Si la extrema derecha crece y se multiplica exponencialmente a nuestro alrededor –vean el casi sorpaso de Chega a los socialistas en Portugal– es, en buena medida, por haber convertido en tabú el debate sobre la migración. Con prácticamente todo el campo libre por la incomparecencia de quienes deberían aportar un poco de sentido común, las formaciones ultras imponen su relato cada vez más xenófobo y acaban conectando con un número creciente de ciudadanos que se sienten abandonados por los que fueron sus partidos de referencia, que en sus discursos les niegan la realidad que viven en su día a día.

Así, la demagogia infecta que culpa a la migración –sin hacer el menor distingo– de todos los males tiene su correlato en otra demagogia, en este caso quizá no infecta, pero sí tontorrona y de consecuencias letales, que pretende que la llegada masiva de migrantes no genera ninguna tensión social. Cualquiera que se desvíe un milímetro de semejante mantra y busque una reflexión serena es inmediatamente condenado a la hoguera bajo la acusación, de trazo grueso, de defender lo mismo que las fuerzas reaccionarias.

Le acaba de ocurrir al lehendakari Imanol Pradales, que, por atreverse a preguntar en voz alta qué tipo de migración necesitamos, está siendo asimilado al PP y a Vox por diferentes portavoces del PSE, con el que comparte Gobierno. Ayer mismo, la locuaz delegada del Gobierno en la CAV, Marisol Garmendia, tildó de “mensajes de la caverna” algunas actuaciones en materia migratoria del PNV. “Quien quiera seleccionar a unos inmigrantes sí y a otros no está muy alejado de la realidad de este país”, proclamó. No recuerdo que le dijera lo mismo al secretario general de su partido, Pedro Sánchez, cuando abogó contundentemente por “una migración ordenada” e incluso sostuvo que “es imprescindible el regreso de quienes llegan a España de forma irregular”. Diría yo que son afirmaciones que van más allá de lo que planteó Pradales.