egún el Diccionario el significado del término batiburrillo es “mezcla de cosas que no combinan bien, que no guardan relación entre sí”. También recoge otra acepción: “En la conversación y en los escritos, mezcla de cosas inconexas y que no vienen a propósito”. Tal situación se ha producido con motivo de la aprobación de la Reforma Laboral, que ha tenido lugar en el Congreso de los Diputados. Esta aprobación no tendría mayor trascendencia, si no hubiera ocurrido en un ambiente político enrarecido por los desacuerdos, y reacciones, entre los diferentes líderes y partidos políticos. La previsión era que los votos afirmativos fueran 176 y los negativos 173, pero una equivocación y una sorpresa, -de última hora e inesperadas-, hicieron que la victoria fuera muy escasa y controvertida. Dos diputados navarros dijeron “no” donde habían garantizado el “sí”, y un diputado del PP votó “sí” donde sus compañeros, del PP, habían dictado el “no”. Así de sencillo fue todo. Pero la realidad nos ha trasladado a este debate lleno de disquisiciones absurdas que no hacen sino descubrir y mostrar a las claras las severas contradicciones en que se mueve nuestro debate “político”.

Quien, como yo, asistió y presenció la votación sobre la Reforma Laboral debió sacar conclusiones, y aunque el hecho definitivo de la aprobación de la Reforma haya resuelto la situación, cabe sacar conclusiones de muy diversa índole, porque en los días o semanas anteriores, las noticias subrayaban el potente acuerdo al que habían llegado el Gobierno, casi todos los partidos de la Cámara, las centrales sindicales y las entidades representativas de los empresarios. Con este elenco de salida no cabían las dudas, porque solo la derecha más auténtica (y la derechona) iba a posicionarse en contra del acuerdo. Por otra parte, el hostigamiento del líder del PP al presidente de la patronal española, señor Garamendi, no surtió efecto ninguno, lo cual venía a culminar el éxito del Gobierno de Pedro Sánchez y de su ministra Yolanda Díaz que, de ese modo, consolidaba la utilidad de la presencia de Unidas Podemos en el Gobierno. Sin embargo, llegados al punto definitivo, se desbarató la comitiva, fueron perdiéndose a los lados apoyos de una u otra condición, de modo que en el recuento definitivo se juntaron peras con manzanas, y perros con gatos, sin que supiéramos discernir con claridad las razones de cada cual para sus fidelidades o desviaciones.

El ámbito político es, pues, un batiburrillo, un revoltijo de siglas que corresponden a grupos humanos en los que concurren más los intereses que las ideologías. Siendo, como es, una reforma beneficiosa para todos los españoles, que por su justificación y mesura no debería ahuyentar a ninguno, -ni de derechas ni de izquierdas-, ha terminado por convertir el Congreso de los Diputados en un Patio de Monipodio en el que unos y otros metieron la pata, y la clase humana mostró las miserias más básicas de las que los dioses nos legaron. Un error provocó errores subsiguientes. Los aplausos surgieron sin que hubiera razones fundamentadas para ello. Ha sido, quizás, la forma como se produjeron los hechos, lo que tiene ese efecto de descrédito que rodea al hecho acontecido, por eso es importante analizar las formas tanto como el fondo de los hechos.

