or qué el PNV es capaz de sacar provecho, una y otra vez, de las coyunturas políticas españolas más diversas? Es esta una pregunta que, si bien con formulaciones distintas, puede escucharse cada vez que el PNV alcanza un acuerdo con el Gobierno español de turno. Por ejemplo ahora que Urkullu, antes de acudir a la conferencia de presidentes, celebrada en San Millán de la Cogolla, ha llegado a un acuerdo con el Gobierno PSOE-Podemos de Sánchez sobre la deuda y déficit de los que podrán echar mano las administraciones vascas a la hora de confeccionar sus próximos presupuestos.
Se trata de una pregunta que, en boca e intención de muchos, es puramente retórica. Hasta tal punto que, a menudo, la pregunta lleva incorporada la respuesta. Como cuando en la formulación de la pregunta se califica al PNV de insolidario, ventajista, aprobetxategi, recogenueces, y cosas por el estilo.
Pero la pregunta, más allá de todas estas interpretaciones interesadas debidas a la refriega política, tiene su qué y merece una reflexión.
En efecto, ¿por qué el PNV, cuando se produjo la sublevación del dictador Franco, “sacó provecho” de la situación, decidiendo luchar a favor del Gobierno de la República y exigiendo un Estatuto de Autonomía para el País Vasco? ¿Por qué se implicó en la transición política española del 78, de la dictadura a la democracia, reclamando un Estado autonómico en el que el País Vasco tuviera un tratamiento singular y específico? ¿Por qué el PNV, en diferentes circunstancias de la política española, ha apoyado en unos casos a gobiernos del PP, en otros a los del PSOE “sacando provechos” tales como desarrollo progresivo del Estatuto de Autonomía de Gernika, consolidación de las instituciones vascas, reconocimiento y reforzamiento de su singularidad, inversiones en campos clave para el desarrollo económico y social del País Vasco como infraestructuras, I+D+i y otros?
Por referirme a dos casos singulares recientes, ¿por qué el PNV decidió apoyar por ejemplo el proyecto de presupuestos de Zapatero para el año 2010, incluso en circunstancias políticas tan singularmente enrarecidas por el hecho de que meses antes un correligionario suyo, Patxi López, le hubiera desalojado del poder autonómico echando mano para ello ni más ni menos que del PP de Basagoiti? O también: ¿por qué un PNV que acababa de apoyar a Rajoy su último proyecto presupuestario decidió a los pocos días dejar de apoyarle sumándose a la moción de censura presentada por Sánchez?
¿Hay alguna línea de argumentación básica que explique este proceder más bien constante del PNV?
“Nos mueve el mismo espíritu con el que apostamos, hace ya cuarenta años, junto con otras fuerzas políticas, durante la transición, a favor de la democracia y por el autogobierno”, escribí, hace ya diez años, reflexionando sobre este mismo tema, con ocasión del acuerdo presupuestario con Zapatero antes mencionado.
Me reafirmo. Defendí entonces, y defiendo hoy, que al PNV le asiste y dispone, desde hace ya muchos años, de una cultura o espíritu políticos para los que no dispongo de mejor definición que la de decir que se trata, aunque a algunos les suene a paradójico, de un auténtico “sentido de estado”.
Evidentemente, no se trata de un “sentido de estado” genérico y amorfo. Cuenta a mi juicio con tres ingredientes fundamentales. Se trata, por un lado, de un sentido de estado que necesariamente debe jugarse en el campo de la democracia. Eso explica lo ocurrido, por ejemplo, en dos momentos políticos complejos todavía recientes: la sublevación de Franco y la transición política del 78 hacia la restauración de la democracia en el Estado. La apuesta del PNV fue clara en ambas situaciones. Y lo ha sido, también, cada vez que la democracia se ha mostrado en riesgo de sufrir graves deterioros. Las posibilidades de acuerdo con el PNV pasan por situarse, con claridad, en el lado de la defensa y de la promoción de la democracia.
