Hoy me he levantado reflexivo y circunspecto. Lo noto porque apenas si he remojado bizcochos en mi tazón de leche mañanero. Pero, dadas las circunstancias, no es para menos. Verán, ayer mismo, mientras me perdía en la oferta televisiva nocturna, llegué a un canal en el que se alardeaba por haber destapado casos de medios de comunicación en los que, al parecer, se abusa de la mentira como arma de redacción masiva. Fue en ese instante cuando caí en la cuenta de que la citada referencia televisiva debía su razón de ser y su éxito a la degradación de un negociado en el que, por desgracia gracias a Dios, meto horas como si no hubiera un mañana, y a la proliferación de personajes que disfrutan revolcándose en el lodazal provocado por fórmulas mediáticas de dudosa utilidad pública, aunque, por lo visto, muy rentables para según qué intereses. No vayan a pensar que a estas alturas se me ha ocurrido ponerme exquisito o que me he transformado en guardián de la ortodoxia más pura. Sin embargo, creo que es necesario situar a cada cual en su lugar, no sea que al final sea imposible reconocer y distinguir en un rebaño a las churras, a las merinas, al pastor y al perro guardián. Por eso, deberíamos trabajar para evitar que el periodismo de verdad se convierta en una entelequia.
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