uién te ha resultado más convincente, Ayuso o Egea?”. La pregunta se podía leer este viernes en el digital de ABC para pulsar la opinión de sus lectores y lectoras sobre el lamentable y vergonzante espectáculo que nos ofrecieron ambos dirigentes el día antes. Y la interrogación ilustra a la perfección el riesgo que tenemos de banalizar lo sucedido en el seno del PP y sus consecuencias.

“Nunca hubiera imaginado...”, compartieron en sus discursos tanto una lacrimógena Isabel Díaz Ayuso como un impasible Teodoro García Egea en sus sorprendentes comparecencias. Cada cual para defender lo trágico de la circunstancia y culpar al otrora colega de partido de sus desgracias. Sin tener en cuenta ni a la militancia de base ni a los miles de personas que han acudido a las urnas a votarles airearon de manera descarnada trapos sucios más propios de artimañas de Villarejo que de dos responsables políticos de su condición.

Sorprende que la dirección del Partido Popular pidiera en octubre a la presidenta madrileña -cito a Casado- “una actitud ejemplarizante” para aclarar por qué su hermano recibió una millonaria comisión como intermediario en la compra de mascarillas al inicio de la pandemia y no haya sido hasta después de las elecciones de Castilla y León cuando haya estallado la guerra.

Si efectivamente la falta de transparencia de la lideresa popular hacía sospechar de un hecho delictivo, resulta incomprensible que el PP no haya acudido a la fiscalía en estos cuatro meses o, por el contrario, cerrado el caso.

Lo sucedido es consecuencia de un mero cálculo matemático por el poder interno de un partido que vuelve a tener en el epicentro a dirigentes con conductas reprobables. No me refiero sólo al dinero que el hermano de Ayuso cobró por traer mascarillas que, entonces, nadie podíamos pagar porque no las teníamos. Eso, de por sí, es incalificable. Me refiero también al bochornoso espectáculo televisivo vivido que, mucho me temo, no ha hecho más que empezar. Los únicos que perdemos somos nosotros, los y las ciudadanas. Ellos sin vergüenza, yo con mucha. La verdad.