Como a un Cristo dos pistolas. Al ver aquellas luces en medio de la oscuridad gasteiztarra la sorpresa fue mayúscula. Y no ya por la escasa habilidad utilizada para conjugar los elementos que intentaban decorar aquella ventana. Sino por lo extemporáneo de la escena. La profusa decoración navideña, más de una semana y media después de la partida vacacional de Sus Majestades de Oriente, con todo lujo de colores iluminando aquella fachada sombría, me provocó una sensación de soledad infinita y una añoranza de todo el repertorio kitsch que reinaba hace unas semanas en buen número de viviendas de la capital alavesa. Que ya es mucho, sobre todo, teniendo en cuenta que las guirnaldas, los adornos y oropeles navideños y toda la retahíla de excesos propios de esas fechas me provocan cierto grado de aprensión y un lujoso catálogo de sarpullidos y alergias. En medio de esa vorágine de sensaciones, y en lo más profundo de mi psique (o lo que queda de ella), me ha surgido una duda, que ya la he elevado al rango de existencial: ¿Cuál es el límite para seguir alardeando de fervor navideño después de las Navidades sin dar la apariencia de estar un poco trastornado? En fin, mientras rumio una respuesta coherente, les deseo feliz aterrizaje en la normalidad
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