o verbalizó malamente el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, el domingo pasado cuando, sin la menor empatía y respeto por los derechos, como un Trump cualquiera, explicó su caótica salida de Afganistán diciendo que no habían ido a “construir una nación democrática sino a luchar contra el terrorismo”. En su editorial, The New York Times le acusó de no poner orden entre el Pentágono, la CIA y el desconocimiento de la realidad en las zonas del conflicto. Se vio en Irak.
Angela Merkel hizo al menos autocrítica al decir que tenía una sensación muy amarga y que habían evaluado erróneamente la situación. Borrell, desde su consabida prepotencia y a una sollozante periodista afgana le dijo que los talibanes “han ganado la guerra” y lo importante es que no se nos llene Europa de refugiados.
En 1986, Xabier Arzalluz me pidió que formara parte de la Comisión de Defensa. “Mira -me dijo-, durante 40 años hemos padecido una dictadura militar, ahora mismo su estructura sigue intacta. Pero el tiempo cambia las cosas. Tendrán que organizar un ejército profesional, la adscripción a la OTAN les hará viajar y orearse y tenemos que observar de cerca los cambios. España existe, el ejército existe y detrás hay una mentalidad”. Tenía razón. En 1936 solo tuvimos un oficial jeltzale, Cándido Saseta, capitán de Intendencia de Ávila. Si hubiéramos tenido 50 comandantes, otro gallo nos hubiera cantado.
En esa adscripción hice los dos viajes aunque no estuve seguro de haber estado en Afganistán sino solamente en bases militares. Me ocurrió la primera vez que fui por aquellos lares el 30 de septiembre de 2004, siendo Bono ministro de Defensa. En aquel momento el viaje era más complicado pues la guerra arreciaba y fuimos primero a Rusia en un avión de la Fuerza Aérea y luego de Rusia a Kabul, la capital, en un avión Hércules militar, bajo un ruido ensordecedor, unos asientos de malla y un Bono que nos decía que el avión disparaba rastreadoras para que, si nos lanzaban algún pepinazo, las bombas rastreadoras que teníamos seguiría al pepino que con su calor les llamaban. La diferencia del viaje es que Bono vino con nosotros y lanzó discursos patrióticos, pero en febrero de 2015 el ministro Morenés no se dignó a ir con los parlamentarios. Toque Neguri. Nos acompañó el JEMAD, que era el jefazo del ejército, un almirante discreto que por lo menos se pegó el viaje, bastante incómodo, por cierto. Andaba por allí un guardia civil de apellido Esnaola. Me dijo: “Mi padre es vasco”. “Y usted es el del PNV, ¿verdad?”. Había otro cuya esposa es donostiarra, pero la mayoría eran gallegos. Cuento el último viaje porque no tengo espacio para el de Bono, que fue antológico con recorridos en tanqueta, casco militar, helicópteros Super Puma a ras de suelo y anécdotas varias.
El viaje fue conjunto de las Comisiones de Defensa del Congreso y del Senado. 25 parlamentarios que en un avión de la Fuerza Aérea nos embarcamos el jueves 12 de febrero de 2015 para, en siete horas, aterrizar en la base aérea de Herat, en el oeste del país, en la parte que tiene frontera con Irán. Desde la ventanilla del avión se veía un paisaje casi lunar, color gris, seco y reseco aunque dicen que cultivan el vino y el pistacho, pero también la coca. Tenían unos pozos de agua en la base útil para regar, pero no para consumir.
El viaje, en resumen, fue así. Siete horas de ida, cuatro horas de visita y siete de vuelta. En menos de 24 horas vimos todo lo enseñable de una base militar de la OTAN en zona de ataques insurgentes con fuerzas españolas e italianas, algún norteamericano y un mundo exterior que ni olimos. Por eso me preguntaba si había estado en Afganistán o en una base militar. Me inclino por lo segundo, aunque no dejo de valorar la iniciativa, pero daba la impresión de que los responsables no quisieron tomar riesgos innecesarios y eso también es parte del problema. Herat es la capital de un estado de unos 308.000 habitantes en una zona pobre, que hablan persa y tienen una ciudad con algunos edificios notables y alguna ruina de tiempos de Alejandro Magno.
Al llegar nos recibió Maurizio Scardino, el jefe italiano de la base, un típico espagueti, y el coronel Carlos Diez de Diego que era el coronel jefe del estado mayor. El uniforme que llevaban los españoles era “árido pixelado”, como nos dijeron, con un sombrero arrugado que le quitaba garbo al conjunto. El italiano llevaba su gorrito con plumas que le daba su toque y nos dijo que había sido asistente del ministro de la Defensa de su país y que tenía experiencia política, pues había visto muchas sesiones del parlamento y tenía experiencia militar y creía que la política era más peligrosa que las acciones militares, donde sabes dónde está el enemigo. Le reímos la gracia. Nos recibió y nos despidió. El resto estuvimos en manos del coronel Diez de Diego, natural de Valladolid, 53 años, con muchos cursos y condecoraciones y capacidad para explicar lo que hacían.
