sabel Díaz Ayuso, conocida por sus sorprendentes y lamentables declaraciones y decisiones políticas, arranca su campaña electoral con el espectacular slogan ¡Socialismo o libertad! No es cuestión de describir, desmenuzar, tan majadera contraposición. Pero la misma nos permite ver la falsedad con que se usa el término de libertad desde cóctel ideológico hoy dominante en la derecha. Neoliberalismo, conservadurismo y autoritarismo. Aunque parezca exótico, funcionan juntos estupendamente.
Esta defensora de la libertad absoluta, sin ninguna barrera proveniente de autoridades superiores ni de otros conciudadanos, ejemplifica una forma de entender y proponer la libertad propia de la ideología de derechas. Quienes -avanzo- no son defensores de la libertad, sino que utilizan el sustantivo libertad para legitimar conductas que no son constitutivas de la misma.
La libertad tiene una historia de luchas, de aquellos que no tenían libertad, para lograr que se respete el ejercicio de convicciones, prácticas, actividades en todas las dimensiones y áreas culturales, sociales, económicas, políticas, existentes, emergentes, planificadas, deseadas. La libertad crece y se hace verdadera libertad en cuanto se propone y se asienta en la práctica de otros valores. La igualdad, la defensa de lo común. La lucha por la libertad es la lucha por poder ejercerla colectivamente. Ello quiere decir que un ejercicio de la libertad individual que impide a los otros poder ejercer su derecho a la libertad no es la libertad que debe ser defendida. El ejercicio individual no puede impedir -excluir- la libertad de los otros, del otro.
Demandar libertad y lograrla exige tener capacidad de poder ejercerla. Vivir en unas condiciones de vida que capaciten, que hagan posible que se pueda elegir, que se pueda decidir y optar. Ello implica la libertad constitutiva de ser libre a la hora de elegir, a la hora de ejercer la libertad. La libertad demanda igualdad de todos en las condiciones necesarias para poder ejercer la libertad.
Veamos ahora, con algunos ejemplos, cómo funciona en la derecha este ejercicio individualista, a beneficio propio, de la libertad; esta, en el fondo, de no-libertad. Desde la misma se defiende que nadie puede impedir el derecho, la libertad que tiene un empresario a contratar a un trabajador por el precio que a él le dé la gana. El trabajador no puede oponerse a este precio porque no puede elegir entre trabajar y no comer. Tiene que trabajar y, en consecuencia, se ve obligado a elegir algo que no quiere elegir pero que no le queda más remedio que hacerlo. No está en condiciones de elegir libremente. La decisión de elegir un salario impuesto y objetivamente miserable le perjudica a él pero no a la libertad del otro. Él ha podido elegir qué ofrecer, qué proponer.
En recientes historias de la pandemia, parecería que algunas decisiones judiciales (a lo mejor había infiltrados jueces neoliberales/ conservadores) ha defendido esta concepción individualista autorizando sin límite el ejercicio de la libertad comercial a pesar del riesgo pandémico que ello implicaba. Ejercicio que según la concepción individualista no puede ser impedido aunque pueda causar daño a otros. Otros que no van a poder ejercer libremente sus decisiones porque -estamos en pandemia- el impacto de la decisión individual solo puede llevar a elegir de qué forma morirse.
Más ejemplos. En un sistema de mercado puro y además monopolizado, opera una situación de desigualdad sistémica donde no existen políticas dirigidas a paliarla. La práctica de -llamémoslos genéricamente- los vendedores está dirigido a ese ilimitado ejercicio de la libertad. Yo soy el que elige el precio de venta (vivienda, grandes almacenes, etc.). Te impongo mi libertad a ti porque en la medida en que tú tienes que comprarlo para sobrevivir, no puedes elegir libremente. Solo puedes elegir comprármelo a mí.
Las exigencias de estas libertades individualistas se dirigen a los poderes públicos. Cuando estos interfieren en la desigualdad para marcar salarios, precios, imponer servicios públicos gratuitos, etc. ya así se impida el ejercicio sin límites de la libertad del que propone y exige, concediendo a los receptores de la misma la posibilidad de hacer elecciones libres; poder elegir distintas condiciones de vida.
Desde la libertad individualista existirá una queja sistemática dirigida a los gobiernos en cuanto ellos impiden “su plenitud” en el ejercicio de su libertad, aunque produzca el mismo daño a los otros. Precisamente a aquellos otros que su mayor, menor o nula libertad depende del cómo ejerza la libertad el sujeto individualista.
La derecha conservadora propugna y defiende esa libertad consistente en que cada individuo tiene derecho a ejercer la misma como le dé la gana. Es la libertad personal exclusiva y excluyente de otras libertades. Sólo aparentemente de forma contradictoria, estos defensores conservadores de esta libertad están a favor de la Autoridad. Parecería que esa permanente propaganda a favor de la libertad y contra los gobiernos que impiden llevarla a cabo, les define como unos demócratas radicales. No lo son en absoluto. Son partidarios de gobiernos autoritarios. Gobiernos que imponen su autoridad -su poder- a aquellos, a los otros, a los que (malvados socialistas) pretenden reducirles y aun eliminar a ellos, a los verdaderos liberadores, su capacidad de ejercer sus libertades. En realidad, sus tradicionales “derechos” de hacer lo que les da la gana aunque ello perjudique, incapacite aún más la libertad de los demás. Una opción conservadora, por tanto. Defienden una situación de privilegio asentada y proveniente de la desigualdad en cuanto que niega el establecer límites a esa situación original.
La libertad defendida por la derecha es una libertad autoritaria. Pide a los poderes públicos que impidan y aun castiguen ejercicios de la libertad que “vulneren” su derecho al ejercicio pleno de poder ejercer su libertad desde la desigualdad.
Una concepción de la libertad que debe ser rechazada. Para que exista verdadera libertad, la misma debe ejercerse en relación articulada con el ejercicio de la libertad de los demás. Ello implica que ese ejercicio no debe provocar daño directo al otro. Ello implica que debe hacerse desde las mayores condiciones posibles de capacidad de todos para ejercer la libertad y de la mayor igualdad posible. Y ello implica que debe existir una regulación pública del ejercicio de tales libertades que establezcan condiciones y límites para hacer posible esa libertad igualitaria. En última instancia, comunitaria.
Cuando veamos en la calle a grupos, con aspecto no precisamente de ser víctimas de la desigualdad, que reclaman “queremos ser libres, sin más. Abajo este gobierno dictatorial” aplaudidos por políticos modelo Díaz Ayuso, debemos tenerlo muy claro. Es una banda que nada tiene que ver con la libertad.
El autor es catedrático emérito de Ciencias Políticas de la UVP/EHU