No sólo era bueno el acuerdo de reforma que se sometía a aprobación, sino todo lo que llevaba aparejado. Los españoles, principalmente los trabajadores sometidos a salarios escuetos y condiciones laborales poco seguras, han ganado en eso, en seguridad, lo cual ya se había traducido en número de empleos consolidados en los últimos tiempos. Pero el acuerdo a tres partes (Gobierno, empresarios y sindicatos), no solo constituye uno de los acuerdos más importantes y solventes de nuestra Democracia, sino la muestra de que la voluntad, si es buena y bien intencionada, puede acercar y lograr acuerdos entre personas que, aunque tengan tendencias diferentes, tienen necesidades parecidas y, sobre todo, complementarias. Ahí ha estado la clave del acuerdo al que llegaron empresarios, trabajadores y Gobierno. La pregunta del millón es, por tanto, ¿cómo es posible que un acuerdo rubricado por empresarios y trabajadores, que constituyen el noventa y tantos por ciento de la población española, sólo haya cosechado un escueto 51% en el Congreso de los Diputados? ¡Algo falla! ¿A qué juegan nuestros representantes en el Congreso? A mí no me cabe ni una sola muestra de respeto y atención hacia quienes no han tenido en cuenta que empresarios y sindicatos (junto a los obreros) constituyen la clave de cualquier acuerdo laboral. Y no me cabe ninguna duda de que el debate político, cuando deja las ideologías a un lado y se empeña en la mera lucha por el poder, se convierte en una pelea de gallos, sin otro aliciente que ver cuál de los gallos es más sanguinario.

Todo ha terminado ya, aunque ha sido tal la resaca y tales las reacciones de los contendientes, basadas en el falso orgullo herido de los “perdedores”, que el asunto dará para mucho, y los últimos coletazos serán tan absurdos que provocarán no pocas discusiones en las que los protagonistas se mostrarán como cerriles indómitos. Poco después de que el debate entre nuestros gobernantes se haya ocupado en asuntos tan poco esenciales como que nuestros ganaderos trabajen con mayor o menor intensidad, y nos provean de carne de una calidad extraordinaria o algo inferior, poco después de que un grupo de ganaderos (¿ganaderos?) hayan tomado al asalto la sede del Ayuntamiento de Lorca para reivindicar no se sabe qué, nos hemos encontrado con este episodio tan escasamente constructivo, en que un error de un diputado (PP) ha remediado la poca vergüenza de otros dos diputados navarros que muy bien pueden ser tildados de estafadores de la voluntad popular... Además de cobardes, pues no fueron capaces de advertir que su traición estaba perfectamente programada y calculada.

Lo mejor de este vodevil han sido las ridículas actitudes de los líderes políticos (en general), tan faltos de rigor como de vergüenza. Unos y otros, los favorecidos y los perjudicados por los errores en la votación, han mostrado sus vergüenzas y, peor aún, nos han seguido amenazando con que el vodevil aún no ha acabado. Al espectáculo sonoro de los aplausos sin sentido, de los abrazos desatados y las euforias desmedidas, han sucedido las declaraciones absurdas y las reacciones de quienes se muestran incapaces de aceptar sus propios errores. Todo ha quedado consumado, por tanto. Y todos los pasos que se den a partir de ahora solo pueden servir para seguir enrareciendo el proceso, seguir desacreditando a la clase política y provocar, una tras otra, las sucesivas imbecilidades de quienes debieran haber aceptado que el acuerdo de los sindicatos y la patronal tiene más valor y credibilidad que cualquier otro tipo de relación.

Vean, si no, “es un fraude democrático, no se puede tolerar este atropello a las instituciones”, ha dicho Pablo Casado. ¿Para qué seguir cuestionando la validez de esos resultados, que no ofrecen la más mínima duda? Lo que sí suscita reflexiones de todo tipo es que un acuerdo como este acabe en un barrizal. En dicho lodazal se han sumergido quienes no han votado a favor del acuerdo, a pesar de que por activa y por pasiva se hayan pasado la vida pidiendo a las formaciones políticas que lleguen a acuerdos en este tipo de asuntos. Desde los famosos Pactos de Ajuria Enea no se había producido ni un solo acuerdo tan variado, y contundente, en lo que a protagonistas se trata. Este acuerdo llega en un momento muy necesario. Desde luego que provoca la inestabilidad y falta de rigor del debate político, pero visto el modo como se ha producido y el escaso rigor y voluntad de nuestros líderes, más vale esto que nada.

Quisimos hacer un acuerdo creíble y hemos llegado a un acuerdo increíble... pero tanto más válido y eficaz como nosotros queramos... ¡Gobierno, partidos, instituciones, empresarios y sindicatos, todos a una!