s conocido que el cooperativismo nació en Inglaterra a mediados del siglo XIX. En los mismos años en que el Parlamento inglés aprobaba las leyes que establecían las reglas de juego básicas del capitalismo y coincidiendo, por otra parte, con la publicación del Manifiesto Comunista por Carlos Marx.

El marco es también conocido: con la industrialización se inicia un fantástico crecimiento de la productividad que multiplica la creación de riqueza. Pero, a la vez, las condiciones de vida de la clase trabajadora inglesa, recogidas por Engels unos años antes en el libro que publicó al respecto, son terribles: niños de 9 años trabajando 12 horas diarias en las industrias textiles, tras aprobarse en 1833 una ley prohibiendo el empleo de niños aún menores; jornadas laborales generalizadas de 15 horas diarias para los jóvenes y de 12 a 15 horas paras las mujeres (hasta el año 1847 no se limita la jornada diaria a 10 horas); alta mortalidad infantil debido a la falta de nutrición y de condiciones higiénicas adecuadas: en 1839 la mitad de los funerales en Londres fueron de niños menores de 10 años…

En ese contexto, mientras Marx proponía un sistema global alternativo al capitalismo basado en la propiedad pública de los medios de producción y la dictadura del proletariado, los pioneros de las cooperativas se centraron en tratar de resolver los problemas concretos de las personas: su alimentación, su salud, su vivienda e higiene…, con una corresponsabilidad democrática por parte de sus miembros.

Su propuesta no trataba, por tanto, de dar una solución global al sistema capitalista emergente. Pero, en cualquier caso, tampoco se desentendieron de los problemas de la comunidad en la que desarrollaban su actividad, quedando recogida expresamente “la preocupación por la Comunidad” (no solo de sus socios) como uno de los principios básicos del cooperativismo desde sus inicios.

En ese sentido, las primeras cooperativas de consumo inglesas consiguieron resultados “revolucionarios” para sus conciudadanos aplicando criterios éticos totalmente disruptivos para la época. Así, se comprometieron a no vender alimentos adulterados (en 1861, una investigación demostró que el 87% del pan y el 74% de la leche vendidos en Londres estaban adulterados), ni engañar en el peso, prácticas ambas bastante generalizadas entre los comerciantes de la época.

El éxito en aprovechar criterios morales en favor de sus clientes como elemento de diferenciación competitiva y éxito empresarial forzó al sector del comercio a aceptar una forma de actuar que fue posteriormente asumida por el conjunto del sector de distribución y benefició a toda la comunidad.

Es conocido, por otra parte, en nuestro caso, la importante aportación del grupo cooperativo de Mondragón para la implantación de las primeras ikastolas y la recuperación de numerosas manifestaciones de la cultura vasca, que fue, a su vez, un elemento diferencial para Laboral Kutxa.

Esa preocupación por la comunidad y una permanente insatisfacción por los resultados que se iban consiguiendo fue una constante de Arizmendiarrieta, que ya en los años 70 advertía sobre el peligro de egoísmos de vuelo bajo: “¿Cuántos hábitos de una burguesía caduca estamos reviviendo, presumiendo de progresistas, resultando conservadores y tradicionalistas de la peor ralea?”.

En ese sentido insistía en que “el cooperativismo no solo es la antípoda del paternalismo sino también del conformismo y conservadurismo” y que “se impone que estemos en la vanguardia de las innovaciones sociales, máxime cuando estas están demandadas por una conciencia de dignidad y libertad, de justicia y solidaridad”.

En ese contexto, quisiera destacar la satisfacción experimentada en la Fundación Arizmendiarrieta por el hecho de que el modelo inclusivo participativo de empresa aprobado por unanimidad por los parlamentos vasco y navarro en el 2018 tenga una matriz cooperativa indudable.

No cabe duda de que supone una nueva aplicación a las empresas convencionales de los principios y valores del humanismo cristiano que inspiraron a Arizmendiarrieta a mediados del siglo XX para crear las primeras cooperativas. Pero con la ventaja de haber podido comprobar sus resultados en algunas de dichas empresas, que, como es sabido, constituyen el primer grupo empresarial vasco en la actualidad.

Recordemos, con todo, que esas aportaciones al bien común no eran para Arizmendiarrieta una opción sino una obligación moral: “No se puede presumir de ser sociales olvidando lo que todos hemos recibido de la comunidad… y sin hacer las aportaciones adecuadas de contraprestación”.

Con ese marco, hemos podido constatar el notable interés que está levantando en instancias europeas el nuevo modelo de empresa aquí diseñado. Cuyo desarrollo está siendo respaldado por personalidades tan alejadas ideológicamente como el democristiano Van Rompuy o la miembro del Comité ejecutivo de la Confederación Europea de Sindicatos, Isabelle Schomann.

Con una preocupación compartida que encontramos en Bruselas, Madrid y el Vaticano: cómo articular la empresa de forma que se concilie la competitividad empresarial, el desarrollo humano y la preocupación por la comunidad.

Se denomine cooperativa, empresa participada o modelo inclusivo participativo, hay un reto europeo en el que desde el País Vasco podemos hacer unas aportaciones diferenciales por tener también experiencias diferenciales (cooperativas, Sociedades laborales, empresas singulares con gran éxito…). Aunque tendremos que hacerlo cuidando de que las nuevas propuestas no se limiten a fórmulas jurídicas restrictivas, ni a fórmulas que sean producto de prejuicios ideológicos por bienintencionados que sean. Sino que tengan, sobre todo, la ambición de estimular el desarrollo de las potencialidades humanas y profesionales de los trabajadores, por su propio valor humano y como elemento de competitividad,… y la precaución de adaptarse a las necesidades y posibilidades reales de cambio en las empresas vascas.

De forma que pongamos en práctica la sabia frase de Arizmendiarrieta de que “el ideal es hacer el bien posible, no el que se sueña”.

El autor es presidente de la Fundación Arizmendiarrieta