dear la mejora de la naturaleza humana, superando sus limitaciones y prolongando la existencia por medios tecnológicos y científicos, no es algo nuevo en la historia. Lo trataron, entre otros, Plutarco, Platón, Averroes, Campanella o Nietzsche, que fue uno de los que más insistió en la transformación del ser humano desde su concepción del Superhombre. Sin olvidar a Francis Galton, creador del término “eugenesia”, entendida como la mejora de la calidad genética humana mediante el fomento de la descendencia de las personas sin taras en sus genes. Esto derivó en leyes estatales de esterilización obligatoria que afectaban a discapacitados físicos o mentales, criminales e incluso homosexuales con el fin de perfeccionar la especie. Y Hitler lo copió para depurar la raza aria.
Con los avances tecnológicos actuales en campos como la nanotecnología, la ingeniería genética, la biónica, la inteligencia artificial y molecular o las neurocoencias, se podría modificar aspectos humanos no solo físicos, sino mentales, emocionales e incluso morales. En ello anda la llamada tecnología transhumanista que “podría dar lugar a castas de seres humanos potenciados” que supongan un peligro para la evolución humana, según denuncia el profesor Xavier Salla, jurista experto en derecho TIC y en protección de datos.
Uno de los más fervientes defensores del transhumanismo, Nick Bostrom, quiere alejarlo del superhombre niestzschiano argumentando que el filósofo alemán no tenía en mente una transformación tecnológica, pretextando que no existía esa posibilidad entonces, en su obsesión por llegar a convertirnos en individuos excepcionales al margen de toda moral, especialmente la cristiana. Lo cierto es que no pocos ven la influencia de su pensamiento en los horrores del nazismo, y a su Zaratustra (“el hombre debe ser superado”) como una figura a medio camino hacia una especie superhumana, con lo que esto supone.
La justificación transhumanista de sus defensores es “piadosa”: sería trágico, dicen, si no se materializaran los potenciales beneficios a causa de una fobia tecnológica injustificada y de prohibiciones innecesarias (¿éticas?). Y a partir de ahí, el movimiento transhumanista se caracteriza por la defensa activa de la necesidad de mejorar al ser humano, su organismo y su condición hasta lograr seres con más y mejores capacidades que las que poseemos en el presente. Pero esto, es una parte de la realidad en la que algunos quieren embarcarnos.
Pensar que la especie humana puede trascenderse a sí misma es pura soberbia, pretendiendo el paso del Homo Sapiens al Homo Excelsior o especie poshumana “superior” a la nuestra, a base de manipular la naturaleza en busca de seres superdotados que son seleccionados y mejorados genéticamente mediante un nuevo diseño humano. Y solo desde el desarrollo tecnológico. El llamado Manifiesto transhumanista (2017) deja demasiadas cuestiones en el aire. Yo voy a enunciar solo algunas, porque este tema parece todavía fuera del foco mediático.
Semejante movimiento tiene mucho de distopía en su pretensión de liberar al ser humano de su condición natural, de la que no es ajena sus dimensiones ética y espiritual. Y esto no es asunto que se pueda despachar en exclusiva desde la técnica y la ciencia, a no ser que lleguemos al extremo de preferir la máquina al ser humano. La ciencia y la tecnología que ignora la diferencia entre cerebro y mente, olvida nuestra parcela espiritual mientras pretende moldear la psique hasta hacerla irreconocible. ¿Dónde deja los valores de justicia, libertad, dignidad humana?
Una “máquina” -humana- a la que se pretende eliminar el envejecimiento y el sufrimiento hasta llegar a la inmortalidad terrena o amortalidad como sinónimo de “calidad de vida”. Entre medio, grandes intereses científicos y económicos que no parecen preocupados porque la ciencia no puede llenar de sentido la existencia humana. Hoy vemos que la pérdida del sentido de la vida es la principal causa del incremento de los suicidios; que mitigar el dolor y alargar la vida no basta.
Además, una vida prolongada sine die destruiría el equilibrio entre muerte y repoblación, incrementándose el número los ancianos mientras disminuyen los jóvenes. La explosión demográfica consecuente supondría, además, dejar sin espacio físico para tantos supervivientes y sin los recursos naturales necesarios para el incremento enorme de una población envejecida. Entender como solución a esto habitar otro planeta, como se argumenta, es verdadera ciencia ficción a corto y medio plazo. Lo obvio es que el transhumanismo causará más exclusión ya que no todos podrán acceder a estas supuestas mejoras tecnológicas en igualdad de condiciones, debido a sus costes o a la selección natural. Las personas excluidas lo serán por motivos económicos y por sus genes. Las clases sociales se convertirán en clasismo biológico, como afirma Antonio Diéguez, catedrático de Filosofía y experto en transhumanismo.
Todo lo anterior nos cuestiona sobre este desafío humano del que iremos oyendo cada vez más, y que es muy real ya en algunos centros de investigación con alta tecnología y recursos económicos a la carta. Una propuesta de progreso como esta, con formulaciones tan ambiguas en temas esenciales que puede convertir sus objetivos en una verdadera regresión humana si no van acompañados de criterios éticos en forma de normas legales ad hoc. Apuntado queda. * Analista