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‘Brexit’

Vivimos tiempos de postureo y frivolidad. En estos días, me pregunto por dónde andará el amigo David Cameron. Lo imagino asistiendo al drama en tres actos -lo de tres es un decir- del Parlamento británico y a los denodados esfuerzos de Theresa May por sobreponerse a su propia muerte política que todos dan por hecha salvo ella -en un ejercicio de resistencia y dontancredismo más propio de perfiles políticos como los de Esperanza Aguirre o Mariano Rajoy-, desde su sofá, con el sindiós sonando en la televisión y una mantita de cuadros sobre las piernas, resoplando de vez en cuando entre cierto remoto recuerdo de responsabilidad y el alivio de que otro se haya comido el brownie. Porque a estas alturas, esto del Brexit para el Reino Unido ha adquirido categoría de marrón. May se enfrenta a la paradoja imposible de que entre esos 432 votos que le tumbaron su acuerdo con Bruselas haya votos contrarios al divorcio, votos que consideran que el divorcio es demasiado suave y votos que le reclaman lo suyo y conciliar algo de todo eso se antoja ya utópico. Y hasta aquí hemos llegado porque a Cameron se le desangraba el partido y ni él ni su partido fueron capaces de buscar otra solución que diera respuesta a las inquietudes ciudadanas que enfundarse el buzo de Farage&Co sin medir los riesgos.