Petróleo
No se lo van a creer. Hoy alguien ha considerado que mi experiencia como analista para leer la crisis de Venezuela era lo suficientemente valiosa como para preguntarme al respecto. Y, como se imaginarán, mi cara de pasmarote nos ha delatado a mi respuesta y a mí. Tras el fracaso como politólogo y como conocedor de los más elementales entresijos de las relaciones internacionales, he sentido un pinchazo en mi ya de por sí maltratado orgullo, zarandeado tras décadas en este negociado del argamasado de letras. Así que, dadas las circunstancias, me he intentado documentar para evitar nuevos desafueros. En un concienzudo proceso de estudio y reflexión, iniciado en la Wikipedia, como es preceptivo a estas alturas de la película, he llegado a una conclusión que me he propuesto defender como fórmula para salir airoso ante hipotéticos nuevos interrogatorios. Ésta es que hay países ante los que es muy fácil ponerse gallitos, reclamando democracia, derechos humanos y todo tipo de garantías en la defensa de las más elementales libertades y otros ante los que, acontezca lo que acontezca (y acontece mucho, habitualmente), nadie es capaz de modular la voz para ponerla a la misma altura que sus desmanes no sea que sube el precio del petróleo.