a naturaleza y la salud tienen una relación muy estrecha. Todos sabemos que el aire del campo está más limpio, que sintetizamos vitaminas gracias al sol, aunque el exceso es perjudicial, y que la biodiversidad y la naturaleza y sus paseos por ella proporcionan una sensación de bienestar, tanto a nivel físico como mental. Es algo que han experimentado infinidad de personas a través de los siglos. Pero en los últimos años algunos investigadores se han propuesto describir de manera científica las características de ese bienestar que ha empezado a utilizarse con fines terapéuticos, respondiendo a cuestiones como en qué consiste, cuáles son los beneficios, por ejemplo, de dar paseos en la naturaleza.
Así, por ejemplo, el Instituto para la Política Ambiental Europea (IPAE), que es una organización europea independiente dedicada al análisis de las políticas europeas sobre medio ambiente, publicó en 2016 un estudio sobre salud y beneficios sociales derivados de la biodiversidad y de la protección de la naturaleza, en el cual se venía a decir que el contacto con ésta incide en un menor estrés, y que también se van obteniendo datos que apuntan a la mejora de la salud mental, además de producir un estado general de relajación, bienestar y sensación de paz. No en vano, los espacios naturales absorben contaminantes, reducen la polución sonora, evitan el sobrecalentamiento y la evapotranspiración y ofrecen un ámbito idóneo a la actividad física y a las relaciones sociales relajadas.
Pero también está el valor estético de los ambientales naturales, cuya repercusión en el bienestar de la sociedad que los utiliza está fuera de toda duda. Uno de los casos descritos en el estudio anteriormente citado, es el de los jardines que se crearon en Skane (Suecia) para atender a personas con trastornos cerebrovasculares y estrés. Los resultados obtenidos han sido importantes y se ha comprobado que permiten reducir mucho los gastos en atención primaria y hospitalización que tendrían que haberse dedicado a los que ahora se benefician de estos jardines.
Por otra parte, en Japón han desarrollado una práctica llamada Shinrin-yoku, que significa literalmente “absorber la atmósfera del bosque” y que en castellano se ha extendido con una fórmula más simple: “Baño de bosque” -en euskera sería “Oihan bainua”- y de la que ya se hablado en este diario en varias ocasiones. Consiste, en esencia, en acudir al bosque no solo para dar un paseo o contemplar sus vistas, sino para tratar de “absorberlo” a través de los cinco sentidos: respirar hondo, entrar en contacto con los aromas de la naturaleza, sentir las texturas del suelo, de las hojas de las plantas, oír el canto de los pájaros, los cursos de agua, el viento entre los árboles.
Así pues, los miles de hectáreas que se dedican a la conservación de especies y comunidades silvestres tienen más elementos positivos que su mero valor científico y ambiental. Contribuyen a mejorar de forma determinante la calidad de vida de nuestra sociedad, un argumento a tener en cuenta en nuestras campañas reivindicativas.
No se trata solo de acumular nuestras evidencias en favor de la conservación, sino de aprovecharla y disfrutar de las oportunidades que ya nos ofrece la naturaleza. Hay que seguir valorándola como campo de estudio y conocimiento, recogiendo observaciones y gozando de la estética de los paisajes y las especies, pero ser conscientes de que, a la vez, generan salud y bienestar, que supone incrementar la raíz más poderosa para la conservación: el amor por lo vivo.