l bueno de Bergoglio me cae cada vez mejor. No es porque su magisterio al frente de la Iglesia católica haya podido redimirme -sigo siendo un descreído impenitente-, sino porque su estilo como jefe de los católicos está demostrando humildad, sinceridad y frescura. Algo que no a todos sus seguidores apostólicos gusta. El problema estriba en que el papa Francisco no suele eludir hablar de temas controvertidos posicionándose del lado del sentido común, algo que no siempre ha sido costumbre en la curia vaticana. Por ejemplo, la pasada semana, Francisco tuvo la osadía de “pedir perdón” a México por los excesos cometidos en la conquista de aquel país. México celebra estos días dos efemérides de distinto signo. Por un lado, los 500 años de la conquista española y el segundo, el centenario de su independencia.
En ese marco -en el que no ha habido representación oficial española-, el máximo dirigente de la Iglesia católica envió una carta al presidente mexicano, López Obrador, en la que con la claridad propia de su mandato reconoce “un proceso de purificación de la memoria” que le lleva a “pedir perdón” para “sanar las heridas del pasado”.
La intervención del pontífice no ha sentado nada bien a determinados católicos españoles -más españoles que católicos, al parecer- que como la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, no ha dudado en contestar a Bergoglio, situando al Papa Francisco en su inacabable lista de enemigos políticos. Ayuso, de viaje por los Estados Unidos, no ocultó su estupor por el hecho de que “un católico que habla español” reflexionara por carta sobre los “pecados” cometidos por la Iglesia Católica durante la conquista de aquel país centroamericano.
Ayuso, cuan inmaculada de Murillo, rebatió al Papa defendiendo el legado de España, “que fue llevar precisamente el español, y a través de las misiones, el catolicismo y, por tanto, la civilización y la libertad al continente americano”. Similar reacción contra el pobre Bergoglio tuvo otro comecirios nacional-catolicista, Espinosa de los Monteros: “No sé qué hace un Papa, jefe de Estado del Vaticano, argentino, pidiendo perdón en nombre de los demás”.
La guinda en el pastel de este rancio españolismo imperial la tenía que poner José María Aznar, quien se sumó al coro de desafectos del Sumo Pontífice: “Por defender la nación española y la importancia histórica de la nación española, estoy dispuesto a sentirme orgulloso, pero no voy a pedir perdón”. Pero Aznar guardó su discurso más tabernario y macarra para dedicárselo al presidente mexicano, Andrés Manuel López Obrador, a quien trató de ridiculizar por el origen de su nombre y apellidos.
La verdad es que estas posiciones, propias de terraplanistas de pacotilla, y a trasnochados guardianes de la “España en la que no se pone el sol”, tienen lugar a escasos días de la conmemoración de la otrora “fiesta de la hispanidad” -“Día de la raza”- reconvertida en “fiesta nacional”.
Los charcos pisados por Ayuso, Aznar y otros chapoteos fuera de lugar como los de Vargas Llosa -“lo importante de unas elecciones no es que haya libertad sino votar bien”- o de Sarkozy -condenado por corrupción un día después de mostrar su apoyo a Casado- se han enmarcado en la convención que el Partido Popular había diseñado para impulsar su alternativa en la actual coyuntura política. Y el resultado, a tenor de lo visto, es lo contrario a lo previsto por los dirigentes del partido conservador. O Casado es un cenizo al que todo le sale mal o su guardia de corps la componen sus enemigos. No hay propuesta en la que acierte. Ni nadie que le ayude a hacerse mayor. Tal vez si se encomendara al Papa Francisco éste obrara el milagro. Pero con la cantidad de fieles preconciliares que ofician con los de Génova, hasta el Santo Padre lo tendría difícil.
Por lo demás, parece que, por fin, podemos respirar. Llegamos ya. Estamos casi. Falta muy poco. Salimos del túnel. Con mucho esfuerzo y sacrificio. Pero con unas ganas inmensas de recuperar el tiempo perdido. El virus sigue ahí, no lo olvidemos. Pero, por esta vez, le estamos ganando la partida. La vacunación masiva -en Euskadi llegamos al 90% de la población con una dosificación - y las numerosas medidas preventivas que hemos tenido que asumir, parece que nos hace, por fin, liberarnos del yugo de la pandemia.