Se trata, en segundo lugar, de un sentido de estado democrático que para el PNV debe conllevar necesariamente una solución de autogobierno cabal para Euskadi, así como para otras comunidades históricas, tales como Catalunya y Galicia. Esa fue la razón por la que se abstuvo en la Constitución pero a continuación se comprometió como ninguna en la definición y desarrollo del autogobierno de Euskadi a través del Estatuto de Gernika. No todos lo hicieron: no lo hizo, por ejemplo, la Alianza Popular de Fraga. Y no lo hicieron, aquí en Euskadi, ETA y la izquierda abertzale. Buena parte de “los provechos” obtenidos por el PNV en sus diferentes acuerdos llevan justamente este sello: el de la persecución constante de un desarrollo cabal del autogobierno.
Un tercer ingrediente, no menor, de este “sentido de estado” es el que hace referencia a la nula disposición que viene mostrando el PNV a jugar a eso que se llama el juego del “cuanto peor, mejor”. Es un juego que gusta no poco a otros, en la derecha y en la izquierda, en el ámbito del constitucionalismo o fuera de él. El PNV se sitúa en las antípodas de este juego. Así fue cuando, por ejemplo, el PNV dijo no a ETA en Txiberta en los difíciles momentos de la transición política. Y así ha ocurrido en numerosas ocasiones en las que otros se han lanzado por “voy a ver, ahora que van mal las cosas, si dando un empujón más, agudizo las contradicciones existentes y ello me da ocasión para sacar el provecho que, de otra forma, soy incapaz de lograr en tiempos de normalidad democrática, económica o social”. No es el juego que practica el PNV. Por ejemplo, estos mismos días, tan difíciles y tan complicados en el ámbito político, económico y social, el PNV está exhibiendo un compromiso sólido, a diferencia de lo que por ejemplo está haciendo la derecha española, con un gobierno, el de Sánchez, en evidentes dificultades y con la única doble condición arriba señalada: democracia y autogobierno.
La fórmula es, pues, sencilla. No hay por qué devanarse los sesos, una y otra vez, en busca de explicaciones ni esotéricas ni rastreras. Y, por lo mismo, no debiera ser tampoco muy complicado para nadie, ni en tiempos difíciles como acostumbran a intentar los gobiernos españoles de turno, ni en tiempos de no especial dificultad si lo quisieran, acordar con el PNV siempre que por la otra parte se esté dispuesto a cumplir con las premisas señaladas.
A la hora de explicar las razones de los acuerdos del PNV con los gobiernos españoles de turno, abundan los que se apuntan a las anécdotas de los mismos. Vaya por delante: anécdotas, haberlas haylas. Por ejemplo, en los acuerdos presupuestarios están las famosas “enmiendas campanario”. Se trata de enmiendas a través de las cuales los grupos parlamentarios, también el PNV, intentan incorporar a los presupuestos, a solicitud mayormente de los propios interesados, partidas presupuestarias en forma de subvenciones y apoyos para una gama diversa de entidades, públicas y privadas, de los diversos campos de actividad. Los proyectos presupuestarios suelen llegar al Congreso, por iniciativa del propio gobierno, llenos de tales partidas. Los grupos parlamentarios, todos, entre ellos el PNV, pugnan porque no sean los grupos del gobierno los únicos que las introduzcan.
Pero esto forma parte del anecdotario de los acuerdos presupuestarios. Al menos, en el caso del PNV. Se trabajaba en ello solo una vez que, con base en los criterios anteriores, estaba prácticamente tomada la decisión de firmar el acuerdo. Esto es, una vez construido el edificio central. El campanario era en el mejor de los casos, un adorno y un reclamo ruidoso.
Más vale distinguir lo uno de lo otro. Al menos si se pretende entender las cosas.
El autor fue diputado del Grupo Vasco en el Congreso 2004-2011