l presidente del Gobierno español, Pedro Sánchez, compareció el pasado miércoles en el Congreso de los Diputados. Lo hacía, inicialmente, para informar sobre la situación de la pandemia, un requisito exigido por Esquerra Republicana de Catalunya para aprobar en su momento la declaración del estado de alarma hoy en vigor y que el jefe del Ejecutivo español se había comprometido a cumplimentar cada dos meses. Sin embargo, Sánchez, que sabía de los reproches que la intervención de su gabinete iba a tener por la desastrosa gestión del Ministerio de Sanidad en relación a las vacunas y los bandazos lamentables protagonizados por su titular, Carolina Darias, se sacó un conejo de la chistera e incorporó un punto más en el orden del día de la consabida comparecencia. Hablaría, además de del covid y de las todavía negras expectativas sanitarias que nos envuelven, del plan que su equipo ha diseñado para la recuperación económica.

La oportunidad era tentadora. Hablar de lo que Sánchez quería, eludiendo cualquier debate que le supusiera un desgaste innecesario. Así, estableció una ecuación, que sus especialistas en marketing dibujaron a modo de pura propaganda: fin de restricciones, vacunas, inmunidad, vacaciones, turismo. Paz y amor para todos. Verano azul pero sin Chanquete.

El proyecto de “resiliencia” anunciado tenía poco de novedoso pues hasta en ocho circunstancias diferentes y con contenidos análogos había sido ya públicamente presentado por el inquilino de la Moncloa, siendo la última ocasión de su alumbramiento una rueda de prensa celebrada tras el Consejo de Ministros, a escasas horas antes del inicio de la sesión parlamentaria. Cortesía parlamentaria de taberna o una manera poco elegante de pasarse el filtro de control por la pernera del gobierno.

El truco del ilusionista Sánchez tenía en esta ocasión un conocido aroma de cocina de aprovechamiento. Un inconfundible tufillo electoral. Y es que toda la actividad pública, institucional y política del Estado se ha convertido, por conveniencia de populares y socialistas en la verbena de la paloma, una pugna entre chulapos y chulapas donde se baila a ritmo de chotis castizo.

Sánchez, en el papel del Pichi que castiga, quiso sacar pecho y a su promesa repetida de vacunación masiva para el verano o al anuncio reiterado y temerario de que no prorrogará el estado de alarma, aportó un huevo duro más a su gallardo liderazgo de carismático timonel de la nación española. Así se presentó en la carrera de San Jerónimo con su Plan para la Recuperación, una herramienta aprobada como el estímulo mágico que hará, según él, que la economía, sumida en la depresión, rebote y cambie la tendencia de la crisis. Algo así como el cuerno de la abundancia que, dotado de inmensos recursos económicos, servirá para regar de riqueza el actual panorama de empobrecimiento.

Resulta triste que cuestiones tan serias sean abordadas como una representación de puro efectismo. Es como si los problemas que afectan al crecimiento económico pudieran aliviarse por un plan de abracadabra, de prestidigitador avanzado, sin que se conozca en realidad de qué estamos hablando. Porque, en verdad, más allá de las promesas de inversiones millonarias, de las expectativas formidables que hablan de 140.000 millones de euros que supuestamente vendrán desde la Unión Europea para incentivar las reformas y la modernización de la economía; más allá de la compraventa de ilusiones y de la fanfarria publicitaria que acompaña a Pedro Sánchez y a sus grandes palabras, grandes inversiones, grandes proyectos que se enuncian una y otra vez, ¿qué podemos esperar de todo esto? ¿Qué es ese plan de recuperación del que todos hablan y poco se concreta?

Por mucho que se haya intentado, nadie parece tener información suficiente para identificar de qué hablamos cuando nos referimos a las expectativas negociadas por el Gobierno español con Bruselas. Se nos ha dicho que los fondos europeos de recuperación económica dispondrán de 140.000 millones de euros. Que a cambio del dinero se deberán activar reformas que nos trasladen a un nuevo tiempo. A un tiempo de transición en lo energético, en lo digital, en lo industrial, en las relaciones laborales, en lo demográfico, en la igualdad de oportunidades. Sí, el tiempo que puede ser una revolución. Pero nada se concreta de los deberes que Bruselas ha puesto al Gobierno español en materia fiscal, de pensiones o de legislación laboral.