Los agoreros que exhibían ranking de vacunas administradas para acusar a los gestores de nuestra salud de mala práxis callan ahora que los números hablan por sí solos. Mejor que estén callados. Después de la cantidad de barbaridades que, sin ningún escrúpulo, han pronunciado. Tampoco merece la pena volver la vista a los negacionistas, o a los insolidarios que no han querido vacunarse proyectando el riesgo del contagio a quienes con ellos se relacionaban. Lo importante es que, salvo que una nueva mutación del mal eche al traste con la capacidad inmunológica de los fármacos, llega el tiempo de recobrar la mayoría de los hábitos tradicionales en nuestras vidas.
Sí, probablemente, los órganos técnicos que han monitorizado la pandemia, decidirán eliminar la alerta sanitaria en Euskadi. No se trata de una competición de quién levanta primero la barrera y recupera la normalidad. No. Es garantizar, son seguridad, con certidumbre, la recuperación. Probablemente haya medidas -las mascarillas- con los que tengamos que seguir conviviendo durante un tiempo. Pero si este es el peaje que deberemos pagar para recuperar el resto de actividades restringidas, bienvenida sea la medida.
La enfermedad, la incertidumbre por ella causada y las debilidades descubiertas en nuestro sistema de protección social deben hacernos pensar para mejorar en el futuro. Deberemos aprender a fortalecer los servicios públicos, a interpretar que la educación, la investigación, la ciencia son garantías de bienestar. Y, al mismo tiempo, desterrar a quienes en situaciones como la vivida han sido incapaces de arrimar el hombro y se han mantenido en posiciones que van más allá de la crítica para alimentar una posición corrosiva de desgaste político.
La próxima semana, seguramente, recobraremos la normalidad y con su llegada veremos si los episodios de desordenes públicos y antisociales continúan. Si son sólo el reflejo de una alienación temporal provocada por la presión pandémica o si obedecen a algo más. A una estrategia de egoísmo individual de quienes solo entienden la libertad conjugando la primera persona del singular.
Decía una portavoz de la izquierda independentista en uno de los plenos de política general que esta semana se han desarrollado en los territorios forales que “cuando creíamos tener las respuestas a los desafíos, nos han cambiado las preguntas, y ustedes, señores del Gobierno, han mantenido sus proyectos a futuro como si nada hubiese cambiado”.
No es eso lo que se ha podido ver en los discursos de Markel Olano, Ramiro González o Unai Rementeria ante sus respectivos parlamentos. Al igual que la intervención del lehendakari Iñigo Urkullu en Gasteiz, los representantes institucionales han sido capaces de presentar nuevos proyectos cuya ejecución servirá para relanzar la actividad económica. Nuevas iniciativas en materias de los cuidados y de los servicios socio-sanitarios. Proyectos de apoyo a las personas mayores en sus domicilios, unidades convivenciales residenciales reducidas, más humanizadas y con mayor atención y libertad para las personas dependientes. Nuevas infraestructuras para la digitalización, para el desarrollo económico, para el impulso industrial y para afrontar la modernización de infraestructuras al servicio de la cohesión del territorio.
No son las “viejas recetas” que tanto critican los de siempre. Son impulsos de modernización, de músculo que buscan resituar a este país en un nuevo ciclo de crecimiento sostenido. Que cree empleo de calidad -estamos próximos a rebajar la tasa de desempleo de los dígitos porcentuales- , que genere nuevas actividades industriales y que nos acerque a la superación de los desafíos de la igualdad entre las personas, el relevo generacional y demográfico y la transición del modelo energético como mejor baza para afrontar la crisis climática.
Las instituciones vascas han planteado un renacimiento de Euskadi -Berpiztu-. Se han puesto manos a la obra para superar el vacío generado por el virus y recuperar y superar el tiempo perdido. Y tal propósito es una noticia que debe ser vista con esperanza. Ha llegado la hora de recuperar el tiempo perdido. * Miembro del EBB de EAJ-PNV