascismo descrito antes, contradiciéndose una vez más. Ellas fueron las que levantaron el bloqueo de Gibraltar, posibilitando el terror infringido a partir de entonces a la población, mediante el incumplido pacto de no intervención.

Lo mismo se hizo en el verano del 38 durante la Batalla del Ebro, decisiva para el devenir de la guerra civil. Fue también en Nuremberg, donde el traductor de Hitler, Paul Schmidt, dice que el canciller alemán dudó con frecuencia de la efectividad del ejército franquista, hasta el temor de que los partidos de izquierdas españoles pudiesen vencer a Franco, posibilitando que prendiesen movimientos izquierdistas en Europa fortalecidos por la posibilidad de esa victoria. Sin obviar, que en septiembre de ese mismo año se celebraba la Conferencia de Múnich, cuya conclusión, firmada por Chamberlain, Daladier, Mussolini y Hitler, acabaría por regalar los Sudetes y la Bohemia -partes integrantes de la entonces Checoslovaquia- a cambio de una paz imposible de proteger por nadie. Salvar sus democracias de los vientos populares, y si fuera preciso salvar a los futuros dictadores. Eso decidieron. Por cierto, Stalin retiró las brigadas internacionales de España, a pocos días del acuerdo de Múnich. Luego en agosto de 1939, firmó la neutralidad con Hitler, asegurando que no intervendría en su conquista de Europa, con Francia e Inglaterra como futuras víctimas de su ingenuidad.

Todos los movimientos se hicieron para evitar la guerra, no para favorecer la paz. Tal y como ahora puede pasar con la cesión a Rusia de las regiones ucranianas del Donetsk y Lugansk. Vuelven a sonar tambores de guerra entre las democracias capitalistas. De nuevo la pesadilla imperialista planea en su horizonte. Entonces, la alianza entre las democracias de plata y el nazismo, el fascismo y el franquismo, fue para evitar el avance de los Frentes Populares. Ahora, una vez que se percibe de nuevo la infiltración del fascismo y populismo en el ámbito político, moral e incluso intelectual, y sabiendo que todo esto puede volver a ocurrir, deberíamos crear un ambiente sociopolítico que fortaleciese la igualdad y el progreso para todos y todas, en vez de dejar que las cosas vuelvan a pasar. Sobre todo, sabiendo que entonces el proceso fue aceleradísimo, ya que, en el espacio de pocos años, el modelo fascista, no olvidemos fecundado dentro de aquellas pseudodemocracias, aprehendió el poder político sólidamente. Hoy, no es menor la peligrosidad de esa repetición de hechos y consecuencias. De nuevo, la gran somnolencia de las democracias de plata, Macron, Biden, Putin, Johnson o Scholz... ofrecen la oportunidad de que todo vuelva a comenzar, por increíble que pueda parecer, arrastrándonos a todos. * Historiador