n los últimos meses hemos visto con indignación cómo algunos países de la Unión Europea legislaban de forma contraria a los derechos de las personas LGTB, asistimos impasibles a constantes ataques de partidos y fuerzas reaccionarias que consideran “enfermo” o “enferma” a alguien por sentirse de una forma concreta o amar de una forma concreta, y otros partidos y fuerzas reaccionarias que se apropian de una lucha equitativa y respetuosa convirtiéndola en política y nada representativa.
Puede que esté asociado, o no, pero también en los últimos días hemos leído en los diferentes medios de comunicación palizas y agresiones a personas por ser homosexuales e incluso, un asesinato. Sí, he dicho asesinato.
¿Qué está pasando? ¿Qué estamos haciendo? ¿Qué estamos dejando de hacer?, son tantas las preguntas que me hago y tan amargas las respuestas que encuentro...
Tengo 24 años. Tengo una pareja magnífica que es varón como yo, buena persona, trabajador, empático... y me aterra la idea de que mi teléfono suene un día y me digan que no volverá a casa porque unos asesinos o asesinas han decidido acabar con su vida a golpes. No me siento menos que nadie y tampoco más, y me preocupa profundamente que haya personas agredidas y asesinadas cuyo “delito” es ser tan libre como lo soy yo.
A lo largo de mi corta vida con derecho a voto he votado a partidos de izquierdas en alguna ocasión y, mayoritariamente, a un partido que califico de centro-derecha como es UPN. Soy homosexual, votante del centro-derecha, y no me siento representado por los colectivos que dicen representar a las personas LGTB... ¿me hace esto indigno?, ¿quizá me convierte en homófobo?...
Con esto no me quiero poner ningún pin ni medalla, simplemente pretendo poner las cosas en su lugar con justicia y equidad haciendo un profundo y difícil ejercicio de autocrítica.
Las personas LGTB debemos hacer unidos y contando con todas las personas un profundo análisis de cómo trabajar por la equidad, la libertad y la educación. Alejándonos de todos los extremismos y politizaciones que no nos llevan a otra cosa que al enfrentamiento y la división entre quienes deberíamos remar en la misma dirección.
No se puede buscar justicia para Samuel ni para tantos otros y otras deseando la muerte a los homófobos, ni deseando que las madres de los violentos sufran, porque entonces... nada nos diferencia de ellos.
No se puede, en definitiva, buscar justicia para Samuel haciendo exactamente lo contrario de lo que pidió su padre a quién, como mínimo, se le debe respeto.
Jamás habrá paz y convivencia teniendo odio, sino acabando con él.