Jekyll y Hyde
Habitualmente, soy un tipo bastante calmado. Casi se podría decir que soy un ser sin sangre. Pero hay momentos en los que las aguantaderas se me pueden llegar a colapsar y mi mansedumbre corre el riesgo de saltar por los aires. Sin ir más lejos, me sucedió hace unos días. Estaba en mi centro de salud. Esperaba en la sala adyacente a la consulta, con la serenidad proverbial que me caracteriza. Al cabo de un rato, delimitado por media hora de reloj, empecé a ojear el móvil. Eran los primeros síntomas de que aquella situación amenazaba con eternizarse. Tras una hora de demora, Jekyll estaba de retirada mientras Edward Hyde asumía el mando de un cabreo que, por aquel entonces, era ya monumental. Antes de la explosión, la doctora abrió la puerta de su despacho y me dio la vez. Fue como música en los oídos de la fiera. Me retuvo entre atenciones el tiempo preciso y aquello me sirvió para comprender que, en las actuales circunstancias, hay profesionales que simplemente realizan su trabajo entre un sinfín de dificultades que, hasta la fecha, ninguna administración ha logrado desactivar con políticas efectivas. Así que, tras recibir la receta correspondiente, no me quedó otra que apaciguar al señor Hyde. Seguro que habrá mejores momentos.