Contaba hace ya unos años Alfonso Alonso, durante una rueda de prensa, que en la última legislatura de Jose Ángel Cuerda, un buen día su antecesor le llamó a él y a algún otro político de la oposición a su despacho, les puso sobre la mesa los planos de la restauración de la Catedral Santa María, y les dijo: “Pase lo que pase en las elecciones, esto tiene que salir adelante”. Y salió con los resultados que, en distintos niveles, sigue produciendo el proyecto de recuperación del templo gótico. Pero la anécdota no deja de ser un buen ejemplo ante lo que, por desgracia, pasa en muchos pueblos, ciudades o territorios, donde hay que encomendarse a dios y al diablo para que el posible bien común pueda ver la luz, por lo menos por una vez, frente a los intereses particulares de los partidos y, sobre todo, la visión cortoplacista de políticos y asesores, que en la mayoría de los casos, se creen por encima del bien y del mal. No todo el mundo tiene que pensar igual sobre todo. Esa sociedad sería para echar a correr lo más rápido posible. La divergencia, la crítica, la variedad... son imprescindibles. Pero la disensión es útil cuando parte del razonamiento para intentar llegar a un punto de acuerdo, el que sea. No sirve para nada cuando lo único se pretende es imponer, insultando de paso al supuesto contrario.