Me saludó otro de los jefes, el teniente coronel Diego de Somonte Galdeano, natural de Bilbao, aunque el dato no constaba en el librito que nos entregaron. Su padre había sido jefe del Cesid en Bilbao en 1983 y me dijo que era nieto de falangista fusilado y de gudari de los encarcelados en Santoña. Muy amable, nada más verme me regaló un escudo del Athletic. Hablamos del partido de la víspera. Era el segundo de a bordo y se le notaba el mando. Había estado en Pontevedra. En la base hay 485 militares de las Fuerzas Armadas y 12 guardias civiles en una Misión de la OTAN de asistencia, entrenamiento y asesoramiento de instituciones de seguridad afganas. Habían sufrido un atentado con un coche bomba en Kaia sin graves consecuencias y una mina antitanque antigua había herido a un afgano. Nos enseñaron toda la base con ceremonia de homenaje a los muertos en acciones militares, exposición de lo que hacían por parte del coronel, visita a la unidad logística, a la garita, a los refugios, ver la patrulla de seguridad y los carros que utilizan así como el armamento para finalizar visitando el hospital de campaña, que estaba muy bien montado. Atendían allí no solo a soldados sino a civiles afganos. Había sido notorio el caso de una chica de 24 años a la que su pareja había herido gravemente en labios, orejas y nariz. Y para finalizar, nos llevaron a una tiendita que tienen en la base y a una carpa donde nos tomamos un vino y nos regalaron un llavero. El Jemad pidió el brindis por “el primer soldado, el primer guardia civil, el primer marino, el primer piloto, el primer policía de España, ¡su Majestad el Rey!”. Todo a grandes voces. Pasé del brindis. Me acordé del rey padre, el primer cazador de elefantes, el primer mujeriego, el primer comisionista, el primer... Y ahí acabó todo. En el vuelo de vuelta llevábamos coroneles, generales y altos funcionarios civiles afganos que habían asumido cargos de responsabilidad en la Administración o en las Fuerzas Armadas con el fin de prepararlos durante un mes en el funcionamiento de un marco democrático y de respeto a los Derechos Humanos a fin de contribuir a la creación de una comunidad de paz y seguridad en el Asia Central. Bueno, eso es lo que decían aunque se ha visto que no ha servido para nada.
A mi lado en el avión me tocó uno de estos militares afganos con tableta, móvil, gafas de sol buen modelo y lo primero que hizo fue no solo quitarse los zapatos, sino los calcetines blancos. Un tipo curioso. ¿Dónde estará?
En resumen, un viaje interesante del que entregué al EBB estas conclusiones:
- Años y años de presencia y de guerra, ¿han creado las condiciones para una paz duradera? No parece.
- España deja esta base a fin de año. Se lleva el material militar caro. Deja la estructura. ¿Sabrán utilizarla los afganos con parámetros occidentales?
- Tiene uno la sensación de que la mayor parte del tiempo la utilizan en autoprotección porque la cosa no es broma. Pero, ¿y cuando se vayan? ¿Qué han dejado?
- Estamos hablando de una misión militar pero allí hace falta fundamentalmente educación, formación y sanidad. ¿Qué ha hecho la ONU complementando lo militar? Me da la impresión de que o no le hacen caso o que no han hecho nada serio.
- Me parece bien el trabajo militar que hacen los allí desplazados. Y mejor que lo hagan fuera a que estén por aquí en un cuartel murmurando o escuchando a algún iluminado hablando del artículo 8 de la Constitución, pero, este caro y meritorio trabajo, ¿dejará alguna secuela?
Un militar me comentó que los talibanes dicen: “Vosotros tenéis el reloj pero nosotros, el tiempo”. Y todo es una cuestión de tiempo. Cuando la luz se apague, ¿seguirá la mujer preterida, el cultivo de la coca alimentando el mundo, las tribus en lo suyo y los talibanes en pie de guerra? Creo haber estado en un oasis de película de ficción en tiempo de descuento porque el futuro no se ha dejado sembrado”.
Sin ser un experto, escribí ya hace seis años lo que iba a ocurrir, aunque nadie se esperaba la desbandada final ni el pésimo e inmoral papel hecho por los Estados Unidos, la OTAN y Europa. Parlamentario de EAJ-PNV (1985-2015)