oco a poco, tanto en Euskadi, Araba y resto del planeta, parece que la pandemia se va convirtiendo en parte de nuestras vidas. Por ahora y sin remedio a la vista, nos toca ir asimilando esta nueva realidad que, exige modificar e incorporar actitudes y comportamientos, hasta hace poco, insospechados.

Una nueva realidad, desde donde se evocan aquellos escenarios de vida social y de servicios, donde se coexistía con mayor o menor acierto. Eran lugares de encuentro, de relaciones y formas de vida que nos hacían reconocibles, tanto a nivel interno como externo. Lugares donde se daban cita ingredientes de tipo sociocultural, el comercio, el ocio, la hostelería y el turismo en general, ubicados todos ellos en “espacios abiertos”, lo que fomentaba la interacción y el desarrollo de experiencias de alto valor personal y social.

Con la llegada del covid-19, esos escenarios sufren un brusco desplome y, algo más preocupante; su nueva ordenación y gestión se convierte en algo más complejo y difuso de lo esperado. Ante este dilema y con cierta desazón, ciudadanía y sector tienden a equipararse con otros sectores, donde los procesos y espacios productivos están mucho más definidos y delimitados.

En este sentido y si analizamos realidades pretéritas, puede dar la impresión que cuentan con la necesaria cobertura, pero siguen existiendo carencias, flecos y desajustes que, antes del coronavirus eran “asumibles y manejables” pero con su llegada, han quedado mayormente superados.

Admitamos pues que existe un vacío que exige la puesta en marcha de toda una batería de servicios específicos y entrelazados, para que ambas esferas puedan desempeñar sus cometidos con mayor precisión y más acordes con los nuevos tiempos que se avecinan.

En este sentido, y teniendo en cuenta la naturaleza y dispersión de los elementos que la conforman, parece aconsejable que tiendan a ser gestionados en red y donde tengan cabida las visiones paralelas y hasta coincidentes en materia social y del sector terciario.

Y es que se debe considerar que las personas, como sujetos sociales además de productores y consumidores, demandan “más y diferente”. Y por añadidura, y sin pretenderlo, se han ido convirtiendo en barómetro de la realidad ya que su salud y comportamientos se han vuelto reseña social, de actividad económica y de imagen en el exterior.

Por lo tanto, pensemos que está en juego la recuperación de las relaciones sociales y una producción y economías fundamentales en nuestro acontecer diario, lo que nos obliga a intervenir para “alcanzar mejorando” los nuevos niveles de convivencia. Las costumbres sociales, horarios de producción de servicios y de ocio deben de tenerse en cuenta, aunque ello suponga partir de una “incomodidad que incomoda” a todas las partes.

En concreto, el que siga primando la salud no nos exime que se reconozca la necesidad de una renovación socio-productiva basadas en el profundo reconocimiento e innovación del escenario terciario y de los servicios.

Persigamos pues, el hacer compatible la salud de las personas con la actividad social, turística y de ocio. No han de existir excusas, ni planteamientos huidizos, débiles y basados en un “estratégico decrecimiento” de la parcela turística y del terciario. Si todo ello lleva consigo una regulación más rigurosa y contundente, es algo que todos esperan. Pero que la misma no se convierta en equivalente a cierre y prohibición, sino en nuevas reglas que convendría definir, diseñar e implantar. Son tiempos de profundas revisiones y de liderazgos compartidos. Pues eso…

El autor es miembro del Comité de Expertos de la Organización Mundial del Turismo. OMT/UNWTO