as elecciones del pasado 12 de julio en dos de los territorios históricos, País Vasco y Galicia, han abierto el debate de lo que aún queda pendiente en este país (ponga aquí cada cual lo que desee).
En ambas se han cumplido casi milimétricamente las previsiones iniciales, desde una escasa participación debida a la pandemia hasta la victoria sin paliativos del PP de Feijóo en Galicia y el PNV de Urkullu en Euskadi. También dentro de la previsión estaba que las franquicias del PSOE, PSdeG y PSE, salvarían los muebles por los pelos, cuestión esta que no debería reconfortarles ni mucho menos. Sería recomendable que a partir de estos resultados los expertos de Ferraz reflexionaran, sobre por qué no han sido capaces de atraer hacia sus siglas la desbandada de votantes de Podemos y Mareas.
Tres sorpresas se han dado en esa cita electoral, el descalabro de las diferentes marcas de Podemos, el subidón del BNG y la irrupción de Vox en el Parlamento Vasco por la circunscripción de Álava. Va a dar mucho juego informativo esa nueva aparición, especialmente en su confrontación con EH Bildu, lo que podría favorecer a ambos. La marca de Abascal sigue dando pasos y el resto de partidos, especialmente el PP, deberían prestar máxima atención a este fenómeno, porque significa que han llegado a la política española para quedarse de manera definitiva. Resulta revelador que en el territorio donde el PP aparece más centrado hayan quedado fuera y en cambio en el más radicalizado aparezcan dentro.
Otro de los elementos que se debería tener en cuenta en ambos territorios, es la importante subida de los partidos independentistas. BNG se convierte en la fuerza mayoritaria de la oposición en Galicia mientras, en Euskadi, continúa el ascenso de una EH Bildu ahora mucho más fortalecida. Uno se pregunta cuál sería su techo si fueran capaces de romper amarras definitivamente con su pasado y convertirse en una fuerza de especialmente izquierdas además de independentista. Tendrán ocasión de demostrarlo en el futuro con su posición de cara a la revisión del nuevo Estatuto de Gernika, o ante los debates abiertos sobre la convivencia y el relato de lo sucedido en los años de hierro y plomo, que serán claves para permitir acuerdos de futuro entre las izquierdas, también en Euskadi.
El caso de Podemos es desolador. Sus constantes luchas internas han conseguido la huida en manada de sus votantes hacia el BNG en Galicia y probablemente a la abstención en Euskadi. Tienen mucho que reflexionar Pablo Iglesias y los suyos de cara al futuro.
El panorama ha quedado esclarecido, en Galicia con un gobierno de mayoría absoluta de Núñez Feijóo y su renovado PP, que habrá dejado un regusto agridulce en Génova. Puede ser que ahora se consolide definitivamente la idea de que con él en la dirección de Madrid, se podría recuperar con más facilidad el poder que con Casado.
En Euskadi casi con seguridad el positivo acuerdo de esta legislatura entre PNV y PSE continuará su trayecto a partir de ahora, especialmente después de la mejora de ambos que les permite esta vez sumar mayoría absoluta. Al menos las declaraciones de todos sus dirigentes apuntan claramente en esa dirección.
Se confirma también las dificultades de los partidos de ámbito estatal en la periferia de las comunidades históricas, donde deben jugar en el filo de la navaja con el diabólico esquema, de que lo que sería bueno electoralmente aquí (Galicia, Euskadi y Catalunya), les perjudica allí (en el resto del Estado).
A partir de ahora quedará el último reto de nuestra ejemplar Transición aún sin resolver; las tensiones centro-periferia. Con más de tres años por delante una vez transcurran las elecciones catalanas, tenemos una oportunidad inmejorable para trabajar este espinoso tema y ser capaces desde el diálogo y la negociación de transformar nuestro estado en otro más moderno y adecuado a los nuevos tiempos.
Un reto que resultaría más fácil de resolver si las izquierdas, estatales y periféricas, PSOE, Podemos, ERC, Bildu y BNG (con la izquierda independentista al alza) se comportaran de manera estratégica, comunicándose, negociando y acordando. Para ello deberán dejar todos pelos en la gatera, pero vale la pena intentarlo en la dirección de un estado federal plurinacional, una nación de naciones que tranquilice de manera definitiva las aguas excesivamente convulsas en Catalunya y algo menos en Euskadi y Galicia.
Un nuevo tiempo post covid-19 se abre pues, apasionante e ilusionante para unos, peligroso e incierto para otros. Veremos si a partir de ahora los partidos políticos, especialmente en el ámbito de la izquierda, son capaces de estar a la altura de las circunstancias y solucionar esas viejas tensiones centro-periferia heredadas de nuestro pasado. Suponiendo claro que salgamos vivos de esta pandemia, que visto lo visto en las últimas semanas tiene muy mala pinta. Veremos.
El autor es exparlamentario y concejal del PSN-PSOE