El plan presentado por Sánchez -que, ojo, no es el definitivo- contiene mucha literatura. En más de doscientas páginas aparecen cuatro ejes de actuación de los que cuelgan diez políticas a modo de palanca de las que, a su vez, se desprenden 30 componentes en las que se proponen más de 210 medidas a ejecutar. Un follón tremendo con mucha retórica donde las palabras más utilizadas son “modernización” y “resiliencia”.

Palabras y conceptos. Publicidad y desorden. Como dijera Aitor Esteban ante la Cámara Baja española, el cacareado plan de “recuperación y resiliencia” es como la hidra de mil cabezas. Una alternativa sin madurar en la que cada brazo gubernamental plantea sus condiciones particulares de concurrencia y de ejecución. Un caos en el que nadie se aclara. Ni comunidades autónomas, ni empresas, ni la patronal.

El único actor que parece tener claro qué hacer, dónde y cómo es el gabinete que preside Sánchez. Todo pasa por su cedazo. Ahí no hay ni cogobernanza, ni decisiones compartidas, ni descentralización, ni puñetas. Es el “poder central” el que decide qué se hará y qué no. Qué dinero se destinará, dónde y con quién. Las comunidades autónomas quedan reducidas a meras receptoras de unas partidas económicas que establecerá discrecionalmente el “Gobierno de España”. Es, en definitiva, una estrategia de control centralista que, según los teóricos del socialismo, responde a criterios federalizantes, pero que rezuma jacobinismo y subordinación. Y que nada tiene que ver con el sistema autonómico dimanado del ámbito constitucional. Federalismo simétrico y punto.

La pandemia y su gestión extraordinaria nos han dejado como consecuencia esta amenaza. So pretexto de la eficacia, las decisiones se toman en Madrid y las planificaciones las asume en exclusiva el Gobierno del Estado. El resto de instituciones debe renunciar a su capacidad de autogobierno y obedecer sin rechistar. Porque, al parecer, la “eficiencia”, pasa por reforzar el centro frente a la periferia. Aunque se hable de cogobernanza, de comisiones interterritoriales, de “cumbres de presidentes” en las que, indisimuladamente, siempre es Sánchez quien decide. Y, a veces, sus determinaciones ni siquiera pasan por la cortesía informativa.

La lucha contra la pandemia, la construcción de sistemas legales que amparen con seguridad jurídica las decisiones que se adopten territorialmente para hacer frente a los contagios y en defensa de la salud pública; las acciones que promuevan la recuperación económica, son objetivos básicos que necesitan claridad, rigor, compromiso y seriedad en la gestión. Sobra en este ámbito la propaganda y, mucho más, la controversia partidaria de corte electoral.

El nacionalismo vasco permanece expectante ante el panorama que los dirigentes españoles han decidido priorizar; unas elecciones territoriales situadas por encima de la emergencia sanitaria y económica que nos continúa ahogando. Electoralismo partidista frente a las consecuencias sangrantes de una crisis múltiple. Grandes palabras, huecas e inservibles, frente a la necesidad de arrimar el hombro. Grandes promesas, grandes proyectos frente a algo tan sencillo como acabar con la burocracia, plasmar los compromisos ya presupuestados y aprobados o ser diligentes con la resolución de problemas que estando al alcance de la mano se pudren en un cajón por la inacción de servidores públicos incompetentes que se sienten guardianes de las esencias y que actúan arbitrariamente dificultando la materialización de los acuerdos. Cosas de la política, frente a la política de las cosas.

Pedro Sánchez podrá, con su varita mágica, intentar persuadirnos de que miles de millones de euros vendrán pronto a nuestro rescate. Pero, mientras no sea capaz de cumplir-por poner dos ejemplos- con la firma de un convenio para hacer posible el soterramiento de una línea férrea en Zorroza o se apreste a eliminar los pasos a nivel del tren en Zalla (compromisos adquiridos que debían de estar ya en ejecución), no gozará de la credibilidad que un “socio preferente” espera de su partenaire. Política de las cosas. Así de simple.

El autor es miembro del EBB de EAJ-PNV