maginemos que Rusia tiene interés en instalar en lugares del Caribe, por ejemplo, en Cuba y Venezuela, una base de misiles apuntando a Estados Unidos, ¿sería aceptable para Occidente? ¿Cómo reaccionaría la Casa Blanca? Y ahora piense que Rusia se empeña en instalar una base de aviones de combate en la frontera de México con Estados Unidos. ¿Qué haría la Casa Blanca? Naturalmente gran parte de nuestra sociedad y de la comunidad internacional lo vería como una provocación, como una llamada al conflicto bélico, a la guerra. No aceptaríamos que Rusia, Cuba, Venezuela y Méjico, argumentando su soberanía llevaran a cabo una decisión unilateral que ponga en peligro el complicado equilibrio mundial. Esto es lo que pasa cuando el Gobierno actual de Ucrania proclama su decisión de pedir la entrada en la Unión Europea y en la OTAN, aunque ello suponga generar inseguridad y la reacción amenazante de Rusia.
Lo curioso es que ni Estados Unidos ni la UE quieren a Ucrania en ninguna de sus alianzas. Es un país demasiado peligroso por sus conflictos crónicos. Pero ante la petición del gobierno de Kiev, no pueden mirar para otro lado y lo que hacen es jugar al juego de contener la amenaza militar rusa. Utilizan a Ucrania para castigar a Rusia. Pero lo cierto es que es improbable una invasión rusa. Ello significaría meter 500.000 soldados para una ocupación efectiva, además de costes económicos que llevarían a Rusia a una crisis brutal que no desea, para al final tenerse que retirar. En este tablero hay varios jugadores y todos mienten. Sí puede darse una llamada guerra híbrida en el ciberespacio, por ejemplo, e incluso de pequeños choques en las zonas fronterizas. Pero no una guerra convencional en la que Europa sería una gran víctima. De este modo, los anunciados envíos de tropas de Estados Unidos y Reino Unido, a las fronteras de Ucrania, no son más que un pulso con intención disuasoria.
Vivimos en un mundo global y muchas decisiones unilaterales son peligrosas. Aquí no se trata de pro rusos o pro yanquis, se trata de que unos cuantos líderes no pueden imponer a la sociedad mundial la corrupción moral y el desastre humano y social que entraña una guerra. Esos pocos líderes no pueden llevar a miles de personas a la pérdida de la vida, cualquiera que sea el motivo. El diálogo y la negociación son los instrumentos autorizados por la ética para desactivar un conflicto. Nada justifica que una guerra mate a miles de inocentes y destruya pueblos y ciudades. La diplomacia y la movilización ciudadana deben evitarlo.
Claro que Putin no es un ser inocente. Tengo la peor opinión que puede tenerse de un líder político autocrático. Pero la guerra y la paz no va de reacciones emocionales, ni de simpatías. En los últimos treinta años, cinco países del antiguo Pacto de Varsovia, Polonia, Chequia/Eslovaquia, Hungría, Rumanía y Bulgaria, han ingresado en la OTAN. También lo han hecho Estonia, Letonia y Lituania. Ello ha supuesto una extensión hacia el Este de Europa de lo que Rusia considera su principal amenaza. Rusia argumenta que Estados Unidos ha roto sus promesas desplegando misiles a cuatro minutos de Moscú. La Casa Blanca desmiente cualquier compromiso y aboga por aceptar el deseo de Ucrania y Georgia de ingresar en la Alianza Atlántica. Lo cierto es que Moscú y Kiev arrastran tensiones políticas y militares desde hace nueve años por la disputa de las zonas fronterizas de Donetsk, Lugansk (ambas declaradas repúblicas independientes) y Crimea.
El difícil equilibrio de esta región del mundo no puede determinar que sus poblaciones vivan física y mentalmente sometidas a una perpetua amenaza para sus vidas. Cuando en 2014 tropas rusas de elite se infiltraron en la península de Crimea (que era de Ucrania desde 1954, por decisión de Nikita Kruschev) cometieron un acto de provocación inaceptable. Estalló el conflicto que ha causado al menos 14.000 muertos.
Es cierto que ese ingreso semiclandestino de tropas rusas en la región de Crimea fue la repuesta a la caída del presidente filo ruso Víctor Yanucovich, tras retirar su firma del acuerdo de asociación con la Unión Europea, lo que desató una ola de protesta ciudadana que tumbó al presidente simpatizante de Moscú.
