l juego del Monopoly se inventó a principios del siglo XX, y su objetivo, además de entretener, era enseñar que la posesión de activos inmuebles es la forma de aumentar la riqueza. Pero ahora, las bases de este juego sirven para explicar la política que siguen los bancos centrales y su influencia en el mercado y en los ahorros e inversiones.
Imaginemos que el jugador de Monopoly que hace de banca ve que los otros jugadores no ofertan nada en las subastas, prefiriendo esperar a que bajen los precios de inicio. Esto provocaría una recesión en la economía real. En el juego, la banca decide experimentar y reparte a los demás jugadores el doble de billetes cada vez que pasan por la casilla de salida sabiendo que en el juego, la banca no se arruina nunca. Lo cierto es que ocurre algo similar en los bancos centrales de la economía real.
Los jugadores con el doble de billetes en mano, se sienten ricos y comienzan a pagar más por el mismo número de calles. Con más dinero en juego, esta nueva situación provoca una importante subida en el precio de cada calle. Pero si un jugador decide guardar el dinero porque piensa que la subida de precios no tiene sentido, y los demás le siguen, obligan a quien juega de banca a volver a doblar lo que paga cada vez que pasan por la casilla de salida; e incluso a pagar una comisión por el dinero que tengan los jugadores sin gastar. Todo con tal de estimular el juego. De hecho, es lo que está pasando en la economía real cuando el Banco Central Europeo (BCE) cobra a los bancos por el dinero que tienen depositado sin usar. Estos, a su vez, se lo cobran a algunos de sus clientes, principalmente a los fondos de inversión. Y si en el Monopoly esto tampoco funciona, la banca tendría que comprar calles, tal como hacen los bancos centrales con la compra de bonos que en el caso de Japón, son acciones.
En el mundo real, que no es un juego, los bancos centrales están dando dinero gratis. Cualquier persona que tenga una hipoteca está pagando mucho menos en intereses hoy que lo que habría pagado hace 10 años. Ese dinero ha decidido regalárselo el Banco Central Europeo (BCE). El exceso de estímulos monetarios puede poner en peligro la estabilidad financiera, que es lo que los bancos centrales de los países están temiendo como si fuera otro Monopoly, y nadie sabe realmente cómo puede terminar cuando la cantidad de dinero que estimulan (regalan) empiece a disminuir.
Se ha dicho que la banca siempre gana: si obtiene beneficios, estos se privatizan. Y si lo que obtiene son pérdidas, estas se socializan. Lo cierto es que el coste del rescate a las entidades financieras españolas ascendió hasta 77.000 millones de euros, de los cuales el dinero público de los contribuyentes sumó 56.800 millones inyectados (vía FROB); se estima que se perderá en torno al 70%. Del resto (20.200 millones), aportado a través del Fondo de Garantía de Depósitos, se perderá el 90%, según el Banco de España. Y eso que han vuelto los beneficios al sector bancario.
Todavía resuenan las palabras del ministro Luis de Guindos al aprobarse el rescate europeo a las entidades financieras españolas: “Me gustaría especificarlo muy claramente, aquí no hay un coste para los contribuyentes españoles”. Lo que no iba a costar ni un euro, serán cerca de 40.000 millones de euros los que no se recuperarán. Y sin contar otras ayudas cuyo impacto nunca se ha calculado: las inyecciones de liquidez del Banco Central Europeo a los bancos en 2011 y 2012 que posteriormente éstos utilizaron para comprar deuda pública.
Por eso enfada que Carlos San Juan, el abuelo promotor de la campaña Soy mayor, no idiota, haya tenido que presentar 600.000 firmas pidiendo una mejor atención para las personas mayores en las entidades bancarias. No tienen entre sus estrategias la buena atención a los usuarios, ni mayores ni de otra edad. Les fríen a comisiones a sus clientes con unos horarios ridículos de gestión, mientras la atención personalizada brilla por su ausencia ahorrándose personal. Eso, sin comentar las muchas sentencias condenatorias por las prácticas abusivas de cláusulas hipotecarias y algunos productos financieros.
Pero el de la banca no es un caso aislado, sino que se suma a una corriente instalada en buena parte de las Administraciones públicas. Se olvidan de que innovar sin la sensibilidad de servicio no es calidad, es pura tecnocracia.
Ojalá más pronto que tarde el juego del Monopoly salga de la vida real cambiando los patrones de justicia financiera -los accionistas no son una excepción- y se dignifique la atención al usuario que todos nos merecemos, en todos los sectores, no solo en la banca. * Analista