l releer en estos tiempos tan extraños a Natalia Ginzburg (1916-1991) es siempre un refrescante placer, que además invita a reflexionar. Escritora italiana apellidada de soltera Levi, miembro de una familia de intelectuales, cuyo marido, el profesor universitario y editorialista judío ruso Leone Ginzburg fue torturado y asesinado por verdugos nazis en Roma en 1944.
En su delicioso libro titulado Las pequeñas virtudes nos explica que estas lo son por ser fruto del cálculo y de la razón y en cambio las grandes virtudes lo son por brotar espontáneamente y del corazón. Y así nos va poniendo como en un espejo las virtudes pequeñas frente a las grandes. Así pequeña virtud es el ahorro y gran virtud, la generosidad e indiferencia al dinero. La prudencia es pequeña virtud y el coraje y desprecio al peligro, en cambio, grande. Pequeña virtud es la astucia y grande la franqueza y el amor por la verdad. La diplomacia es pequeña y el amor al prójimo, por contra, gran virtud. Y, por terminar, el deseo de éxito es virtud pequeña comparada con el deseo de ser y saber, que es gran virtud. Las que ella llama pequeñas virtudes (que son las que siempre se han considerado sustanciales) nos dice que no lo son tanto, que en todo caso sirven de complemento para las grandes. En cambio, las que ella llama las grandes virtudes (que no son, por desgracia, las que se intentan inculcar a los jóvenes) son las importantes y pueden contener a las pequeñas, pero nunca al revés. La verdad es que en algún caso me ha sorprendido; por ejemplo, para mí -economista- el ahorro me parece gran virtud, así como siendo partidario de Baltasar Gracián, también la prudencia, pero al parecer quedan subsumidas por otras virtudes más grandes.
No obstante, siguiendo este esquema podríamos hablar nosotros de pequeños y grandes valores que atisbamos en la sociedad actual. Los pequeños - auténticos becerros de oro; es decir, el desiderátum, la tierra prometida- lo serian también por ser fruto del cálculo y de la razón; en cambio, los grandes, nos brotarían del corazón. Y también podríamos irlos confrontando uno a uno. El dinero como tótem vs. la ética. La competitividad exacerbada vs. el respeto al prójimo y a las minorías. La inteligencia para uno mismo vs. la educación. El logro apremiante vs. el esfuerzo. La existencia acomodada vs. la vida exigente. Y así podríamos seguir indefinidamente. Curiosamente los grandes valores no son, en general, los más apreciados por la sociedad porque, aunque nos surgen más del corazón que de la razón nos suponen un mayor esfuerzo, un mayor desgaste y, en unos tiempos líquidos, poco sólidos, lo que importa es lo rápido y lo fácil. Además, en este caso, lo que llamamos pequeños valores no solo no están contenidos en los grandes, sino que son su antítesis.
¿Qué tiene que ver todo esto con los tiempos actuales? ¿No tenemos ya bastante con la pandemia? Conviene que no nos despistemos, que no perdamos la perspectiva, que no nos olvidemos dónde nos situábamos. Antes de estar ocupados con confinamientos, mascarillas, distancias físicas, … estábamos preocupados con una tendencia mundial hacia populismos y fanatismos de variados tipos; y esto no ha cesado, sigue vigente. En este sentido, la promoción entusiasta de los que hemos llamado (sin serlo) pequeños valores, de los becerros de oro, es lo que hace triunfar la ignorancia y avanzar al totalitarismo. Por otra parte, el fomento -aunque sea mucho más costoso- de los grandes y auténticos valores, en definitiva, el cultivo del alma es lo que nos ayudará, al profundizar en lo mejor de nosotros mismos (ser más humanos y mejores personas) a afrontar mejor los problemas y retos con los que, sin duda, nos iremos encontrando.
El gran delito de Leone Ginzburg fue que se negó, como maestro, a realizar una declaración de lealtad a Mussolini. El gran legado de Natalia fue continuar la labor de su esposo, convertirse en una gran escritora y, siendo valiente (como él se lo pidió siguiendo a Sócrates), no clamar venganza sino perseverar en el humanismo. Y nuestro reto, en estos tiempos complejos, es tomar buena nota de todo ello, y no olvidarnos de profundizar en los auténticos valores o virtudes.
El autor es analista