Ahora, el pulso parece jugarse en torno al posible ingreso de Ucrania en la OTAN, pero no puede perderse de vista los intereses que despierta el gas en esa región del mundo, cuyo precio parece que aumentará sin remedio. Al final, las guerras tienen un alto porcentaje de motivación económica y de control de los nichos y flujos de materias primas. En este peligroso juego Washington y Moscú llevan tiempo desafiándose y cruzando líneas rojas. Sus políticas llamadas de realismo, les empuja a situarse al borde del abismo. Desplegar a cien mil soldados rusos en la frontera, así como carros de combate y vehículos blindados, es una opción que hay que rechazar.
No obstante, es posible que, a la hora de apretar el botón bélico, pese más el miedo a la destrucción mutua (Europa sería la gran perdedora). Creo que el sentido común debiera resucitar los acuerdos de Minsk promovidos por Francia y Alemania, ahora suspendidos, y que contemplan autonomía política de las regiones sud orientales de Ucrania y el fin del apoyo militar de Rusia a los insurgentes. Pero un acuerdo así debe ir acompañado de un pacto por el que Ucrania retiraría su solicitud de ingresar en la OTAN, pasando a un status de país neutral, así como la retirada del despliegue militar ruso y el establecimiento de una amplia franja de seguridad entre Rusia y Ucrania. La mayoría de la población ucraniana se viene expresando en el no a la guerra y sí a la paz. Y semejante aspiración ciudadana no casa con el despliegue de armas nucleares ni con una permanente dialéctica de amenazas. El mismo status de neutralidad sería recomendable para Georgia.
Pero hay que reconocer que en este conflicto buena parte de la información y de la opinión que crean los gobiernos más implicados son tóxicas. Decir la verdad no está en el ADN de la Casa Blanca y de Moscú. Estados Unidos y la propia Unión Europea quieren jugar la carta del rechazo al régimen de Putin y lo que representa para nuestras sociedades occidentales. Pero no somos idiotas. Sabemos que Irak, Siria y Afganistán, son ejemplos de las guerras ilegales e injustas promovidas por Estados Unidos y basadas en la mentira y la manipulación de la opinión pública. Cada vez que un presidente norteamericano tiene problemas internos, guerra que va. Ahora, Joe Biden llama la atención de que el Kremlin ha iniciado una campaña de agresiones contra Ucrania y ha preparado actos de provocación para facilitar una falsa agresión de Kiev como pretexto para invadir. Bueno, esto es lo que hace habitualmente Estados Unidos: se inventó unas armas de destrucción masiva en manos de Sadam Husein; se inventó que Osama bin Laden se encontraba escondido en Afganistán para bombardear este país, cuando la CIA sabía que se encontraba en Pakistán. Claro que, tras su derrota vergonzosa en Afganistán, el presidente Biden puede estar pensando que la crisis de Ucrania podría absolverle.
Recapitulando. Rusia y su presidente ex KGB tienen razón cuando afirman que Ucrania es vital en su perímetro de seguridad. Sin embargo, citar la unidad histórica de rusos y ucranianos, no le da derecho a invadir un país y someterlo. Toda medida de imposición está sujeta a ser inestable y reversible. Lo que está en juego requiere de una negociación para la estabilidad duradera.
No creo que haya invasión, aunque pueden darse escaramuzas militares. Lo que sí están aprovechando las derechas es para hacer propaganda pronorteamericana, en un momento de crisis de gobernanza y tras su enorme derrota en Afganistán. Pero soy de los que piensan que ninguna de las partes puede imponerse al sentido común, al sentido crítico de la historia. Biden y Putin son culpables. El primero ya ha dicho que las puertas de la OTAN siempre estarán abiertas a Ucrania. El segundo ha proclamado que nunca aceptará a la OTAN en sus fronteras. Mal punto de partida para una negociación. Pero es en un escenario así donde deben sobresalir los grandes estadistas. Nadie dice que la paz es asunto fácil.
La Unión Europea debe mantenerse como referente de la paz y del no a la guerra. Pero ya sabemos que para lo primero hace falta más coraje que para lo segundo.* Politólogo especialista en Relaciones Internacionales y Cooperación al Desarrollo