Oprobio tecnológico
No. Y lo siento. Este artículo no emana de una lectura sosegada de las ideas existencialistas compartidas por Kierkegaard, Jean-Paul Sartre, Albert Camus o el paisano Miguel de Unamuno. Lo de hoy simplemente ha de entenderse como un grito metafórico de impotencia supina y, si acaso, como un reconocimiento a las limitaciones humanas que, visto lo visto, parecen inabarcables. Ya les expliqué hace unos días la escasa simpatía que me profesa mi televisor de última generación al que, al parecer, desproveyeron de botones para poner a prueba las capacidades cognitivas del personal. Pero, con lo que no contaba era con su talento para hacerme sonrojar. Todo ocurrió a finales de la pasada semana, cuando el ingenio empezó a retar la paciencia de propios y extraños. Tuvieron que venir a mi domicilio dos técnicos que se llevaron el aparato con cara de preocupación. Aquello parecía grave. Sin embargo, tras una semana de comprobaciones, el televisor no falló. Todo estaba perfecto. Todo, salvo mi credibilidad, hundida en la vergüenza. Después de padecer esa situación de oprobio orquestada por la tecnología, mi existencia ha adquirido algo más de mansedumbre, ya que la realidad, en ocasiones, es mucho más tozuda que las intenciones.