arece que cuando comienza a funcionar un nuevo Gobierno, se inicia una nueva etapa en la que se activan nuestros temores y nuestras esperanzas. En este contexto, queremos lanzar esta pertinente pregunta: ¿por qué se mantiene a los presos de ETA a cientos de kilómetros de su lugar de residencia habitual?
Desaparecida ETA de una vez por todas, su “presencia” perdurará en nuestras vidas hasta el fin de estas. Es imposible que quienes padecimos su existencia, la olvidemos. Y con su increíble recuerdo -en ocasiones me cuesta creer lo que vivimos-, trataremos de crear esa normalidad que debe existir, pero que aquí sigue estando totalmente desdibujada. Como decía Lourdes Oñederra en su discurso Eskerrik asko eta barkatu en el acto organizado por la Fundación Fernando Buesa, “no vamos bien cuando circulan palabras como españolista de denotación brumosa y connotación envenenada; cuando no se sabe distinguir conflicto de violencia, cuando se acepta la utilización de gudari, tanto para referirse a quienes se alzaron en favor de la República contra los golpistas, como para referirse a los terroristas, cuando se llama equivocación a lo que fue una opción, la de considerar que la vida humana valía menos que la idea de patria de unos cuantos”. Sí, una realidad totalmente distorsionada y no va a ser nada fácil crear esa normalidad a la que hacía referencia.
Respecto a la convivencia, queda muchísimo por hacer y nos consta que hay una dura resistencia a avanzar en la dirección correcta. Precisamente una de las cuestiones que creemos imprescindible es que la izquierda abertzale elabore un discurso propio serio y sincero dirigido a deslegitimar la violencia terrorista. Pero hay otro asunto que también hay que abordar y que es mucho más sencillo. Se trata de -insistimos, desaparecida ETA- acercar a los presos a cárceles próximas al País Vasco.
Por cometer o colaborar en actos terroristas tienen que cumplir con la justicia. Sin embargo, a día de hoy ¿qué sentido tiene que estén tan lejos? Ya no lo tuvo cuando se decidió aplicar el alejamiento como medida penitenciaria dentro de la política antiterrorista. El propio Múgica Herzog artífice de la política de dispersión explicó: “La forma de dispersar era propiciar que la gente más receptiva a lo que estaba pasando en el exterior se librara de la presión del resto”. Esto es, el objetivo era liberar a todo el grupo de la presión de “los duros” con objeto de pudieran dar pasos hacia la reinserción. Y tal y como dice él mismo, se buscaba que la gente pudiera ser más receptiva respecto a lo que ocurría en el exterior. Sin embargo, al comprobar el daño que esta medida hacía en todo el entramado pro ETA, la perpetuaron sine die. Efectivamente, al mundo pro ETA le habían desmontado el chiringuito ya que, por una parte, habían terminado los akelarres de adoctrinamiento en los autobuses a Herrera de La Mancha y, por otra, se les obligaba a duplicar los esfuerzos por mantener al grupo de presos sin fisuras y cada uno fiel al cumplimiento… de su propia condena.
De esta manera, con ETA muy activa, al Estado no le tembló el pulso por estirar al máximo los reglamentos aunque supusiera castigar también a personas inocentes. Olvidó el objetivo de la reinserción de los presos (política penitenciaria) para centrarse en la presión al entramado pro ETA (política antiterrorista). El resultado fue que durante 20 años las familias y amistades de los presos también fueron castigadas. Es verdad que, en muchos casos, ese entorno cercano al preso le apoyó, pero no fue en todos los casos. E, incluso aunque les hubieran apoyado, insistimos, no habían delinquido y, por lo tanto, no tenían por qué ser castigadas.
Y si antes fue injusto, ahora que ETA ha desaparecido y, consecuentemente, no tiene el más mínimo sentido la política antiterrorista, ¿por qué se mantiene esa medida penitenciaria que supone ese castigo añadido? ¿Por venganza? Como hemos comenzado diciendo, hay muchísimo trabajo por hacer. Quizás lo que más premura tenga sea contrarrestar esa corriente de quienes no vieron o no quisieron ver lo que ocurría y, ahora, siguen sin querer ver ese trabajo pendiente y se apuntan a pasar página lo más rápidamente posible coincidiendo en intereses con quienes más responsabilidad han tenido en estos 50 años de terrorismo. Y teniendo tanto y tan duro trabajo, ¿por qué no terminar con la injusticia que supone tener a los presos a cientos de kilómetros? Es necesario terminar con el alejamiento.
Firman también este artículo Jesus Herrero, Lourdes Oñederra, Eugenio Ariztimuño, Maite Leanizbarrutia, Sabin Zubiri, Pello Salaburu