Según avanzaba el coche, la conversación se adentraba en senderos ya conocidos. Mi interlocutora aseguraba que la información en esta ciudad es cíclica, reiterativa y fácil de prever, discurso ante el que quise oponer resistencia para reivindicar el carácter dinámico de la sociedad gasteiztarra, capaz por sí sola de reinventarse una y otra vez, y de avanzar y, con ello, de generar múltiples hechos noticiosos, singulares y únicos todos ellos. Sin embargo, cuando iba a abrir la boca, la emisora de mi utilitario reseñaba una rueda de prensa en la que un político local recurría al comodín de la inseguridad ciudadana con el único afán de engordar sus alforjas con los votos de los vitorianos más temerosos. Al rato, el soniquete radiado hacía referencia a otro clásico: la crítica política al presunto efecto llamada y a los malos malísimos que son los niños inmigrantes que acogen las instituciones alavesas, noticia que daba paso al último ministro llegado a estos lares para asegurar que el soterramiento ferroviario está al caer en la ciudad. Aquello fue suficiente. Recapacité, mantuve la boca cerrada y asentí con una cara que oscilaba entre la resignación extrema y el hartazgo supino. Desde luego, hay muchos vitorianos atrapados en un ciclo que, curiosamente, se repite cada cuatro años.
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